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El rápido agravamiento de la situación del país y un creciente sentimiento de fin de época desata temores de acontecimientos impredecibles

19 de junio, 2022 - 08:43

Hay una costumbre reiterada en decir que tal o cual acontecimiento significa una bisagra en la historia de la Argentina, y que, en consecuencia, se produce un antes y un después. O en otras palabras, pretender que las cosas ahora han de ser mejor que antes.

Pero no, durante el siglo XX y en lo que del XXI, las crisis e incluso las tragedias se han sucedido y todavía no cambia nada, las cosas no son mejores. Y lo que es preocupante están cada vez peor.

Evocar los grandes traumas y comprobar si la situación actual es más grave o menos que el caso de referencia no sirve para nada.

Por ejemplo, la crisis del 2001-2002 se produjo en un contexto interno y externo completamente distinto. Si bien fue la eclosión de las políticas aplicadas por el menemismo con Domingo Cavallo al frente, que estallaron durante el opaco y débil gobierno de De la Rúa, había otros índices de pobreza y el mundo todavía le creía un poco al país.

Hoy no pasa eso. Política, social y económicamente el mundo, la región y la Argentina están en una situación tan revulsiva que nadie hasta ahora está siendo capaz de entender, describir, diagnosticar y por lo tanto acercar alguna idea para detener esta trayectoria de peligrosa colisión por la que transita el planeta.

La debilidad política y el escaso margen de acción que tiene el Gobierno encabezado por Alberto Fernández, además de la ineptitud demostrada con tanto ahínco, está propiciando especulaciones sobre supuestos remedios que, de un lado, se consideran decisiones políticas sin salirse del orden de las instituciones republicana y, del otro, como embozados intentos de golpe de Estado.

Sin embargo, hay que aceptar que el rápido agravamiento de la situación, la percepción altamente negativa de la sociedad y un creciente sentimiento de fin de época desata temores de acontecimientos impredecibles.

A tal punto llega esta cuestión, que se especula seriamente sobre la posibilidad cierta de que Fernández pueda terminar sí o no terminar ordenadamente su mandato.

A lo largo de la historia del país, y no hay que alejarse mucho en el tiempo, las renuncias presidenciales, si bien siempre son traumáticas, pudieron ser resueltas por el sistema de sustitución previsto en la Constitución. Que quede claro, por supuesto, que no estamos hablando de los golpes de Estado realizados por las fuerzas armadas que implantaron gobiernos de facto llevándose por delante esas instituciones de las que hablamos.

Ahora bien, parece ser que, ante una hipotética renuncia legal del actual presidente, cunde la incertidumbre sobre cómo se precipitarían los acontecimientos.

Además no hay que soslayar que todo sobre lo que aquí estamos especulando tendría lugar por una situación económica que ahoga cada vez más a la población y que pone en serio peligro la paz social. Y eso no es tan fácil de solucionar por más que cambien las figuras principales.

Lo diferente de lo que pasa hoy en el país, aparte de las claras señales de que se hunde, es que si renunciara el jefe del Poder Ejecutivo quien debe asumir en su lugar es la vicepresidente Cristina de Kirchner. Algo que muchos temen porque tomaría el poder total, ya que es claro que si bien lo ha inmovilizado a Alberto, todavía no tiene el poder de la lapicera. Y una vez en el sillón de Rivadavia, sumado al séquito que la acompañará y el aún residual poder de movilización que tiene, tornaría las cosas bastante críticas.

Las señales de la pelea interna apuntan que si el cristinismo asume la titularidad del Gobierno en forma completa, el rumbo en el que se pondría a la Argentina sería bastante crítico. Pero hay que tener en cuenta que lo visto en las calles en las últimas semanas no presupone un manejo mayoritario del kirchnerismo de la bronca popular.

Lejos están los partidos políticos de manejar de la manera tradicional al movimiento de masas. Si bien las agrupaciones de izquierda troskista están en las calles, lo hacen a la manera tradicional de peronismo movimientista o de las organizaciones sociales que entienden la militancia como un sistema extorsivo, con prédica antiimperialista pero con objetivos materiales inmediatos, como satisfacer el sustento del día.

Entonces, la supuesta fuerza política o electoral que está socavando los cimientos del Gobierno y que debiera asumir si pasa lo que no se quiere que pase, no garantiza que vaya a desatar una campaña redistributiva de la riqueza, esa que hace tanto tiempo que en la Argentina no crece, y por el contrario podría desatar un escenario de anarquía ante el deterioro de la calidad y capacidad de las dirigencias políticas, sindicales y empresarias para interpretar la realidad.

Es entonces el tiempo de que este marasmo nacional empiece a despertar las conciencias antes que se cumpla el tiempo adicionado.