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Corrupción en el Gobierno patrio: el legado de Juan Larrea

Su vida es un recordatorio de que los ideales de libertad y justicia a menudo se ven empañados por intereses personales y corrupción

Carlos Campana

Por Carlos Campana

27 Mayo de 2024 - 10:33

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En la brumosa madrugada del 25 de mayo de 1810, Buenos Aires se despertaba con la esperanza de un nuevo comienzo. La Plaza de Mayo, entonces conocida como Plaza Mayor, se llenaba de rumores y expectativas mientras se formaba la Primera Junta de Gobierno. Entre los miembros que tomaban su lugar en este primer gobierno, destacaba una figura singular, reconocible por sus largas patillas: Juan Larrea.

Larrea era un comerciante astuto, un estratega con un historial de riqueza y controversia. Nacido el 24 de julio de 1782 en la ciudad catalana de Mataró, España, había llegado a Buenos Aires siendo muy joven, con una ambición tan vasta como el océano que había cruzado.

Un comerciante rebelde

Desde muy joven, Larrea se sumergió en el bullicioso mundo del comercio y la navegación en el Río de la Plata. Su aguda capacidad para negociar y su disposición para aprovechar el contrabando lo hicieron prosperar rápidamente. Su negocio se centraba en la compra y venta de cueros, vinos y otros productos, y en poco tiempo, su fortuna comenzó a crecer.

Se alió con personajes influyentes como Martín de Álzaga y el estadounidense Guillermo White (William Porter White), formando parte de un consorcio que no solo manejaba el comercio legal, sino también el lucrativo mercado negro.

Este grupo de comerciantes, encabezado por Álzaga, tenía un control casi total del comercio en la región, y su influencia se extendía a los puestos de poder. En 1806, Larrea fue nombrado síndico en el Consulado de Comercio del Virreinato.

Durante las invasiones británicas, utilizó su fortuna para formar una milicia llamada Miñones de Cataluña, que desempeñó un papel crucial en los enfrentamientos.

El 1 de enero de 1809, Buenos Aires fue testigo de una revolución liderada por Álzaga, con Larrea como uno de sus principales seguidores, contra el virrey Liniers. Aunque la sublevación fue sofocada, debilitó significativamente al gobierno del vencedor de las invasiones británicas al Río de la Plata, dejando claro que Larrea era un hombre dispuesto a arriesgarlo todo por el poder.

Un poder en la sombra

En los agitados días de 1810, Larrea participó activamente en las reuniones que llevaron a la formación de la Junta Provisional Gubernativa de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Su influencia y determinación le aseguraron un lugar de prestigio en este nuevo gobierno.

No obstante, su carrera política no estuvo exenta de controversias.

El 5 de abril de 1811, Larrea se unió a una insurrección que lo llevó a ser juzgado y desterrado a San Juan por conspirador. Sin embargo, su exilio fue breve. Las autoridades le otorgaron amnistía y Larrea regresó a Buenos Aires, donde su carrera política continuó ascendiendo.

En 1813, se creó una flota naval para enfrentar a los realistas en el Río de la Plata. Esta flota, comandada por Guillermo Brown, recibió financiación significativa de Larrea y White.

Al finalizar la campaña, los buques fueron vendidos a precios irrisorios a un socio de Larrea, generando sospechas de corrupción.

El apogeo de Larrea en el gobierno llegó en 1814, cuando Gervasio de Posadas lo nombró secretario de Estado del Departamento de Hacienda. En este puesto, Larrea implementó políticas que beneficiaban a su grupo de comerciantes. Sin embargo, su gestión estuvo marcada por la corrupción. Se le acusó de inflar los precios de las armas y de rematar barcos a precios bajos a su socio White.

Justicia y exilio

En abril de 1815, la caída del director supremo Carlos de Alvear llevó a la formación de un nuevo gobierno bajo Álvarez Thomas, que decidió enfrentar la corrupción. La Gazeta de Buenos Aires publicó las acusaciones, desatando la indignación popular. Los días 15, 16 y 17 de abril, la ciudad fue testigo de manifestaciones masivas. El 1 de mayo de 1815, Larrea y otros funcionarios fueron procesados por administración fraudulenta.

Larrea fue condenado por facción, abuso del poder y malversación del tesoro nacional. Todos sus bienes fueron confiscados y tuvo que pagar la exorbitante suma de 82.310 pesos con 3 reales, una fortuna que hoy equivaldría a varios millones de dólares.

Exiliado a Montevideo, después viajó a Burdeos, Francia, donde finalmente se radicó. Más tarde fue perdonado por el gobierno de Pueyrredón y regresó a Buenos Aires, donde fue reconocido por el gobierno de Rosas. Falleció el 20 de junio de 1847.

El legado de Larrea

La historia de Juan Larrea es una mezcla de ambición, traición y redención. Su vida refleja los claroscuros de los primeros años de nuestra Nación, una época en la que los ideales de libertad y justicia a menudo se veían empañados por los intereses personales y la corrupción.

Así, el hombre de las largas patillas se convirtió en el primer ladrón de guante blanco de nuestro país, dejando una lección imborrable en la historia argentina.

Larrea se destacó desde temprana edad en el comercio y la navegación en Buenos Aires. Su habilidad para negociar y su disposición para aprovechar el contrabando lo hicieron prosperar rápidamente. En poco tiempo, su negocio de cueros, vinos y otros productos creció enormemente y la riqueza acumulada le permitió tejer alianzas con figuras influyentes, como Martín de Álzaga y el estadounidense Guillermo White.

Este grupo, liderado por Álzaga, controlaba casi todo el comercio en la región, incluido el lucrativo mercado negro, y tenía una notable influencia en la designación de autoridades.

En 1806, en medio de las invasiones británicas, Larrea fue nombrado síndico del Consulado de Comercio del Virreinato. Utilizó su fortuna para formar una milicia llamada Miñones de Cataluña, desempeñando un papel crucial en la defensa de Buenos Aires.

La revolución del 1 de enero de 1809, liderada por Álzaga y apoyada por Larrea, aunque sofocada, debilitó el gobierno del virrey Liniers, demostrando la capacidad de Larrea para maniobrar políticamente.

Durante la formación de la Primera Junta en 1810, Larrea participó activamente y se aseguró un lugar destacado. Sin embargo, su carrera política estuvo marcada por la controversia.

En 1811 fue desterrado a San Juan por conspirador, pero su exilio fue breve. Regresó a Buenos Aires y continuó su ascenso político.

En 1813, junto a White, financió una flota naval para enfrentar a los realistas en el Río de la Plata. Al finalizar la campaña, los buques fueron vendidos a precios irrisorios a un socio, generando sospechas de corrupción.

En 1814, Gervasio de Posadas lo nombró secretario de Estado del Departamento de Hacienda, donde su gestión estuvo plagada de corrupción. Fue acusado de inflar precios y rematar barcos a precios bajos a su socio White.

La caída del director supremo Carlos de Alvear en 1815 y la asunción de Álvarez Thomas desencadenaron una investigación de corrupción que desató la indignación popular.

En mayo de 1815, Larrea fue procesado y condenado por facción, abuso del poder y malversación del tesoro nacional. Todos sus bienes fueron confiscados y fue exiliado a Montevideo.

Más tarde, fue perdonado por el gobierno de Pueyrredón y regresó a Buenos Aires, donde fue reconocido por el gobierno de Rosas.

Su trágica muerte

Una versión afirma que Larrea se quitó la vida con un disparo de pistola, mientras que otra, aún más macabra, sostiene que Larrea se habría degollado con una navaja de afeitar mientras se escondía en casa de un amigo, consumido por la depresión y el temor a Rosas.

El cuerpo de Larrea, el último sobreviviente de la Primera Junta, fue enterrado en el cementerio de la Recoleta. Sin embargo, sus exequias se realizaron en medio de una indiferencia general que resulta tan desconcertante como su muerte.

Hoy en día, el lugar exacto de su sepultura sigue siendo un misterio, perdido en el tiempo y en el olvido de la historia. La tumba del hombre que una vez estuvo en el centro de la revolución yace anónima, recordándonos que hasta los héroes pueden desaparecer sin dejar rastro.

Su historia, una mezcla de ambición, traición y redención, refleja los claroscuros de los primeros años de la Nación. Su vida es un recordatorio de que los ideales de libertad y justicia a menudo se ven empañados por intereses personales y corrupción.

Así, Larrea, el hombre de las largas patillas, se convirtió en uno de los primeros quienes defraudaron al Estado de este país, dejando una lección imborrable en la historia.