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El mito de la india Magdalena y las telas teñidas para el Ejército de los Andes

La realidad no coincide con la tradición oral que le adjudicó a la aborigen sureña el éxito en la tarea encomendada por el General San Martín antes del cruce de la cordillera

24 de octubre, 2022 - 07:38

A principios de 1816, los pobladores cuyanos, y en especial su gobernador José de San Martín, vivían momentos de angustia al tener conocimiento de una posible invasión realista desde Chile por los principales pasos cordilleranos.

Eran tiempos difíciles y esta guarnición militar contaba sólo con un puñado de hombres para defender el territorio. Allí surgió, a través de la iniciativa de su jefe y primer mandatario, la idea de experimentar el uso de todos los pertrechos de guerra que se encontraban al alcance de la mano: ensayo de balas de para la artillería, fábrica de pólvora y elaboración de telas para los uniformes.

Con relación al vestuario, comenzó a proyectarse la fabricación, abatanamiento y teñido de telas en Cuyo. Estos trabajos no se desarrollaron solamente en Mendoza, sino también en San Luis, donde existió otro batán que se utilizó para fabricar el picote, una especie de tela áspera y pesada para ser usada como abrigo.

 

Doña Juana Mayorga, una mujer del sur

En febrero de ese mismo año, el gobernador intendente de Cuyo José de San Martín convocó por intermedio del comandante de armas del fuerte de San Carlos a una criada de la familia Mayorga llamada Juana, quien supuestamente tenía grandes conocimientos sobre una raíz con la que los indios oriundos del sur coloreaban sus telas. Días después, Juana fue conducida a la ciudad por una pequeña comisión para realizar el tinte de color azul que se necesitaba para las prendas.

La aborigen sureña, a quien le adjudicaban conocimientos sobre un producto natural obtenido de raíces de plantas autóctonas

San Martín y sus colaboradores tuvieron muchas expectativas sobre los conocimientos de esta criada, pero cuando llegó a Mendoza y se dispuso a elaborar con las raíces el anhelado producto, resultó todo un fracaso. Por eso el gobierno le pagó la suma de cuatro pesos por sus servicios y la mujer regresó a su domicilio.

 

Expectativas con la India Magdalena

Tras la malograda posibilidad de fabricar coloraciones, el comandante José León Lemos, jefe del fuerte de San Carlos, le hizo saber a San Martín que conocía a otra aborigen que tenía conocimientos más cabales sobre esta tarea, y así fue convocada la famosa india Magdalena, que vivía en el Sur, más precisamente en la estancia El Yaucha, y a quien –según la tradición popular– se le adjudicó la tarea de realizar el tinte de las telas para confeccionar los uniformes del Ejército de los Andes.

Debido a la necesidad de desarrollar con suma premura el proyecto, mandaron a buscar a Magdalena, quien acompañada por el blandengue José María Ramírez viajó a Mendoza, donde le esperaban las herramientas y útiles necesarios para trabajar. La mujer pidió traer raíces para extraer la sustancia que coloreaba, pero como Juana no pudo cumplir con su cometido de teñir de azul las telas llamadas “picote". Casi un mes después, más precisamente el 28 de marzo de 1816, fue despachada nuevamente hacia San Carlos con el mismo soldado que la había escoltado a Mendoza.

En gratitud por sus numerosos intentos, se le pagó con “arrobas de yerba mate” y con un corte de “reboso”, como se denomina una especie de manto que era usado para cubrir los hombros.

 

El hombre de la tintura

Tras los fracasos de Juana y Magdalena con sus tintes naturales extraídos de raíces, el gobierno optó por convocar por último al ciudadano Francisco Javier Correas, un químico de quien el Estado tenía muy buenas referencias por haber cumplido puntualmente con la entrega de tejidos, por lo que se le pidió que realizara el trabajo.

Correas accedió al pedido de San Martín y desde abril de ese mismo año procedió al teñido del “picote", a pesar de que los más escépticos aseguraban que también fracasaría como en los otros intentos. Pero sin embargo su trabajo tuvo muy buenos resultados.

El color azul de los paños quedó muy firme y comenzaron a teñir una cantidad considerable de piezas, y Correas trabajó desde abril a junio de 1816, pero el gobierno recién le abonó una considerable suma de pesos por sus honorarios desde octubre hasta noviembre inclusive.

Sin embargo, finalmente, el proyecto de uniformar a la tropa no prosperó, a pesar de que Correas fue el único que tuvo éxito en el interesante emprendimiento.

 

Uniformes desde Buenos Aires

Después de la declaración de la Independencia el 9 de julio de 1816, el director Supremo Juan Martín de Pueyrredón –previa reunión con el coronel mayor José de San Martín en Córdoba– declaró a través de un decreto del 1 de agosto de ese año la formación del Ejército de los Andes. Una vez creado, se procedió a su formación en Cuyo con el objetivo de marchar por la cordillera para dar la libertad a Chile, que desde 1814 estaba en manos de los realistas.

Desde la metrópoli de las entonces Provincias Unidas del Sud se envió todo tipo de armamento, como fusiles y piezas de artillería de diversos calibres, además de uniformes, los que se confeccionaron en Buenos Aires con paños de segunda para los soldados y de primera para los oficiales.

Para los primeros las telas eran más finas y tenían un costo de 2 pesos fuertes, una suma bastante onerosa en aquella época, más aún teniendo en cuenta que las arcas del gobierno estaban semivacías. A pesar de la compleja situación, el brigadier Pueyrredón cumplió su palabra y todo lo que había en existencia fue enviado a Mendoza.

Faltaban solamente dos meses para que el flamante ejército marchara a reconquistar el territorio trasandino como se había planificado, lo que hizo que su general en jefe, José de San Martín, conversara con los gremios de carretas de José Albino Gutiérrez, Pedro Sosa, Nicolás Serpa y Francisco Delgado para que transportaran con premura lo que se necesitaba para finalizar con el equipamiento de las tropas.

Estas carretas transportaron una gran cantidad de prendas en un mes, batiendo todo un récord de tiempo en aquellos tiempos.

Los uniformes que realmente vistieron al Ejército de los Andes, fueron entregaron en la plaza Mayor –hoy Pedro del Castillo– y luego fueron distribuidos a los soldados en una casa de la ciudad que servía de depósito, lugar denominado ‘Almacenes del Estado’.

Como se ve, ni Juana Mayorga ni la india Magdalena tuvieron éxito, aunque la tradición oral ensalzó a estas mujeres como pioneras en el teñido de las telas de los uniformes utilizados por las tropas para la campaña libertadora.