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El pueblo unido jamás será vencido

A casi 40 años del reinicio de la democracia, tenemos que empezar a entender que si bien es necesario reparar, también es imprescindible construir futuro

30 de octubre, 2022 - 08:17

Las consignas, como los cantos de tribuna, suelen ser copiados o robados para distintos actos y diferentes circunstancias y pueden a veces parecer vacías de contenido por ser tantas veces repetidas.

Pero el valor intrínseco más importante de algunas consignas políticas que se afianzaron en la forma de expresarse de las masas, es la capacidad de sintetizar expresando en pocas palabras una realidad por alcanzar o la afirmación de una por la cual se ha luchado duramente.

El camino hacia la recuperación de la democracia en 1983 dejó heridas y daños que la historia permanentemente está buscando, analizando y registrando.

Hay literatura con criterios a veces encontrados y hasta con la mezquina salida del reproche y el aprovechamiento político desleal que nos cuentan lo que pasó en aquellos años y puede que nos aclaren algunos criterios a los que transitamos aquellos tiempos, en los que casi siempre se ven las cosas desde un solo ángulo.

Los días entre el 30 de octubre y el 10 de diciembre de aquel año estuvieron atravesados por el temor, la incertidumbre y por una esperanza que rayaba la temeridad.

Se creía que a la mañana siguiente de la asunción de las nuevas autoridades la democracia estaba asegurada y que a partir de ese momento la felicidad del pueblo estaba garantizada.

Había un clima de paz como pocas veces antes se había percibido en el país.

La sensación de tranquilidad después de sorteada la tormenta tenía una particularidad. Esta vez no se percibía el odio entre facciones. El enemigo derrotado era la fuerza bruta de una bestia que se agazapaba y no se daba por vencida, aunque estuviera acorralada.

La palabra empezaba a recobrar su sentido, se creía en las promesas.

Ese mediodía del 10 de diciembre de 1983 la multitud en la Plaza de Mayo puso en boca de Raúl Alfonsín una frase muy cara por la fuerza aglutinadora que proyectaba, y el flamante presidente constitucional la repitió como un eco desde el balcón del Cabildo de Buenos Aires: “El pueblo unido jamás será vencido”.

Otra vez la fiesta y los festejos en las calles, como diez años antes había ocurrido con el triunfo del FREJULI que destronó a la dictadura de Onganía y Lanusse. Pero en aquel 1973 ya se presagiaba que la violencia para imponer dogmas ideológicos terminaría en tragedia, como realmente pasó.

Esta vez parecía que la lección se había aprendido, o al menos una parte de ella, la que permitiera afianzar la idea que solo con democracia, aunque sea imperfecta, se puede trazar un camino para que se hagan realidad y no se vuelvan vacías esas otras consignas: justicia social, democracia generadora de progreso, paz, pan y trabajo, crecimiento y desarrollo para todos y un etcétera bastante más largo.

Hoy se cumplen 30 años de aquella partida que prometía ser una gesta, pero que por tanto darle exageradas expectativas nos olvidamos que se trata de un largo y difícil viaje que tiene aún mucho que recorrer lleno de peripecias.

La singladura comenzó con una nave recién pintada, hoy está con herrumbre el timón dañado y casi a la deriva, pero a flote y sin agujeros en el casco.

Impericias y deslealtades han dejado a la democracia argentina en un estado crítico y crucial, que, aunque la sociedad esté cansada de promesas de refundaciones, va de suyo que cambiar se trata de retomar los valores que no tienen fecha de caducidad, los que sirvieron siempre en toda la historia de la humanidad.

En pocos meses se volverá a la coyuntura de tener que decidir en quién se va a confiar. 

La oferta es bastante pobre, las ideas innovadoras no abundan y las promesas vuelven a sobrar y los falsos redentores abruman con propuestas peligrosas.

Sin embargo, hay que reafirmar que la única salida sigue siendo la democracia y que a la mala política se la arregla con buena política, pero siempre política.

Ya probamos otras fórmulas y siempre nos fue muy mal.

Además, de una vez por todas, a casi 40 años del reinicio, empecemos a entender que si bien es necesario reparar, también es imprescindible construir futuro.