Ciudadano News

Tormenta perfecta

7 Mayo de 2018 - 07:22

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Luego de una de las semanas más difíciles en el aspecto económico para el gobierno de Mauricio Macri, las conclusiones son agridulces. El cóctel de inocencia, impericia y desconocimiento, adornado por internas de Gabinete que son cada vez más difíciles de ocultar, significaron un desgaste importante, sumado al acarreado por el affaire tarifas, que da vuelta la tortilla política: en un tiempo los bochornos impresentables de la oposición eran la mejor propaganda del Gobierno. Hoy, los bochornos impresentables del Gobierno son un banquete servido para la oposición.

Pero es notable observar un punto, que es cómo se perciben los problemas en la sociedad argentina. Acostumbrados a creernos el ombligo del mundo, seres de otro planeta, los Maradona en cada aspecto que se precie, vivimos la crisis mirada exclusivamente desde esos puntos de vista.

“Macri te subió el dólar”, chicanean los 'anti' en las virulentas redes. En los últimos tiempos todas las crisis internacionales (tequila, arroz, hipotecas subprime, etcétera) nos han golpeado duramente, como a todos los países del mundo. También las guerras comerciales internacionales, con subas y bajas de precios, tasas y commodities han hecho sus estragos.

Pero seguimos pensando que solo nos afectan los asuntos internos, que somos inmunes a los escenarios mundiales, que podemos hacer y deshacer a nuestro antojo. Para un argentino, globalización es tener un amigo de face en Andorra o comprar una mochila en China. ¿Quién capitaliza nuestra ignorancia? ¿Quién contribuyó a crearla?

El dólar se apreció en todo el mundo, fruto de las decisiones de Trump de subir las tasas y modificar su política monetaria. Se terminó el negocio del carry trade, que trajo dólares en los últimos años, y estos regresan a su país de origen. El economista Fausto Spotorno, incluso, llamó a esta la “crisis del carry trade”. ¿Cómo es este negocio? Financiarse en una moneda e invertir en otra. Financiarse en dólares, a tasas bajas, venir a países de tasas altas, convertir a la moneda local y llevarse rentabilidades mayores. El impuesto a la renta financiera de inversores extranjeros y los cambios de Trump cortaron el negocio por el momento.

Ahora bien. Todo esto es coyuntural, pero el problema de fondo de la economía argentina sigue siendo otro, aquel que no se puede arreglar sin que haya un costo político infernal, un costo social devastador, y que es el núcleo explosivo de la bomba que dejó activada el populismo: el déficit fiscal.

No hay modo de que la situación del Fisco sea sostenible manteniendo la actual estructura de gastos, que superan ampliamente a los ingresos. Pese a que la recaudación crece mes a mes, sobre todo en base al IVA, las erogaciones son incontenibles. Los ensayos algo demagógicos de bajar gastos en ministerios o no comprar un nuevo avión presidencial son gotas en un océano, porque el déficit tiene puntos centrales que no se pueden tocar sin provocar un terremoto.

Uno de ellos es la inmensa estructura de subsidios que se han modificado con los cuadros tarifarios, por ejemplo, y que están significando un costo altísimo. Otro es el de 18 millones de compatriotas viviendo de la asistencia del Estado.Esto solo podrá modificarse con un enorme cambio cultural, que está muy lejos de producirse, y que parece a estas alturas casi reñido con el “Ser argentino”. El populismo basó su enorme poder y dominio cultural de décadas en hacer creer que somos solo sujetos de derecho, sin ninguna obligación. Por el mero hecho de existir, el Estado te tiene que mantener. El colmo del absurdo populista: además de tener una educación gratuita en todos lo niveles, el Estado te tiene que pagar por estudiar, y subsidiarte desde el comedor hasta el colectivo. Eso sí: obligaciones, ninguna.

Encima, el aparato productivo es incapaz de competir –salvo excepciones– en los escenarios globales, fruto de altos costos, deficiente infraestructura, relaciones laborales insostenibles y leyes que parecen hechas con espíritu de trampa.

El gradualismo, la apuesta inicial de Cambiemos para comenzar a reformar todo esto, parece demasiado lento como mínimo, e inconducente como máximo. Cómo saldremos de esta tormenta perfecta es una pregunta aún sin respuesta. Para muchos la solución es el naufragio: el peronismo en 2001 hundió el barco para hacerse con la capitanía. El resultado lo conocemos. Parece que para muchos esa es la apuesta nuevamente. Borges tenía razón.