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Opinión

Cuando es necesario establecer el límite entre el espíritu y la carne

La misión apostólica de Francisco prometió ser un camino de reconciliación entre los argentinos.

Enrique Villalobo

Por Enrique Villalobo

22 Septiembre de 2024 - 09:00

La sorpresa y alegría para todos hace 11 años
La sorpresa y alegría para todos hace 11 años Foto Archivo

Si la fe es una gracia concedida por la Providencia o es un acto superlativo de voluntad que no tiene explicación racional, es un tema para discutir por los teólogos. La relación del creyente con Dios debería ser un acto íntimo porque es una de las expresiones más esenciales que la humanidad ha creado, o, si así se lo considera, determinada por quien haya creado supuestamente a esa humanidad.

La fuerza de la palabra de un líder espiritual va depender precisamente de la posición obtenida por el procedimiento que sea, por la capacidad de comunicación reforzada por el contexto y principalmente por la consideración del receptor.

Cuando se habla de religión, cualquiera sea, el mensaje no apunta a la comprensión racional del mundo si no al campo de la afectividad que es el plano más vulnerable y manipulable si no se han desarrollado las defensas necesarias.

Considerando a la religión como el más humano y terrenal de los actos podemos observar que no hay un solo plano en la comprensión del hecho religioso y por lo tanto las intensidades pueden ser diferentes. Están los que creen y profesan la fe y el rito por su valor en sí mismo, con el solo fin de la trascendencia.

Reconciliación
Reconciliación.

Están los que lo hacen por tradición cultural pero que, aunque no exista la profunda convicción consideran que es parte importante del bien y por lo tanto siguen sus reglas sin ahondar si hay o no un fin supremo y un destino predeterminado.

Están los que profesan el culto porque es la forma de sentirse parte de algo superior, impreciso y general, ese es el sentido de religión en el sentido de re-ligar, ser parte de, pertenecer.

Y están los que, como ha sido en todas las épocas usan la fe de las masas como un factor para alcanzar y mantener el poder político, el terrenal, el más alejado de cualquier objetivo espiritual.

La Iglesia Católica Romana, por su unidad y estructura ha sido el ejemplo más evidente de dominación y poder terrenal. Dos hechos tomados entre muchos otros sirven para demostrar y explicar.

El emperador Constantino adopta el cristianismo para el Imperio Romano en el siglo IV como religión oficial predominante al principio y excluyente después.

Quizá durante el oscurantismo de la Alta Edad Media el cristianismo occidental ya asentado en Roma fue el faro que a la vez de unidad política en Europa, significó un enorme atraso cultural.

Buscando significados
Buscando significados.

El otro hecho que expone el poder de la Iglesia Romana se da en la declinación de la misma como entidad política real es la aniquilación de los Estados Pontificios gobernados por el papa Pío IX hasta 1871 en que se consolidó la unidad del entonces Reino de Italia.

La Iglesia Católica Apostólica Romana tiene hoy soberanía política en el minúsculo Estado de la Ciudad del Vaticano pero posee una capacidad de influencia directa en los casi 1.400 millones de bautizados. 

Ha determinado costumbres ancestrales, ha impuesto normas de conductas casi indiscutibles. Si bien como todas las religiones son trasmisoras de valores éticos y morales inherentes a la condición humana, la Iglesia Católica lo ha sido también, pero con cierta lentitud en la evolución, situación en parte superada después del Concilio Ecuménico Vaticano II. 

Adelante o detrás de los acontecimientos históricos los papas han expuesto su doctrina, a través de encíclicas, cartas apostólicas y motus proprios, como efecto y también como motor de adaptaciones a los hechos. 

León XIII con su Rerum novarum, Juan XXIII con Pacem in Terris, Paulo VI con la Populorum progressio, Juan Pablo II con Centesimus annus y Benedicto XVI con Caritas Dei.

Los católicos que pueden congregarse en la plaza de San Pedro cada vez que la fumata blanca indica que hay un nuevo papa, estallan en gritos de júbilo sin fijarse las características del nuevo ocupante de los aposentos pontificios.

Moyano
Moyano.

Cuando fue elegido Jorge Bergoglio tuvo un condimento especial porque la región del mundo que tiene más profesantes de la fe católica había logrado ver a uno de los suyos en la Silla Apostólica. 

Para los argentinos el logro fue comparable tanto a los triunfos deportivos mundiales como a la discutible certeza de que somos los mejores del mundo.

Una visita a la Argentina del pontífice argento prometía ser un acontecimiento grandioso no solo para la llamada grey católica sino también para todos por la importancia del personaje.

Durante un tiempo se dijo que Francisco era la persona más importante de todas los que habían nacido en estas tierras ya que nadie podría llegar tan alto a un sitial que millones consideran incuestionable.

La imagen de sencillez, el desapego al boato y al ceremonial del Vaticano, el mensaje hacia los más marginados del mundo y la controversia con el sector ultraconservador de la Curia Romana impuso la idea de que en la basílica de San Pedro se había entronizado a un verdadero grande.

Pero sucedió que los argentinos nunca dejamos de mirarlo desde la perspectiva de cabotaje y empezamos a ver actitudes reñidas con la supuesta misión pacificadora y prenda de unión de los hermanos enfrentados que se espera de un portador del mensaje cristiano.

Así fue como en lugar de ejemplo de tolerancia y abrazo contenedor empezaron a llegar de la Santa Sede imágenes de una visión muy sesgada de la realidad argentina.

La importancia de los gestos
La importancia de los gestos.

No sabemos con certeza cómo el universo católico del mundo valora y considera al papa Francisco en la historia, pero sus acciones y palabras fueron diluyendo la esperanza de un regreso glorioso, de una visita como nunca había tenido una Argentina tan lastimada.

Es muy posible que ya no venga, ni como papa en ejercicio ni como papa emérito. La gran mayoría no entiende bien las razones de esa ausencia, muchos sospechan que hay temor al rechazo de los que no sintieron el abrazo esperado.

Pero si así fuera es el riesgo y el precio que corre y paga el hombre que, elevado en su cátedra, no teme dar testimonio de la fe que profesa y que, según se nos ha dicho, expresa el amor y la paz entre la gente, y nos enseña que al final se cosecha lo que se siembra.