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Érase una vez en la Cuarta Sección

Se llama René Hermosilla y fue pupilo de Diego Corrientes -uno de los tantos- en el célebre Luis Ángel Firpo de Capital.  La historia de una promesa en el boxeo amateur que llegó a ser sparring de Nicolino Locche a comienzos de los 70’

28 de septiembre, 2021 - 23:50

Así como el achurero de la esquina recorría 80 kilómetros en su bicicleta a tubos o Don Dery, su vecino de enfrente, en su mocedad atenazaba balones que iban al ángulo, con la misma destreza con la que hoy manguerea las Boinas de Vasco en el cantero de su vereda, acaso a dos cuadras doña Susana era una gran tenista a sus 16 y doña Martha, en su feliz adolescencia, se alzaba contra el encordado de la red de Voleibol para el bloqueo.

Atletas no visibilizados y con el mismo fervor que otros que por allí, prolongaron en el tiempo su vínculo con una disciplina deportiva. Y así como ellos, habrá otros más que no necesariamente tenían el afán de competir, sino ese costado lúdico, recreativo, saludable… Y tampoco tienen porqué poseer el palmarés de triunfadores para contar con orgullo que también pertenecieron al maravilloso mundo del deporte.

René Hermosilla -el Reny, como lo rebautizó su entrenador el gran Diego Corrientes- era en la óptica de varios que lo recuerdan, un prometedor pugilista en la categoría de los welters. En los tiempos que la Federación mendocina de box se llenaba cada viernes para ver a fondistas de la talla de Jorge Aconcagua Ahumada, Juan Mendoza Aguilar, Víctor Emilio Galíndez, Abel Cachazú, Cachín Méndez, Miguelito García y tantos otros, el Reny era un animador en las previas de los aficionados. Pintaba para bueno y de hecho ofició de sparring de Nicolino Locche y los citados Aguilar y Ahumada, aunque como lo relatará luego, un día decidió ponerle fin a su carrera por una frustrante experiencia.

Hoy en el populoso barrio Belgrano de Guaymallén, quizás muy pocos sepan que este vecino en sus tiempos juveniles, cual personaje de una película de Quentin Tarantino con sus pantalones Oxford, pelo a lo Jean Paul Belmondo o polerón con cuello, también se lucía en el Ring con los reiterados uno-dos y el pasito para adelante y el pasito pa’ atrás.

Quizás no todos sepan que el señor del Tallercito de la calle Granaderos, el que hoy conversa con nosotros, jubilado activo pues aun empuña el martillo y enciende la sierra sinfín, fue alguna vez boxeador. Que, a los 18 años, a fines de los 60’ fue campeón mendocino en un torneo realizado en la Federación de Box. Y que el propio Nicolino lo bautizó Morocho Hernández, como el rival que hizo sufrir al Intocable.

En ese repaso de su vida nos dice Hermosilla: “Soy cordobés de Jesús María, pero nos radicamos con mis papás en Mendoza. Yo llegué con 4 años. Mi papá trabajaba en la chacra y en la viña. Compraron un terrenito en la calle Correa Saá y ahí construyeron la casa en que crecí”.

Como cualquier niño de un barrio humilde y sencillo, René iba a la escuela pública y se divertía jugando con sus amiguitos a la pelota, en la calle o en la plaza.

Lejos estaba entonces de acercarse al boxeo, más allá de que alguna vez el fragor del juego derivara en coscachos. Lo cierto es que hubo dos acontecimientos que propiciaron que se encontrara con el deporte de los puños. Y él mismo lo cuenta: “Lo que me dio el empujón para pelear fue cuando Nicolino Locche le ganó el título a Paul Fuji. Antes miraba boxeadores como Muhammad Ali a través de las revistas, pero Locche era un espejo”.

El otro acontecimiento fue un ninguneo vecinal. “Antes San José, Pedro Molina y Belgrano eran muy distintos. No existían entonces algunas calles, pero sí callejones para cortar camino. Yo salía de casa para ir a la escuela Estrada y todos los días había un chico más grande que me hacía burla y me provocaba. Era malo (se ríe) Yo no sabía pegar, así que salía corriendo. Yo no era pendenciero, pero ya me había cansado y un día lo enfrenté. Nos dimos duro pero como era más grande me ganó. Entendí que debía defenderme, pero con aprendizaje. Eso me empujó también”, relata.

“Hoy lo veo a aquel muchacho y nos reímos de la anécdota. Yo le cuento al hijo: ‘no sabés lo malo que era tu viejo’” (risas).

Como el famoso Daniel San de Karate Kid, que también sufría el bullying de sus compañeros y por ello acudió a un gimnasio, o a la luz de la imagen de Bruce Lee, icónica en esos tiempos a través de las películas de Artes Marciales, el Reny Hermosilla se interesó por el Karate y fue a uno de los primeros gimnasios que proliferaron en la provincia.

“Había una escuelita en la calle Saavedra, pero la cuota era carísima y mis padres no me lo podían pagar. Un día, un amigo del barrio comentó que iba a entrenarse a un gimnasio de boxeo llamado Firpo y que en dos días iba a pelear. Le pregunté si yo podía ir, y por supuesto dijo que sí”.

En el boxeo, Hermosilla encontró a su propio maestro Miyagi. Se llamaba Diego Corrientes y era quien conducía ese gimnasio en la Cuarta Sección.

“Fui a hablar con él. ‘Pibe, me alegro que haya venido. Usted va a aprender acá’”, me dijo.

El encerar y pulir, del guaymallino oriundo de Córdoba, fue el trabajo constante en el gimnasio.

“Fue bravo al comienzo. Era correr y darle ‘duro que duro’ a la bolsa. Después Diego me enseñó la técnica: la guardia, cómo sacar las manos y cómo pararme para la defensa. Aprendí rápido, tanto que a las cuatro semanas ya me puse los guantes y me mandó a hacer el primer combate en un entrenamiento con otro chico que también era novato”, rememora.

Y añade: “Lo más gracioso es que aprendí a boxear, pero nunca más me peleé en la calle” (vuelve a reírse).

René ya no buscaba hacer justicia por mano propia, pero sí hacer un buen papel en el debut oficial en un ring y con público, nada más y nada menos. “Don Diego me cuenta que iba a hacerse un campeonato mendocino y que me preparara porque iba a debutar. ‘Eso sí, te vas a empezar a llamar Reny, René no es muy nombre de boxeador’, me dijo. Me entrené con todo, estaba ansioso porque nunca había peleado con gente, pero muy feliz”.

Y así llegó la primera vez para Reny Hermosilla, intensamente vivida desde la previa porque le recordó a las de otros púgiles. “Yo me sentía como que estaba en una pelea por el título del mundo, porque hasta la banda de la Policía tocó el himno nacional. Gané por nocaut en el segundo round y clasifiqué. Fue una alegría enorme. Sería a fines de 1969”.

A la semana siguiente en su segunda pelea, Hermosilla se impuso en el segundo asalto. “La tercera pelea fue brava, era a tres rounds y me tocó ganar por puntos. Llegué a la final, pero el rival que era de Paco Bermúdez no se presentó porque tuvo un problema y automáticamente salí campeón mendocino”, narra Reny sobre su primer logro deportivo.

¡Un campeón mendocino ha llegado al barrio!, decía algún vecino ante aquel suceso. El René, el hijo de don Pedro y doña Felicidad Zurita era famoso en ese conglomerado de gente laburante y sencilla.

“Antes de ese torneo, en el barrio casi nadie sabía que yo era boxeador, pero como salí en el diario al otro día me venían a golpear a la puerta de casa para saludarme y felicitarme. Yo no lo podía creer”, relata.

De repente, el carnicero al que le llevaba la libreta para el fiado, esta vez no le cobraba la carne para el asado y el diarero le regalaba el Mendoza y Los Andes. Y don Daza, el peluquero, le obsequiaba el corte de cabello. Era el ídolo de la Correa Saá.

En el Firpo también despertaba admiración. Es que en poco tiempo había comenzado a cimentar una carrera y era una promesa de campeón, en una tierra en donde proliferaban campeones, merced a los buenos profesores llámese Bermúdez, Suárez, Mora o su propio entrenador Diego Corrientes.

“Andaba bien como amateur, hice varias peleas en San Juan y en Salta. A veces coincidíamos con el Mario Cirujano Ortiz y el Cholo González que también eran amateurs todavía”, dice.

Un día, Diego Corrientes le comenta: “Reny ¿te atrevés a hacer guantes con Nicolino Locche?
Hermosilla, tuvo la misma sensación que con aquel debut en el torneo mendocino. Enfrentarse, aunque fuera en un entrenamiento con su ídolo era tocar el cielo con las manos. Algo que no imaginó nunca. ‘Por supuesto, don Diego’ le dijo.

“Locche se había peleado con Bermúdez y se había ido del Mocoroa. Así que se vino al Firpo. Yo lo miraba y me preguntaba ‘¿cómo puede ser que nadie le pueda pegar?’. Empezamos a guantear y la verdad que el tipo me adivinaba todos los movimientos. Se sabía todo. Yo era ligero y sabía que la única manera de tocarlo era sacando rápido la mano y así fue como en una ocasión acerté a la mandíbula. ¡le saqué la dentadura postiza, que voló afuera del ring!

Nico, un showman, no se enojó.  “Era muy jodón y cada vez que venía al club preguntaba: ‘¿Con quién me toca guantear? Uhhh ¿otra vez con vos Morocho Hernández?’, me bromeaba. Él me había bautizado así, porque decía que me parecía a ese rival que había tenido y lo había complicado antes de su pelea con Fuji”.

No fue con el único que ofició de sparring. También hizo guantes con Juan Aguilar y con Aconcagua Ahumada. “Con Aguilar era bravo, pero con Ahumada era parejo y eso que era medio pesado”, rememora.

Diego Corrientes quien tuvo muchos grandes boxeadores a su cargo lo llamó aparte: ‘Hermosilla, le quiero dar una noticia que lo va a alegrar. Lo han preseleccionado para el preolímpico. Dentro de siete meses va a tener que concentrarse para eso. Por lo pronto métale con todo al gimnasio y no pierda la humildad’.

El pibe del Barrio Belgrano tomó al pie de la letra la recomendación de su ‘Miyagi’. Se entrenó y cuidó como nunca. Como suele decirse en el fútbol, llegó afinadísimo para sumarse al equipo del preolímpico.

Sin embargo, lo que debía ser una fiesta en su vida, fue su mayor frustración. Y acaso lo sigue siendo, porque a medida que relata el episodio, su voz se quiebra y los ojos se le llenan de lágrimas.

“Estaba a punto de cumplir los 20. Me avisan adonde tenía que ir, y cuando me presento me dicen que no, que hay una equivocación y no sé que más. Me rechazaron. Para colmo, Diego Corrientes estaba en Buenos Aires con otro boxeador y yo no tenía nadie que me defendiera”.

Al decir del Diego en el Mundial 94’ el Reny Hermosilla sintió que le habían cortado las piernas o en este caso le habían atado las manos. Se había preparado como nunca para intentar alcanzar un cupo en el equipo argentino que iba a viajar a Múnich en 1972 y de pronto todo se le había esfumado. “Yo después podía estar o no, pero que me quitaran la ocasión de probarme me mató el entusiasmo”.

Corrientes lo fue a buscar, pero su decisión estaba tomada: ya no iba a pelear más. O casi. Volvió a entrenarse unos años después en el Club Atlético Argentino con el profesor Mema, y curiosamente hasta hizo guantes con aquel rival al que le ganó el título mendocino porque no se había presentado.

Hizo algunas peleas más pero luego de una derrota en la cancha del Club Guaymallén, largó definitivamente. Ya no era el mismo. Su carrera ascendente se había truncado por culpa de un burócrata que le coartó su ilusión del preolímpico, la cual lo marcó profundamente.

A partir de allí, fue por años uno de los carpinteros del Belgrano. Quizás ahora todos sepan que ese vecino que, en su tallercito, entre tantas cosas, pergeñó unos originales silloncitos para pibes con los que junto a su familia pasó mejores navidades e inicios de año luego de quedarse sin laburo tras la crisis económica del 2001, la del gobierno de De la Rúa, fue un ídolo barrial para vecinos que ya no están, que tenía pasta de campeón y hasta cruzó elogios y guantes con Nicolino, su ídolo. Y que las historias mínimas, son al fin y al cabo historias dignas de ser contadas.

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