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El extremismo pragmático

Pocas veces en la recuperación democrática la paciencia de la sociedad, del periodismo y de la política ha sido tan corta y volatilidad.

26 de noviembre, 2023 - 09:22

En una Argentina aparentemente partida por las ideologías la gente votó reconociendo que no es posible seguir por donde, ahora espera que las ideas y los prejuicios sean desplazados por el sentido común

Pocas veces en la recuperación democrática la paciencia de la sociedad, del periodismo y de la política ha sido tan corta y volatilidad. A tal punto que las lógicas vacilaciones, idas y vueltas en la formación de lo que debe ser un complicado gabinete, ya están poniendo en duda la capacidad de decisión del presidente electo.

Ha sido tal la centralidad que ha tomado la actividad de Javier Milei previo a su toma del mando que invisibiliza que el Gobierno kirchnerista aún tiene poder de fuego a pesar de la ruda salida del escenario de Sergio Massa que hasta el domingo pasado fungió de virtual jefe del Estado.

La postración postderrota ha sido tal que le quitó las ganas de viajar a Europa a Cristina y Alberto, y hasta ha causado un shock de silencio al único ganador del oficialismo actual, el reelegido gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof. Aunque eso no signifique que se esté organizando lo que será el refugio de los desplazados del poder.

La irrupción del personaje Milei en la política y su salto a la presidencia en tan poco tiempo encendió alarmas y concitó esperanzas genuinas. Por un lado el sector más politizado e ideologizado de la sociedad teme los exabruptos cavernarios cuando no antidemocráticos, por un lado los que ven peligrar las instituciones republicanas y por otro los que no conciben a la Argentina sin el esquema demagógico que el peronismo impuso como cultura social durante más de 70 años.

Pero en estos tan vertiginosos siete días que conmovieron al país se pudo comprobar una vez más la teoría de Osvaldo Álvarez Guerrero, ex gobernador radical de Chubut, que en la Argentina el poder solo se asegura repartiéndolo, aunque sea solo en pequeñas dosis, y que para ello siempre es necesario negociar.

Así que, como hace más de 30 años el salariazo y la revolución productiva empezaron a diluirse a poco de llegar Carlos Menem al cargo, podemos estar ante una más rápida atenuación de las consignas ultraderechistas que cautivaron a muchos como fórmula para terminar con la corrupción y el relato del ciclo kirchnerista-cristinista, que además revivió fanatismos que parecían archivados.

Es que típico de América latina y de la Argentina en especial, los términos y las etiquetas se confunden o se trastocan en sus significados. El peronismo pseudosetentista se autopercibió de izquierda cuasirrevolucionaria y se retroalimentó con los nostálgicos de una época que no entendió los cambios del mundo en medio siglo. Mientras que muchos los abrazaron con fanática sinceridad hubo quienes hicieron su agosto a sabiendas del que es imposible retroceder la historia.

El engañapichanga de la izquierda desató otro tanto por derecha. La generación posterior a la dictadura que no percibió el horror o no se lo supo trasmitir racionalmente comenzó a reaccionar contra la apropiación del concepto de Derechos Humanos por parte del kirchnerismo que cooptó a todas las figuras que resistieron y enfrentaron a la jauría de Videla y Massera.

Así fue como resurgió un anacrónico anticomunismo junto profusión del mote de terrorista y guerrillero cuya aplicación velaba cualquier tipo de cualidad humana sin ningún tipo de análisis previo. Pero como esto no es la cualidad principal de los argentinos, pese a que tanto se ha hecho por cultivarla, lo que se ha jugado es la carta de la esperanza.

No se sabe que hay en la mente de Milei y su hermana, ni en lo que se trama en el Hotel Libertador, ni si el ganador tiene claridad y poder de mando, como nunca se supo hasta que cualquier presidente se quedó solo en el poder y miró alrededor para ver cómo y qué podía hacer.