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A 50 años de uno de los sucesos más amargos para el deporte argentino

El 13 de enero de 1974, Carlos Lole Reutemann se encaminaba a un triunfo en el autódromo nacional, pero su Brabham se quedó sin nafta a poco de llegar

12 de enero, 2024 - 11:23

En aquel domingo asfixiante del 13 de enero de 1974, el autódromo municipal 17 de Octubre no sólo era un escenario de carreras; también era un crisol de expectativas y fervor popular. 

El atronador rugido de los motores se entrelazaba con el clamor de más de 100.000 almas –ávidas de presenciar el Gran Premio de Fórmula 1 de la República Argentina– que, desde las primeras horas del día, abarrotaron el autódromo.

La presencia destacada del presidente Juan Domingo Perón, acompañado de su esposa y funcionarios del Gobierno, inyectaba un matiz político que elevaba la expectación de la multitud.

Pero lo que aguardaba en la pista no era solo una competencia automovilística, sino un viaje emocional, una montaña rusa de sensaciones destinada a quedar grabada en la memoria colectiva.

El sol del mediodía arrojaba sus rayos sobre el asfalto, creando un escenario de colores vibrantes que contrastaba con el entusiasmo del público en las gradas. Aquel día no sería uno más en el calendario de las carreras; sino una experiencia que amalgamaba la velocidad, la pasión y la política en una fusión única.

Carlos Alberto Reutemann (1942-2021), al volante de su Brabham BT-44, se posicionaba en la sexta fila de la parrilla de salida, listo para enfrentar a una constelación de competidores de élite, entre ellos Ronnie Peterson (1944-1978), Clay Regazzoni (1939-2006), el brasileño Emerson Fittipaldi (1946).

La temperatura en la pista no era lo único que subía; la esperanza de triunfo aceleraba los corazones de los espectadores con el tic-tac frenético que precedía al arranque.

Mientras tanto, en el telón de fondo político y económico de aquel momento, con Perón asumiendo su tercera presidencia, el escenario nacional estaba marcado por una amalgama de desafíos.

La violencia callejera perpetrada por grupos armados de izquierda tejía un manto de tensión que se entrelazaba con la inestabilidad económica, generando una atmósfera densa e incierta. Sin embargo, en medio de este torbellino, el automovilismo argentino emergía como un faro de esperanza, evocando la gloriosa época liderada por el inigualable Juan Manuel Fangio.

Sorpresa en el autódromo

La expectación subía a su punto máximo cuando, a las 14, la competencia estaba por comenzar.

La largada fue muy emotiva saliendo un pelotón de la pole position en donde los endemoniados autos rugían con un sonido ensordecedor.

En la segunda vuelta, Reutemann, con destreza suprema, superó al favorito sueco Peterson y se adueñó del liderazgo. La ovación que estalló en las tribunas parecía evocar los días dorados del automovilismo argentino, cuando el quíntuple campeón mundial, Fangio era el rey indiscutible en aquellos tiempos.

Con habilidad magistral, Reutemann demostraba que su Brabham estaba destinado a liderar la competencia. En la tercera vuelta ascendió a la primera posición, desencadenando una explosión de júbilo entre los presentes. La recta principal se transformó en un coro de aclamaciones que acompañó al piloto argentino en cada vuelta sucesiva.

La toma dinámica que impidió la alegría

La carrera se presentaba llena de posibilidades, y el destino de los participantes estaba en juego desde la misma salida.

En una maniobra sorprendente, Reutemann tomó la delantera en la segunda vuelta, desplazando al favorito Peterson. El Lole pronto demostró que su máquina estaba en condiciones de liderar y, en el tercer circuito, se apoderó de la primera posición, desatando la euforia en el público.

No obstante, mientras la victoria se dibujaba claramente en el horizonte, la tragedia tejía su telaraña a sólo unas vueltas del anhelado triunfo.

La vuelta 50 marcaba el momento crucial, cuando Reutemann, liderando la carrera con determinación, se encaminaba hacia la victoria. La euforia en las tribunas era imparable, la multitud se preparaba para celebrar el triunfo que se vislumbraba como un regalo para el alma argentina.

Fue en ese instante de gloria inminente que la adversidad decidió hacer su entrada. 

La toma de aire aerodinámica de la máquina de Reutemann se desprendió, sembrando un murmullo de inquietud entre los espectadores. Aquel rugido triunfal de los motores se tornó en un susurro de incertidumbre.

El astuto Denis Hulme, aprovechando la oportunidad que la pista le ofrecía, arremetió con determinación y le arrebató la victoria al argentino.

La hazaña de Reutemann, que hasta ese momento había sido impecable, se desvanecía a pocos metros de la gloriosa meta.

Faltando apenas media vuelta, y con la meta a la vista, el Brabham de Reutemann se detuvo de manera abrupta, víctima de la falta de combustible.

Reutemann pierde la toma dinámica de su Brabham BT-44.

La ironía del destino había despojado al piloto argentino de la victoria que parecía destinada a ser suya. La desolación se reflejaba en los rostros de los fanáticos, quienes habían pasado de la euforia al desconcierto en cuestión de segundos.

La desilusión se apoderó de las más de 100.000 personas presentes, que pasaron de aplaudir a Reutemann durante dos horas a lamentar una injusticia deportiva en tan solo dos minutos. 

La competencia, que prometía ser un hito en el automovilismo argentino, se convirtió en una de las derrotas más amargas de la historia del Gran Premio de Fórmula 1 de la República Argentina.

Reutemann fue recibido en el palco oficial por Perón y su esposa, quienes lo felicitaron por su destacado desempeño.

Sin embargo, en las calles de la Argentina, la incredulidad persistía días después, dejando a muchos sin entender lo sucedido en esa jornada que hoy, 50 años después, sigue resonando en la memoria colectiva.

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