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¿De qué nos puede servir la memoria?

De todas la tragedias y tribulaciones que hemos padecido los argentinos, la madrugada de aquel 24 de marzo de 1976 es la que más nos ha marcado, tanto por el tétrico anuncio de la cadena nacional con su comunicado número uno, como con las espantosas consecuencias que sobrevinieron

24 de marzo, 2022 - 07:36

Esa fecha marca el ocaso de tantas ilusiones abonadas por un contexto mundial muy diferente, por una Argentina que no terminaba, y no lo ha logrado aún, librarse de los traumas del pasado para diseñar y disfrutar un futuro común de progreso con equidad.

Liberación o dependencia, Patria sí colonia no, fueron gritos colectivos que expresaban la lucha contra poderes que tenían nombre y apellido, que tenían territorios y banderas. Se le llamaba dominación al sistema opresivo que ahogaba los proyectos de progreso autónomo de muchos países en el planeta.

 

 

Cambiar todo eso, termina con todo ello tuvo por aquellos años solo una receta y una palabra: Revolución. Era la receta para lograr un nuevo mundo de libertad y justicia, derribar el orden establecido, desde la rebeldía en diversos planos de la vida, hasta el uso de las armas, tal cual lo habían hecho algunas épicas del siglo XX, o la lucha de algunos pueblos contra el colonialismo.

Quizá la Guerra Civil Española y su heroísmo, la Revolución Cubana y sus promesas, quién sabe cuántas más, hicieron creer a muchos que el mejor medio era el fusil, el recurso final, pero que al cabo se convirtió el más inútil, perdió el romanticismo de las batallas heroicas.

 

 

Los errores, el egoísmo, la intolerancia, el ajedrez criminal de la Guerra Fría terminaron despertando las bestias. Y nos pusieron a los argentinos frente a una crueldad inusitada, que no se condecía con la brutalidad de una batalla librada a cielo abierto, sino que se expresaba en la cobardía más abyecta. La ruindad y el deshonor campeó en sótanos y mazmorras.

Miles de esbirros salieron a clamar venganza, no a aplicar la justicia republicana contra las barbaridades ordenadas por una minoría de falsos esclarecidos, si no a una cacería indiscriminada que diezmó casi a una generación.

La miseria humana se ensañó con muchos cuerpos inocentes, indefensos, o si así no lo fueran por lo menos dignos de justicia. Las atrocidades contra las mujeres revelaron qué se escondía dentro de tantos canallas, las secuelas morales y psicológicas no han podido ser reparadas hasta hoy.

 

 

Han pasado décadas de aquella oscuridad, desde entonces se empezó a construir una nueva memoria, que no debe ser usurpada por nadie, la que no tiene dueño, no tiene partido. La democracia de entonces no tuvo capacidad para impedir la violencia y juzgar adecuadamente a los responsables, ante la falta de decisión de la débil república, actuó la bestia.

Hoy la memoria no debe consistir en glorificar gestas alucinadas, ni en partir a la Argentina entre elegidos y réprobos. Han pasado generaciones, y, si aún muchas heridas persisten tendrían que sanar lentamente, como avanzó en parte la justicia de las instituciones democráticas. No se pide perdonar a los criminales que aún escondidos jamás se arrepintieron y siguen torturando con el peor de los tormentos: mantener en secreto el destino de tantos desaparecidos.

 

 

Pueda ser que la memoria en lugar de sentimientos de odio o venganza nos deje lecciones para no repetir Nunca Más esta historia.