El papa Francisco y la nueva geopolítica

El pensamiento del Pontífice no representan ninguna novedad: China siempre fue su prioridad estratégica y quiere culminar la obra iniciada por Francisco Javier basada en la búsqueda de la síntesis entre las enseñanzas de la  Iglesia y las culturas milenarias chinas

28 Septiembre de 2018 - 16:53

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La vieja geopolítica, como ya lo hemos dicho en otros artículos, versaba sobre la conquista del espacio por parte de la política. El primero en mal utilizarla fue Adolf Hitler, quien creyó que con el solo poder militar podía garantizarle a Alemania su espacio vital o lesbesraund.

Más recientemente, el norteamericano Joseph Nile le sumó al poder militar o hard power el soft power. Uno compuesto por herramientas de conquista 'blandas', tales como la economía, la cultura y la diplomacia pública.

Pero tampoco, esta combinación pareció ser suficiente, cuanto que algunos comenzaron a demandar un smart power o un poder aplicado en forma inteligente. Por eso propone hoy el denominado “poder justo”, uno que no solo sea inteligente, uno que también tenga en cuenta a las exigencias de la Justicia, al menos en sus formas básicas, como puede ser el respeto de las normas del Derecho Internacional.

En definitiva, un poder que pueda ser sustentable porque respeta la dignidad de las partes, sean estos individuos, entidades colectivas o estados.

Pero semejante cosa, ¿es caso posible? Es el papa Francisco quien cree que sí y quien nos dice que “una auténtica fe -que nunca es cómoda e individualista- siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra. Amamos este magnífico planeta donde Dios nos ha puesto y amamos a la humanidad que lo habita, con todos sus dramas y cansancios, con sus anhelos y esperanzas, con sus valores y fragilidades. La tierra es nuestra casa común y todos somos hermanos. Si bien el orden justo de la sociedad y del Estado es una tarea principal de la política, la Iglesia no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia”. (24 de noviembre de 2013).

Sucede que su pensamiento no representa una novedad, ya que supongo que como buen integrante de su orden religiosa, la Compañía de Jesús, Francisco se inspira no solo en San Francisco de Asís, sino en otro Francisco, uno nacido en Javier (Navarra), pero que vivió misionando en la India, Japón y China, todos lugares alejados de las bases del catolicismo de su época.

Por estos motivos, China fue siempre la prioridad estratégica del Papa, quien quiere culminar la obra iniciada por Francisco Javier, basada en la búsqueda de una síntesis entre las enseñanzas de la Iglesia y la tradiciones culturales milenarias chinas. Su modelo son los métodos militarizados de la epopeya protagonizada por los discípulos de San Ignacio de Loyola en las misiones guaraníticas americanas.

Él sabe que sus antecesores jesuitas lo primero que hacían era aprender la lengua de sus interlocutores. Luego, les enseñaban algún oficio o arte propio de su cultura occidental (desde música hasta técnicas empresariales). En pocas palabras, los respetaron y los trataban dignamente.

Al respecto, Pascual Albanese nos cuenta: “Ya en 2014, Francisco envió una carta personal al presidente chino Xi Jinping para invitarlo a dialogar a su residencia de Santa Marta. Por fuera de todo protocolo diplomático, la misiva fue llevada a Beijing por el dirigente peronista Ricardo Romano y por José Luján, un argentino que es representante en el MERCOSUR de la Academia de Ciencias de China”.

Para lograr un acercamiento también nos cuenta del rol protagónico desempeñado por otro argentino, monseñor Sánchez Sorondo, quien en sus propias palabras dijo: “...En este momento, los que mejor realizan la doctrina social son los chinos”.

En lo que se llamó la “diplomacia del arte”, las academias de ciencias de ambos estados, que oficialmente no mantienen relaciones diplomáticas, organizaron sendas exposiciones de objetos artísticos en Beijing y en la Santa Sede.

Estas conversaciones diplomáticas llevaron a que las dos diplomacias más viejas del mundo pudieran comenzar a superar sus largas diferencias.

Los problemas entre el Vaticano y la República Popular China se remontan a su ruptura de relaciones diplomáticas en 1951, por lo que su autodenominada “Iglesia Patriótica”, una organización patrocinada por el Partido Comunista, no reconoce la autoridad del Papa, incluyendo su derecho a nombrar obispos, que es considerado por ella como una interferencia extranjera en los asuntos internos de China, pero que según fuentes católicas, muchos de los obispos elegidos así, a menudo intentan en secreto conseguir el reconocimiento del Papa.

Concretamente, ambas diplomacias llegaron a un acuerdo relacionado con el nombramiento de los obispos, por el cual el gobierno chino salvaguarda la vigencia del mecanismo de elección de obispos a través de un procedimiento de consulta de los sacerdotes y representantes de los laicos de cada diócesis, tal cual lo emplea desde hace seis décadas la Iglesia Patriótica. Pero, por su parte, la Santa Sede reasume el poder de oficializar de esos nombramientos y adquiere un derecho a veto sobre la nominación de los designados.

Con todo ello, el Papa ha conseguido lo más importante: el reconocimiento de su autoridad por el régimen de Beijing y la vuelta al redil del catolicismo chino, bajo el mandato evangélico de “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

El Doctor Emilio Luis Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.