04 de octubre, 2020 - 11:47

La gran expectativa generada por los anuncios del equipo económico de la semana que terminó muestra varias cosas: en primer lugar, cuales son las urgencias reales del Gobierno, y en consecuencia la endeblez del conjunto de variables de la economía argentina.

En segundo término, cuan sedientos de soluciones se encuentran los sectores productivos de nuestro país, que necesitan previsibilidad y viabilidad para sus proyectos de negocios. Y finalmente, el aspecto más descarnado, cuál es el rol que se le asigna a cada actor en el esquema de poder que intenta pergeñar la dupla Fernández-Fernández.

Está claro que la necesidad de dólares es acuciante, urgente, y que las medidas que se toman –a juzgar por los resultados inmediatos en el mundo financiero- terminan pareciéndose a un tiro en el pie, ya que el Banco Central pierde reservas a cada paso, y el refugio del dólar pasa de verse atractivo a verse inevitable. Las restricciones aumentan la desconfianza, y esta es veneno para la economía.

En este contexto, el sector agropecuario es visto solo como aquel que puede suministrar oxigeno verde a las arcas, y no como aquel que produce y genera riquezas y, en consecuencia, es capaz de suministrar oxigeno verde a las arcas. ¿Se entiende la diferencia? Conceptualmente hay un abismo entre una concepción y otra.

Podría decirse: potenciemos a este sector que siempre responde, y con condiciones propicias invierte y produce como para aportar muchísimo al resto de la economía, y es capaz de ser competitivo a escala internacional. Se dice: saquémosle a estos que tienen y la guardan para especular.

Solo así se entiende que la baja de retenciones sea pensada como un beneficio solo a pequeños actores de la cadena, como si los grandes no aportaran en grande, y solo así se entiende el burdo período de tres meses.

Cualquier planificación en el agro debe develar las políticas y expectativas, por lo menos, en el plazo de un año, un ciclo de cosechas. Tres meses es irrisorio, si no fuera porque demuestra un total desconocimiento del principal productor de riquezas de nuestro país, entonces se vuelve patético.

Un ruralista lo definió con un dejo de amargura: “No le interesa nuestro trabajo, no le interesa nuestra producción, solo quieren nuestros dólares”.

Y vale recordar que, en el anterior ciclo de gobierno del mismo signo político, cuando el enemigo fue el campo, el gobierno sufrió una derrota cuyos efectos aún siguen, y probablemente influyan en el ánimo de parte del equipo de gobierno.

Las medidas demuestran que, cuando se piensa en alentar a sectores productivos, para alguno de ellos hay claridad de objetivos y de la forma de lograr resultados.

Pasa con la construcción, o con algunas industrias y actividades puntuales. Pero con el campo siempre se fracasa por desconocimiento o por prejuicio, y ahí está el problema que el gobierno debería desmontar: su desconocimiento y prejuicio, aunque probablemente uno sea hijo de otro.

Desde ciertas ideologías han soñado toda la vida con una “burguesía nacional” que sea el motor de la economía, y del país que sueñan. La han buscado en los sectores más diversos, alentando por medio de políticas, subsidios y protecciones, ese ficticio Eldorado que nunca llegó a existir.

El agro es el único sector con la dinámica, la vocación de inversión, la capacidad de innovación y la aplicación de tecnología que cualquier otro sector de la economía envidia.

Y no estamos hablando aquí de volver a la Argentina pastoril del granero del mundo y de la república conservadora.

Estamos hablando de una probable Argentina pujante que use esos recursos y capacidad como eje del desarrollo de los otros sectores, desde agroindustria hasta metalmecánica y tecnologías aplicadas.

Solo que los que deben darse cuenta de esto aún no lo hacen.