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Malvinas: 40 años de gloria pero también de olvido

En marzo de 1982 los argentinos acusaban la fatiga y el dolor de más de 5 años de vivir en las sombras de un sistema opresivo que ya había desplegado la furia criminal con secuestros, torturas, asesinatos y desapariciones

01 de abril, 2022 - 19:48

En marzo de 1982 los argentinos acusaban la fatiga y el dolor de más de 5 años de vivir a la sombra de un sistema opresivo que ya había desplegado la furia criminal con secuestros, torturas, asesinatos y desapariciones. El penúltimo día de ese mes, el 30, la dirigencia gremial de entonces movilizó a trabajadores, estudiantes y ciudadanos que salieron a expresar el hartazgo contra una dictadura que cercenaba toda posibilidad de reclamar por los derechos humanos más esenciales.

La Plaza de Mayo y muchas ciudades del país fueron escenarios de las protestas y de una despiadada represión. En Mendoza efectivos de la Gendarmería mataron al trabajador Benedicto Ortiz e hirieron a otros cuando dispararon contra un grupo de manifestantes desarmados en la calle Pedro Molina frente al Barrio Cívico.

La Junta Militar empezaba a percibir que, a pesar de la imposición por la fuerza y el terror impuesto por las armas, la reacción popular empezaba a rebasar la represión. La debilidad creciente, la creciente corrupción de los mandos militares y las divisiones internas necesitaban un golpe de timón para evitar males mayores.

La camarilla militar encabezada por Leopoldo Galtieri, general del Ejército y autoimpuesto como presidente de facto sacó un as de la manga con una acción que pensó que amalgamaría a la ciudadanía detrás de, quizá, la única idea en la que todos están de acuerdo: las Malvinas son argentinas.

La iniciativa tuvo al principio un efecto favorable a los militares, por la censura de la información y la represalias, no todos estaban al tanto de los crímenes, de los vuelos de la muerte, de los centros clandestinos de detención y las desapariciones. Solo a través de la información del exterior que sorteaba los controles se sabía lo que estaba pasando.

La noche del 1 al 2 de abril las redacciones no se fueron a dormir, había fuertes indicios de que algo iba a pasar. Los indicios fueron un incidente con trabajadores argentinos que desmontaban una antigua factoría en las islas Georgias. Otros incidentes diplomáticos previos fueron anticipando lo que al final confirmaron las agencias de noticias. En esa época estaban la agencia oficial Télam, Noticias Argentinas, Diarios y Noticias, la mayoría de los medios tenían además servicios de United Press International, Associated Press, France Presse y EFE. Pero claro lo que trasmitían en sus cables no se podía publicar.

La noticia del desembarco de los infantes de Marina y la muerte en el tiroteo del capitán de fragata Pedro Giacchino, llegó en las primeras horas de la madrugada con radiofotos que mostraban una escena similar a las prefabricadas de la Segunda Guerra Mundial, una lancha de desembarco y soldados saltando a la playa.

Como una película surrealista después de la represión del 30 de marzo contra una plaza llena de manifestantes, la jornada del 2 de abril mostró de nuevo una plaza llena de gente vitoreando la recuperación de las islas y el general creyendo que lo ovacionaban a él.

La demostración y los vivas a la Patria taparon los rumores de la tragedia que sobrevendría. A la cobardía demostrada de los comandantes se contrapuso la decisión y valentía de miles de chicos conscriptos con escasa instrucción y peor armamento que se envió a las heladas islas, a morir, generalmente lejos de la gloria y cerca de los innombrables padecimientos además del maltrato de los superiores.

La primera ministra británica, Margaret Thatcher, mandó una poderosa flota, tal vez no tanto en misión patriótica como para recuperar su ya dudoso prestigio político. La historia estaba juntando a un déspota con una inescrupulosa conservadora, el efecto fue una inútil matanza de jóvenes.

La guerra demencial no impidió actos de heroísmo patriótico que siguen siendo orgullo de un pueblo argentino que no tiene mucho para venerar, salvo sus próceres de un pasado muy lejano. La resistencia de cientos de soldados en helados pozos cavados en la tierra inhóspita del archipiélago terminó muchas veces con la muerte frente a un ejército profesional contrastó con las vacilaciones e ineficiencia de jefes militares que solo habían demostrado valor para encarcelar y matar a muchos compatriotas indefensos.

Pero el pueblo en su mayoría se puso al lado de sus jóvenes enviados a una masacre anunciada. Entre los oficiales al mando se detectaron varios represores ocultos, como el marino Alfredo Astiz, que asesinó a una joven sueca, hizo desaparecer a dos religiosas francesas y marcó a personas para secuestrar, pero que se rindió rápidamente en Greitviken apenas avistó a las tropas británicas.

La euforia inicial por la efímera recuperación de las islas, alentada por una prensa adicta al régimen y por los entonces canales del Estado, se fue apagando a medidas llegaban fatídicas noticias como el hundimiento del crucero General Belgrano con sus más de 300 marineros muertos, el mortal ataque al Aviso Sobral y al pesquero civil Narval. El entierro, en el territorio continental, de los primeros muertos en tétricas ceremonias militares empezaron a revelar lo que estaba pasando.

La solidaridad de la población no se hizo esperar, todo tipo de donaciones fueron entregadas a quienes se suponían los iban a llevar a sus destinatarios, pero la canallada no estuvo ausente. Se perdieron toda clase de objetos que la gente creyó que ayudarían a quienes estaban en la guerra.

Un capítulo aparte y justo reconocimiento merecen los pilotos de la Fuerza Aérea y la Aviación naval, muchos de los cuales se inmolaron convencidos que luchaban por lo que sentían propio, la soberanía argentina sobre las islas Malvinas. Con armas vetustas y aviones ya decrépitos infligieron graves pérdidas a la Task Force británica.

En dos meses y medio todo terminó, la fatídica aventura del general Galtieri, el almirante Anaya y el brigadier Lami Dozo demostró que a la dictadura no le bastó con la matanza interna, necesitaban más sangre y mandaron a inocentes a derramarla.

Pero ese fue el principio de la caída, la descomposición interna los obligó a aflojar las cadenas. Los 640 muertos en la guerra, no lo fueron en vano, para muchos fue el doloroso tributo para recuperar la democracia más de un año después.

A 40 años la Argentina, siempre ingrata y desmemoriada, les fue soltando la mano a aquellos héroes, muchos de los cuales no se recuperaron de las terribles secuelas, no pudieron reinsertarse en la sociedad, y hasta hubo muchos que se suicidaron.

No son suficientes los monumentos y alegorías, eso es piedra, bronce o cemento. Hay personas reales que necesitan algo diferente a discursos y desfiles, necesitan contención y reconocimiento, que son parte también del honor.