Compartir la vida de nuestros hijos en las redes sociales es para muchos casi una necesidad. Lo que no saben es que esa sobreexposición tiene su lado negativo.
A esta actitud de subir todo se la llama “sharenting”. Proviene de la conjunción de dos palabras en inglés: “share” que es compartir y “parenting” que es paternidad. La Sociedad Nacional para la Prevención de la Crueldad contra los Niños (NSPC), de Reino Unido, explica que “cada vez que una foto o video es publicada, se crea una huella digital del niño que puede seguirlo en su vida adulta”. Pero de la mano de la sobreexposición, aumentan los riesgos de ciberacoso, grooming (acoso sexual de un menor por parte de un adulto por medio de internet), pornografía infantil y hasta robo de identidad.
La huella digital
Cada cosa que hacemos online deja una marca. Esta va construyendo una especie de identidad digital. Con eso en mente, hay que considerar que, desde ese momento, somos identificables y mucho de lo que hacemos es rastreable.
Los riesgos aumentan con cada publicación, más si estas se relacionan con la rutina cotidiana del menor. Uno de los mayores errores que se pueden cometer, según explican los especialistas, es la de compartir fotos de los niños en la escuela.
Pero también la sobreexposición puede generar riesgos a los adultos. Por ejemplo: imagine que se va de vacaciones, postea fotos en las redes sociales y un grupo de maleantes aprovechan esa información para ingresar en su domicilio y desvalijarlo.
Lo mismo para en los menores. Publicar, por ejemplo, una foto en el colegio puede permitir a los delincuentes saber a qué institución acude, los horarios del menor, cómo contactarlo, etc.