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Cómo disfrutaban nuestros abuelos el ritual del Carnaval

La fiesta popular era tradicional en el país y en Mendoza ya desde hace más de un siglo, y hasta Domingo F. Sarmiento llegó a ser uno de los más entusiastas participantes

20 de febrero, 2023 - 08:51

Hace más de un siglo, en el país –y en especial los mendocinos– se celebraba tradicionalmente y con gran algarabía el Carnaval. Hoy, esta tradicional fiesta propiamente dicha, pasa desapercibida en el grueso de la población, y solamente algunos mayores añoran aquellos ritos, como el jugar con el agua, el corso, las comparsas y los bailes en los clubes. Vale la pena, entonces, recordar cómo nuestros padres o abuelos esperaban con ansias estas fechas.

Una tradición de cinco mil años

La celebración del Carnaval tiene su origen probable en fiestas paganas, como las que se realizaban en honor a Baco, el dios del vino, las saturnales y las lupercales romanas. Para algunos historiadores, los orígenes de las fiestas de Carnaval se remontan a unos 5.000 años, y fueron los sumerios y egipcios quienes comenzaron con estas celebraciones que, con el correr del tiempo, fueron incorporadas al Imperio Romano y desde allí se difundieron por toda Europa. El cristianismo también la incorporó como una fiesta religiosa.

Es por eso que el carnaval se realiza tres días antes del Miércoles de Ceniza, el día en que comienza la cuarecuaresma. Siglos después, los españoles y portugueses trajeron estas celebraciones a América en los tiempos de la colonización. cuando la vida era un carnaval A principios de enero de cada año, allá por fines del siglo XIX, la mayoría de los mendocinos se preparaba para festejar el Carnaval.

Faltaba más de un mes, pero ya se habían formado las comisiones para la organización de esta verdadera fiesta popular. En este particular evento participaba, además del estrato social más humilde, la alta sociedad local. Era en realidad una fiesta popular que duraba varios días.

Los miembros pudientes de Mendoza se reunían en encuentros sociales para recaudar fondos destinados a la más divertida fiesta anual. Además del dinero recaudado en los eventos, los organizadores recibían fondos del gobierno provincial, y especialmente de la policía.

Días previos a la fiesta, el municipio capitalino dictaba una ordenanza para el corso nocturno con varios artículos. Como primera medida, se prohibía arrojar agua en las calles, huevos y otros objetos, a excepción de las bombitas, el uso de pomos, confetis o serpentinas y flores.

La guerra de los sexos

Ahora bien, trasladémonos a un día de carnaval por aquel tiempo. Por ejemplo al 19 de febrero de 1882, cuando el calor se hacía sentir en la siesta de la ciudad mendocina. Cientos de adultos y niños salieron a las calles con sus baldes llenos de agua, huevos de gallinas o de ñandú u otros recipientes que servían para “chayar” a las mujeres o a los hombres.

Muy pocos eran los que se quedaban a dormir la sagrada siesta en aquellos días, ya que nadie quería perderse este festival de agua. A esa hora de la tarde se iniciaba un combate entre mujeres y hombres, niñas y niños, y se libraban verdaderas batallas campales entre los vecinos. Gritos y risas se podían oír en todos lados; en las veredas, en los zaguanes o desde los techos, y muchos utilizaban el agua de las acequias para mojar a su “enemigo”.

Algunos llevaban en sus manos un “arma” letal: los huevos con agua. Este ingenioso elemento se confeccionaba con un huevo de ñandú, al que se le hacía un orificio en la parte superior y se vaciaba, quedando solamente la cáscara completa. Luego, se lo dejaba secar y se lo llenaba con agua, siendo el antecesor de las “bombitas” de agua que comenzaron a usarse a mediados del siglo XX. Al lanzarlo, el huevo se rompía mojando a la persona destinataria.

A las seis de la tarde, mujeres y hombres hacían una tregua hasta el día siguiente. Pero todavía quedaba la noche, con bailes y corsos

 

 

Apretando pomos

Cuando la noche llegaba, la calle de San Nicolás –hoy San Martínera el centro de la fiesta de Carnaval. En este lugar se erigían artísticos arcos de flores con guirnaldas y otros coloridos decorados que embellecían la principal arteria de la ciudad. Los vecinos concurrían en masa a ver el mágico espectáculo y a participar de la fiesta en una ciudad en la que sólo existían faroles que iluminaban a gas, ya que la electricidad llegaría a Mendoza tres años después.

A eso de las 20.30 se reanudaba la lucha entre hombres y mujeres, pero esta vez el enfrentamiento era menos agresivo, ya que se utilizaban pomos fabricados con plomo que se vendían en la histórica casa de Manuel Vidal y lanzaban agua perfumada que, para suerte de los participantes, no manchaba la ropa.

El festejo contaba con la presencia del gobernador y las autoridades de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, quienes se ubicaban en el palco central de la vía principal. Mientras tanto, la banda de música de la Policía tocaba en medio de las serpentinas y flores que eran arrojadas por el público.

A su vez, pasaban carrozas con motivos alegóricos que en su interior transportaban a jóvenes mujeres disfrazadas. Las comparsas acompañaban el paso de los carros hasta la medianoche, hora en que finalizaba el corsAquella aldea mendocina vivía los cuatro días de la celebración con gran alegría, hasta la culminación del Carnaval, cuando se realizaba el entierro del Rey Momo.

Entonces, lejos de entristecerse por el final, muchos de estos entusiastas ya estaban pensando cómo armar la fiesta del próximo año.

El presidente que amaba esas fiestas

En 1858 se realizó la primera comparsa en la Argentina, y en 1869 el primer corso con la participación de máscaras y comparsas. Un año después, se incorporaron los carruajes carruajes. De los próceres nacionales, uno de los más entusiastas y apasionados en el juego del agua era Domingo Faustino Sarmiento.

Tal fue su pasión por el Carnaval, que los integrantes de una comparsa llamada ‘Los habitantes de Carapachay’ le obsequiaron en una bulliciosa ceremonia una medalla de plomo, proclamándolo ‘Emperador de las Máscaras’. Es más, cuando era presidente de la Nación, y a pesar de su investidura, participaba activamente en los carnavales, mojándose en la calle junto a los vecinos.