Es historia...

La trágica historia de la familia Alvear en aguas del Atlántico

Un terrible episodio marcó la vida de quien años después cumpliría un rol importante en la lucha por la independencia sudamericana.

Carlos Campana

Por Carlos Campana

9 Septiembre de 2024 - 11:00

Antiguo grabado que ilustra la voladura de la fragata Mercedes, en la que viajaba gran parte de la familia Alvear- Balbastro.

El nombre de Diego de Alvear y Ponce de León resonó hace unos veinte años, cuando algunos historiadores y escritores vincularon al General José de San Martín como supuesto hijo suyo y de una nativa. 

Sin embargo, la vida de este importante militar peninsular está directamente relacionada con uno de los episodios que resonó en Europa y que el tiempo no ha borrado, aunque permanece en las sombras de la historia.

Diego de Alvear y Ponce de León. (Imagen: web)

En 1804, a bordo de la fragata Mercedes, Alvear perdió a su esposa y a ocho de sus hijos cuando la nave fue destruida por el ataque inesperado de una flota británica, a pesar de que España y el Reino Unido aún no estaban en guerra. 

Solo su hijo Carlos María sobrevivió al fatídico incidente, un joven que más tarde se convertiría en una figura clave en la independencia sudamericana. 

La desolación que siguió a esa explosión en medio del Atlántico fue un golpe devastador para un hombre que, pese a todo, había dedicado su vida al servicio de España. Las secuelas de aquel día no solo afectaron su vida personal, sino que también agitaron las tensiones entre las grandes potencias europeas, empujando a España a declarar la guerra al Reino Unido.

Un hombre entre mares y fronteras

Diego de Alvear y Ponce de León, nacido en Montilla, Córdoba, España, el 13 de noviembre de 1749, vivió al ritmo del océano y las fronteras inexploradas. Hijo de una familia noble, desde joven se sintió atraído por la aventura y la ciencia. 

Su carrera comenzó en la Academia de Guardias Marinas de Cádiz, donde maestros como Vicente Tofiño y José Varela lo formaron para enfrentar los grandes desafíos navales de su tiempo.

Carlos María de Alvear fue uno de los sobrevivientes de su familia, la que pereció en la voladura de la fragata Mercedes. (Imagen: web)

Alvear no fue un marino cualquiera. A bordo de fragatas que surcaban los mares del Atlántico y del Pacífico, participó en expediciones científicas para medir las longitudes marítimas, contribuyendo al avance de la navegación. 

Sin embargo, fue en América del Sur donde forjó su leyenda, al ser nombrado comisario de la Comisión de Límites Hispano-Portuguesa. En ese cargo, durante años recorrió las tierras salvajes del Paraná, el Yaguarón y la laguna Merín, en medio de tensiones diplomáticas entre dos imperios.

El 2 de abril de 1782 se casó con doña María Josefa Balbastro y Dávila -hija de Isidro y de Bernarda Antonia Dávila Fernández de Agüero, ambos de noble alcurnia-, quien había nacido en Buenos Aires el 15 de septiembre de 1759. 

De ese matrimonio nacieron varios hijos, de los cuales vivieron Manuela, nacida en 1786; Diego, en 1788; Carlos María Gabino del Santo Ángel, en 1789 -quien sería el único de los hermanos que sobreviviría a la tragedia y llegaría a ser Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata-; Zacarías, en 1790; Isidro José, en 1792; Francisco Borja, en 1794; María Josefa, en 1797; María Bernarda, en 1799; y Juliana, la última, que vio la luz el 13 de noviembre de 1803, el mismo día que su padre.

En diciembre de 1783, Diego de Alvear fue nombrado comisario de la Comisión de Límites para definir las fronteras entre España y Portugal en América del Sur. Junto a un equipo de geógrafos y astrónomos, avanzó por el Paraná, enfrentando dificultades geográficas y diplomáticas, especialmente con su contraparte portuguesa, Juan Francisco Roscio. 

Las discrepancias detuvieron el proyecto en 1791, lo que permitió a Alvear explorar y documentar la región por su cuenta.

El vasto paisaje de América del Sur era solo el telón de fondo de una vida marcada también por un vínculo personal, el de su esposa, María Josefa. Ella lo acompañaba en espíritu mientras él enfrentaba las inclemencias del tiempo y las interminables disputas diplomáticas. Mujer de temple fuerte, había aceptado la vida nómada de su marido, sabiendo que cada río cruzado y cada límite trazado eran pasos que lo alejaban de ella.

A lo largo de esos años, entre informes técnicos y la observación meticulosa de la naturaleza, Alvear encontró consuelo en la correspondencia con María Josefa. Ella representaba el ancla en su vida, el hogar que lo esperaba más allá de los ríos y las selvas. Pero el destino, como esas aguas traicioneras que navegaba, les tenía reservada una tragedia.

A las puertas de una nueva guerra

A finales del siglo XVIII y principios del XIX, Europa estaba envuelta en conflictos que también afectaban a sus territorios americanos. Francia y el Reino Unido se enfrentaban por regiones estratégicas como Canadá, mientras que España y Portugal luchaban en América del Sur. 

La Revolución Francesa desestabilizó Europa, y Gran Bretaña inició una guerra contra Francia y el Imperio Napoleónico. El poder naval británico, liderado por figuras como Nelson, consolidó su hegemonía. España, debilitada y aliada con Francia, firmó tratados que comprometieron su independencia, lo que provocó tensiones con el Reino Unido. 

Las potencias utilizaban sus territorios de ultramar para perseguir sus ambiciones imperiales, moldeando el futuro de Europa y América.

Un viaje como tantos

En una mañana serena de agosto de 1804, de las aguas del Río de la Plata zarpaban cuatro fragatas españolas cargadas no solo de bienes materiales, sino también de esperanzas, vidas y sueños que anhelaban regresar a la Península Ibérica. 

Desde el puerto de Montevideo, las naves Medea, Fama, Mercedes y Clara partieron para surcar el océano Atlántico, transportando importantes cofres. Oro, plata y valiosas mercancías de la Capitanía General de Chile, el Virreinato del Perú y el Virreinato del Río de la Plata, junto con las ganancias de prominentes comerciantes de Buenos Aires y Montevideo, se dirigían a las arcas españolas en una época en la que el poder y el prestigio de las naciones se medían por el peso de sus tesoros.

La alegría de los Alvear se podía sentir en cada uno de los más grandes, quienes estaban ansiosos por llegar a la península española y conocer a sus abuelos y otros familiares. Lo mismo pasaba con María Josefa, esposa del capitán, quien tenía en sus brazos a la pequeña Juliana, que todavía no cumplía el año de vida, y a María Bernarda y  María, que estaban a cargo de Manuela, la mayor de todos. 

Ellos se embarcaron en la fragata Mercedes junto a un sobrino y cinco afroamericanos que eran parte de la familia.

Al mando de esta flota estaba el Mayor General Tomás de Ugarte, un veterano almirante cuyas responsabilidades no se limitaban solo a proteger el cargamento. A bordo iban también civiles, altos oficiales y sus familias. Entre ellos, dos figuras que más tarde dejarían una profunda huella en la historia: el capitán de Navío José de Bustamante y Guerra, y el capitán de Navío Diego de Alvear y Ponce de León, quien volvía a España con su esposa y ocho hijos, incluida su promesa más joven, Carlos María, un niño destinado a servir en el Regimiento de Carabineros Reales. Otro niño, Tomás de Iriarte, futuro oficial y escritor, también iba a bordo.

Joseph Bustamante y Guerra, comandante de la flota que salió de Montevideo rumbo a España en 1804. (Imagen: web)

Mientras las fragatas avanzaban con tranquilidad, las tensiones internacionales se cocían a fuego lento. 

En las cortes europeas, las diplomacias se enfrentaban. España, atrapada en su incierta neutralidad entre Francia y el Reino Unido, había firmado un tratado que enfurecía a los británicos, quienes veían en cada barco español un aliado potencial de su peor enemigo, Napoleón. 

Sin embargo, la flota avanzaba confiada, bajo el manto de una paz incierta pero vigente y los acuerdos internacionales.

La travesía transcurría sin mayores incidentes. Los encuentros con otras naves mercantes y dos bergantines de su majestad británica confirmaban que la paz entre España y los británicos seguía firme. 

Pero la calma pronto se quebraría. Ugarte, agotado por problemas de salud, cedió temporalmente el mando a Alvear, quien se transbordó a la nave capitana Medea, dejando a su familia en la fragata Mercedes, donde continuaban su viaje.

Entre fuego y dolor

Apenas unas millas de distancia separaban a la flota española de la costa de Cádiz cuando, el 5 de octubre de 1804, la fragata Clara avistó cuatro naves que se acercaban rápidamente. 

No se trataba de comerciantes o aliados. Eran fragatas del Reino Unido: Amphion, Indefatigable, Medusa y Lively. El destino de la flota española estaba a punto de cambiar.

La tensión en el aire era palpable cuando un oficial británico abordó la nave Medea. En un tono mesurado, pero firme, anunció a Alvear que tenía órdenes de su gobierno para capturar y escoltar los barcos españoles, a pesar de que, como admitió, las naciones seguían en paz. 

Alvear rechazó la exigencia, afirmando el derecho de España a navegar libremente bajo su bandera. Pero las palabras del enviado británico no eran más que una formalidad. Antes de que pudiera regresar a su barco, los cañones de las naves británicas ya estaban listos.

El primer disparo rompió el silencio. Sin previo aviso, los ingleses abrieron fuego contra una flota pacífica. La escuadra española respondió como pudo, pero la disparidad era evidente. 

En medio del caos del combate, un disparo devastador impactó la fragata Mercedes. En un segundo, todo cambió. La santabárbara, donde se almacenaban las municiones, explotó con tal fuerza que el barco se desintegró. 

Los gritos se ahogaron entre las llamas y las olas. Entre los que perecieron estaban María Josefa Balbastro de Alvear, de 45 años, y sus hijos de 18, 16, 14, 12, 10, 7, 5 y casi un año de edad. Una tragedia que el propio niño Tomás de Iriarte recordaría más tarde en sus memorias, describiendo la escena con un dolor que trascendía el tiempo.

La batalla continuó. Las naves españolas, superadas en número y potencia, resistieron durante dos horas antes de ser derrotadas. La Fama, la última en rendirse, intentó escapar, pero la persecución implacable de los británicos terminó por forzar su rendición. 

Los tripulantes y pasajeros sobrevivientes fueron tomados como prisioneros. Sin embargo, los marinos ingleses, conscientes de la tragedia y el dolor causado, brindaron toda la atención posible a los cautivos.

La captura y el impacto negativo en el Reino Unido

Cuando la flota británica arribó al puerto de Plymouth el 19 de octubre, los prisioneros fueron sometidos a cuarentena mientras se realizaba el inventario del botín capturado: seis millones y medio de duros, de los cuales un tercio pertenecía a particulares. Entre ellos, los bienes de Alvear, ahora un hombre destrozado, viudo y despojado de su familia.

La noticia del ataque resonó como un trueno en Europa. La prensa británica y la Cámara de los Comunes criticaron duramente la acción, calificándola de piratería. "Nos hemos convertido en lo que siempre condenamos", escribía un editorial británico. 

Mientras tanto, en España, la indignación crecía. El 14 de diciembre, el rey Carlos IV ordenó declarar la guerra a Gran Bretaña, desatando un conflicto que cambiaría el rumbo de las naciones.

Para Alvear, su vida daría un giro inesperado. A pesar de su tragedia, permaneció en el Reino Unido hasta fines de 1805, siendo indemnizado por el gobierno británico por el gran daño causado. 

Su figura se hizo importante entre los ciudadanos al intentar consolar aquel infortunio. En pocos meses, reconstruyó su vida y contrajo en Londres segundas nupcias con Louisa Ward-Hopwood, quien había nacido en Ostende, Bélgica, el 1 de julio de 1786. 

Retrato de Louisa Ward-Hopwood, segunda esposa de Diego de Alvear y una de las principales bodegueras de Montilla. (Imagen: web)

De esa unión nacieron siete hijos, en su mayoría en Cádiz, Montilla y Londres, y ella lo acompañó hasta su muerte. Regresó a la península, donde participó en importantes acontecimientos políticos y militares. 

Es importante destacar que Louisa fue una de las principales bodegueras en Montilla, una tradición heredada de don Diego. Mientras tanto, su hijo sobreviviente, Carlos María, estudió un tiempo en Londres y luego viajó a la península, donde inició una carrera militar que lo llevaría, años más tarde, a luchar en las guerras de la Independencia de Sudamérica.

El destino de la flota española, sellado aquel fatídico 5 de octubre de 1804, no fue solo un capítulo más en las tensiones entre naciones. Fue una tragedia humana, un testimonio de la crueldad y el azar de la guerra. Un recordatorio de que, en medio de las decisiones de reyes y almirantes, son las vidas de civiles y soldados las que pagan el precio más alto.