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La esposa de Tomás Godoy Cruz hizo asesinar a su yerno por celos y despecho

En una noche de marzo de 1853 la sociedad mendocina fue conmocionada por un crimen que fue el punto final de una historia con matices truculentos

31 de julio, 2023 - 09:40

En 1853 fue cometido en nuestra provincia un asesinato que conmocionó a toda la sociedad de la entonces pequeña aldea mendocina.

¿La víctima? El doctor Federico Mayer, yerno del patriota Tomás Godoy Cruz.

Para la mayoría de los historiadores, el crimen fue encargado por su suegra, la señora Luz Sosa, a raíz de un oculto amor hacia Mayer, quien se había casado con su hija Aurelia. Otra causa del alevoso crimen podría haber sido los intereses económicos.

Lo cierto es que quienes participaron de ese crimen fueron condenados a pocos años de cárcel y la supuesta autora intelectual fue absuelta. Parece una historia muy actual, pero ocurrió hace muchos años. En esta nota, los pasajes más ocultos de la truculenta historia.

La Mendoza de 1853, cuando ocurrió el crimen que conmocionó a la sociedad local por sus implicancias

 

Viaje accidental

Fue en 1851 cuando un alemán llamado Federico Mayer realizó un viaje a Chile con el fin de radicarse algunos meses allí. Pero su viaje tuvo un destino diferente, y tras cruzar la cordillera se quedó en Mendoza.

Varios conocidos le recomendaron a Mayer que parara en la casa de la ilustre familia de Godoy Cruz. En una de sus visitas, don Tomás lo invitó a alojarse en su casa. Con el tiempo el viajero decidió quedarse; le gustaba el lugar, la gente lo trataba muy bien y le encantaba pasear por la Alameda y tomar café y nunca le faltaba una invitación a las tertulias y bailes de la pequeña aldea.

Las reuniones sociales más espectaculares eran las que realizaba doña Luz Sosa de Godoy Cruz, la esposa del viejo patriota mendocino.

Doña Luz era una joven y hermosa mujer, pero frívola, con un carácter despótico y dominante que influía en don Tomás y toda su familia tanto en lo afectivo como en lo material.

A la residencia de Godoy Cruz concurría lo más importante de la sociedad mendocina, y fue en uno de esos bailes donde Mayer conoció a Aurelia, hija de Tomás y Luz.

Federico era un hombre muy atractivo: de origen sajón, era alto, con ojos celestes, y su porte impactó a muchas mendocinas que lo conocieron, en especial a Aurelia, quien le entregó su amor de inmediato. Pero al parecer había otra persona que también se había enamorado de él: era la madre de la joven, doña Luz.

 

Una suegra despótica

Al poco tiempo de comenzar su noviazgo, Aurelia y Federico se casaron. Pero la felicidad del flamante matrimonio duró muy poco, ya que los desprecios de la familia Godoy Cruz, especialmente de doña Luz, no se hicieron esperar. El punto máximo de tensión llevó a doña Luz a presionar a su hija para que eligiera entre su madre y su esposo. Esta intimación puso a Aurelia en una situación muy difícil, pero dueña de un carácter y una personalidad sólida, eligió a su marido.

Al enterarse de este suceso, Federico fue muy cauto para no herir a su esposa y no agravar más la situación. Entonces, preparó un viaje hacia Chile y durante su estadía en Santiago, los dos pasaron momentos de felicidad.

Pero después de un tiempo retornaron a Mendoza porque el padre de Aurelia así lo pedía con insistencia.

Después de unos meses don Tomás enfermó y falleció, lo que produjo que Luz Sosa profundizara aún más la mala relación que tenía con Federico y Aurelia.

 

La muerte de un inocente

En una calurosa noche de marzo de 1853, el matrimonio Mayer salió de la casa de don Melitón Gómez, quien vivía a unas cuatro cuadras de la finca de Aurelia. Allí doblaron hacia la izquierda en donde había un callejón oscuro y apresuraron la marcha.

Aurelia comentó que tenía un poco de miedo, pero Federico le contestó que estaba armado y le preguntó si quería doblar hacia otra calle, cuando de repente aparecieron en la oscuridad dos hombres que venían del lado opuesto, ambos en mangas de camisa y con sombrero.

Los individuos se enfrentaron al matrimonio. Los malhechores fueron a buscar a Federico, le asestaron varias puñaladas y lo remataron con dos tiros en la cabeza y el pecho. A pesar de los esfuerzos de Aurelia por defenderlo, nada pudo hacer y los dos asesinos huyeron corriendo del lugar del hecho.

El cuerpo de Mayer estaba en el suelo, la sangre brotaba por doquier y su esposa trató de auxiliarlo. Desesperada, corrió hacia la casa de Nicolás Villanueva, de donde salieron dos peones armados para auxiliarla. Al llegar estos, Aurelia llamó a un médico, dándole por señal un pañuelo ensangrentado. Pero ya era tarde, Federico murió desangrado.

Después de un tiempo, la policía atrapó a los asesinos, Esteban y Martiniano Sambrano, cuando trataban de escapar hacia Chile. Los sospechosos confesaron luego que habían sido pagados por la señora Luz Sosa de Godoy Cruz para cometer el horrendo crimen. Inmediatamente, ella fue llamada y se declaró culpable de los hechos. 

 

La impunidad de los poderosos

Pasado un mes y medio, el juez Palma dictó la sentencia contra los asesinos de Federico Mayer Arnold. En los fundamentos de la sentencia, el juez explicó la participación que habían tenido los reos Esteban y Martiniano Sambrano en el homicidio y sostuvo que la señora Luz Sosa, madre política de Federico Mayer, fue la instigadora del crimen, “ya que ella les proveyó las armas para cometer el delito y encargó su ejecución”.

A todo esto se sumó el agravante de haber puesto en peligro la vida de su propia hija, quien acompañaba a la víctima cuando fue atacada. El magistrado dictó la sentencia y los hermanos Sambrano y Luz Sosa fueron condenados a la pena de muerte por fusilamiento. Cuando todo hacía presumir que la sentencia del juez Palma era irrevocable, inesperadamente fue apelada y un tribunal compuesto por Leopoldo Zuloaga, Baltasar Sánchez y Clemente Cárdenas conmutó la pena de muerte de los Sambrano por la de diez años de cárcel. A Luz Sosa, en tanto, se le revocó la sentencia y se le impuso una multa de dos mil pesos para la construcción de la cárcel local. Una vez cancelada la multa, Luz recuperó la libertad. Unos años después falleció en el terremoto del 20 de marzo de 1861, aplastada por los escombros de su propia casa. Hoy sus restos se encuentran sepultados en el Cementerio de la Ciudad de Mendoza.