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El día que intentaron asesinar a Domingo F. Sarmiento

En la noche del 23 de octubre de 1873, tres sujetos contratados por un hombre apodado ‘El Austríaco’ intentaron eliminar al entonces presidente de la Argentina, pero el plan falló

11 de septiembre, 2023 - 08:05

Si la suerte no le hubiese acompañado a Domingo Faustino Sarmiento, tal vez, el Día del Maestro hubiese sido el 23 de agosto y no el 11 de setiembre, como desde hace más de un siglo se conmemora. Porque ese día de 1873, el ‘Maestro de América’, con la investidura de presidente de la Nación sufrió un atentado que casi termina con su vida.

 

Sarmiento presidente

Domingo F. Sarmiento fue propuesto como candidato a la presidencia de la Nación y electo en los comicios nacionales de agosto de 1868.

El educador se encontraba en Estados Unidos y a su regreso asumió el cargo el 12 de octubre del mismo año.

Durante su mandato, luego de finalizada la Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay, se sucedieron diferentes levantamientos en el interior del país que afortunadamente fueron aplastados.

En abril de 1870, se produjo en Entre Ríos una revolución encabezada por el general federal Ricardo López Jordán, quien además asesinó al general Urquiza. Ante estos acontecimientos, el gobierno envió tropas para aniquilar a los sediciosos y como consecuencia se produjeron sangrientos enfrentamientos que terminaron derrotando al caudillo entrerriano en la batalla de Ñaembé.

El Maestro de América en su rol de presidente de nuestro país

Tres años después, López Jordán regresó e invadió Entre Ríos que se sublevó contra el gobierno nacional. Inmediatamente, Sarmiento respondió enviando tropas y sofocó la revuelta.

Ricardo López Jordán se quedó con la sangre en el ojo y planeó un siniestro plan para vengarse de su gran enemigo.

 

Mafia italiana

En una fría noche de julio de 1873, cuatro individuos se dirigieron a una fonda del barrio La Boca, lugar habitado en su mayoría por personas de origen italiano y siendo muchos de ellos marineros mercantes.

Al encontrarse en aquel miserable restaurante, llegó primero un hombre rubio, de aspecto sajón y luego ingresaron los restantes. Todos se sentaron y se saludaron; el hombre de cabello rubio se llamaba Aquiles Sagabrugo, a quien apodaban El Austríaco.

Mientras comían, Sagabrugo le comentó al resto acerca de la misión secreta que tenían que ejecutar. Aquellos se llamaban Francisco Guerri y Pedro Guerri – ambos compartían apellido pero no eran parientes– y Luis Casimir, todos de nacionalidad italiana.

El trabajo consistía en asesinar al presidente Sarmiento por lo cual se les pagarían unos 10 mil pesos fuertes –una verdadera fortuna en aquel tiempo– además contando con la garantía que luego se los sacaría inmediatamente del país, siempre y cuando no fallaran con el plan.

El Austríaco había estudiado todos los movimientos de Sarmiento y sabía que los sábados, a eso de las 21, partía como de costumbre en un carruaje y sin custodia hacia la casa de su amante doña Aurelia Vélez, hija de su amigo y ministro del Interior Dalmacio Vélez Sarsfield.

Sagabrugo les anunció a los tres malhechores que el 23 de agosto era el día señalado para asesinar a Sarmiento.

Francisco y Pedro Guerri tras su fallido plan para matar a Sarmiento

Primero los caballos

Un sábado 23 de agosto por la tarde, en una de las casas cercanas a la residencia del presidente, se reunieron los Guerri y Casimir, quienes se preparaban para asesinar al presidente.

El plan consistía en matar primero a los caballos y ultimar luego a Sarmiento a puñaladas. Para que el golpe fuese letal, los Guerri habían embebido las balas en bicloruro de mercurio y las armas blancas en sulfato de estricnina. Esto produciría en la víctima la muerte instantánea.

Cuando el reloj marcaba las 20, los tres individuos tomaron sus armas y partieron hacia la calle Corrientes, en donde esperarían a Sarmiento.

 

Una noche fría para morir

Mientras tanto, el presidente Sarmiento, en su casa ubicada en la calle Maipú, entre Tucumán y Del Templo –hoy Viamonte– se preparaba para salir como era de costumbre a la casa de doña Aurelia.

Tiempo atrás había sido advertido por varios amigos y por el gobernador de Santa Fe de que podía sufrir algún atentado contra su vida, pero siempre lo ignoraba.

Eran las 20.40 cuando se subió a su carruaje de dos caballos y su cochero José Morillo cerró la puerta para luego partir.

El vehículo se desplazó por la calle Maipú hacia Corrientes. Todo parecía muy tranquilo; las farolas de gas iluminaban el empedrado de la calle, solo se sentía el sonido del andar de los caballos en medio del silencio de una noche muy fría. Esperando en una de las esquinas aquella avenida y amparados por la oscuridad, los tres individuos estaban listos para atacar al presidente de los argentinos.

El caudillo entrerriano López Jordán, férreo opositor al presidente

 

El primer mandatario ni se enteró

Al percibir el carruaje que venía por la calle, rápidamente se abalanzaron sobre él y Francisco Guerri disparó con su trabuco, pero le estalló en la mano y perdió uno de sus dedos.

Algo había salido mal y los tres corrieron a toda velocidad hacia el bajo de la calle Corrientes. Dos policías que estaban cerca del lugar oyeron las detonaciones y persiguieron a los maleantes que fueron detenidos en una casa donde se habían refugiado.

El carruaje siguió viaje y lo más interesante de todo esto es que el primer mandatario ni siquiera se dio cuenta de lo que había sucedido, ya que –recordemos– sufría en ese entonces una creciente sordera. Cuando llegó a la casa de los Vélez Sarsfield, en la calle Cangallo, el cochero le contó lo sucedido.

 

Una novela policial

En la comisaría, Pedro y Francisco Guerri fueron interrogados por la policía e intentaron dar su versión diciendo que habían tenido un altercado con otra persona, pero luego se quebraron y contaron la verdad refiriendo que Sagabrugo los había contratado para dar muerte al presidente. El tercer involucrado dio la misma versión a los pesquisas.

Cuando los uniformados fueron a buscar a El Austríaco, este había partido a Montevideo. Inmediatamente, una comisión policial a cargo del comisario Miguens viajó a la capital uruguaya para atrapar al cerebro del ataque, pero allí se enteraron de que había sido asesinado por Carlos Querencio, un agente del entrerriano López Jordán.

Miguens encontró en el hotel en el que se alojó el jefe de la banda una importante documentación que comprometía al caudillo de Entre Ríos, pero la evidencia fue luego interceptada por gente del caudillo cuando asaltaron el barco que transportaba a Miguens de regreso a Buenos Aires, amenazándolo con la intención de fusilarlo sino entregaba esos papeles. Esto hizo que el comisario volviera con las manos vacías.

 

Justicia floja

La noticia conmocionó a todo el país, y tiempo después los Guerri y Casimir fueron llevados a juicio por intento de magnicidio.

El fiscal Ventura Pondal pidió la pena de muerte para los tres, pero el juez Octavio Bunge sentenció a Francisco Guerri a 20 años de prisión, y a 15 años a Pedro Guerri y Casimir. Posteriormente, la Cámara del Crimen bajaría la pena de Casimir a diez años.

Tiempo después, los presos pidieron a Domingo Sarmiento que intercediera para conmutar sus penas, pero este no les contestó.

En abril de 1883, Pedro Guerri murió en prisión, mientras Francisco fue indultado años después durante la presidencia de Miguel Juárez Celman.