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Expertos en equivocarnos

Aunque muchos piden “mano dura”, para gobernar lo que hace falta en realidad es tener sentido común, honestidad e inteligencia

06 de noviembre, 2022 - 09:35

La historia nos ha venido enseñando que en los períodos en que hay vacío de poder se nota un sentimiento generalizado de frustración y cunde la desesperanza. Entonces aparecen dos peligros para los sistemas basados en la convivencia democrática: la anarquía o un gobierno despótico.

Pero también pueden ser el salto hacia un cambio positivo, algo así como un despertar después de haber estado cerca o de haber caído por el abismo.

En el mundo hemos visto y aún vemos casos de estados fallidos donde una comunidad, generalmente multifacética, no es capaz de constituirse en una entidad jurídicamente organizada.

Como también sucedió y sucede que alguien se siente con el derecho de imponer el orden, que, con mucha frecuencia, suele ser una interpretación propia de cuál es la mejor forma y en qué consiste ese orden.

También es necesario reconocer que apenas se rasca un poco en la superficie de cualquier sistema, la corrupción no tarda en aparecer y si no se la combate se alza altiva y victoriosa acallando las voces que la condenan por temor o por conveniencia.

Algún día, en otro tiempo, pero ojalá que sea en este mundo, la corrupción será el enemigo común a quien combatir. Ahora no lo es.

Con una notable y estudiada hipocresía, las principales figuras de la devaluada política argentina niegan tres veces antes que cante el gallo sus pretensiones de treparse a algún cargo político, y si es la presidencia de la Nación tanto mejor.

Pero recorren todo el país con fondos generalmente públicos diciendo que están dialogando con todos los argentinos e imponiéndose de sus necesidades.

Tal vez no hayan leído que casi la mitad ha caído en la pobreza y los que más o menos pueden hacerlo se quieren ir urgentemente del país.

Con los datos en la mano y la realidad gritándoles en los oídos, nadie ha sido capaz de aunque sea mentir un plan político y económico para cambiar este estado de cosas.

El marasmo económico corroe la poca decencia política que pueda quedar y ya está dañando el precario refugio psicológico que les queda a los argentinos.

Ese es el estado de ánimo que desata los temores que exponíamos más arriba.

Todo lo malamente explicado se da de cabeza con lo que vemos todos los días en el circo.

El clima preelectoral desatado anticipadamente indica que la intención real es conservar el poder a como dé lugar o volver a él creyendo que se van a olvidar los tremendos errores cometidos o que se van a perdonar.

En ese aspecto los unos y los otros no tendrían nada que envidiarse, solo que 16 años contra 4 pueden dar cierta ventaja en esta lidia.

Desde el oficialismo, por llamar de alguna manera a la comparsa gobernante, la figura de Cristina Kirchner se desdibuja con una evidente desorientación en el contexto de un desesperado intento de retener y convencer con consignas ideológicas de amplio espectro pero que suenan vencidas por nuevas realidades.

El Máximo hijo farfulla un discurso inconexo donde apenas puede hilar viejas frases y nadie se explica cómo se lo entronizó al frente del viejo PJ bonaerense que le puso realmente el pecho a los peores momentos de la represión y la proscripción.

Y para el éxito de las contradicciones provoca vergüenza ajena ver a un Presidente sacar su mejor sonrisa peronista y abrazar a un pragmático Lula ganador por un hocico y que le devuelve el gesto calándose un gorrito promocionando la candidatura de CFK23.

Toda una sobreactuación de un supuesto bloque de izquierda sudamericana que contrasta con un Massa que se prosterna en los pasillos del FMI y del Club de París.

En la otra vereda nada aparece tranquilizador; una derecha de sospechosa fidelidad democrática se mezcla con los defensores de la República con tono amenazante, que más que prometer progreso retrotrae a la dialéctica del ’55.

Y entre conversos y principistas, las ideas socialdemócratas se han ido diluyendo, acá como en todo el mundo, y los acuerdos y las políticas de Estado son parte de un pasado añorado.

Las cosas están más para equivocarse que para acertar.

A tanto despropósito y baja calidad dirigencial se oponen los gritos y promesas de guadaña y redención que entusiasma a los desesperanzados, quienes con razón han perdido la fe en lo que nos decían los libros de Instrucción Cívica y están empezando a abrevar en la idea de que “acá hace falta mano dura”, aunque lo que hace falta en realidad es sentido común, honestidad e inteligencia.

Por eso es necesario perder para siempre otra oportunidad para meter la pata.