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El inmutable cambio

La búsqueda de significado en medio de la transformación constante puede ser un acto de resistencia contra la vorágine de etiquetas y la superficialidad de la interconexión

22 de noviembre, 2023 - 09:39

El cambio es imparable e innegable. La vida implica un constante devenir que pone a prueba la supervivencia, la adaptación, la resiliencia, flexibilidad, las conexiones y relaciones. El cambio, el cambio es imparable…

“Todo fluye” proclamaba el filósofo presocrático Heráclito, advirtiendo sencillamente que el cambio es la única constante en el universo y quienes se resistan, entrarán en una incomprensión de ese flujo al que llamamos ‘realidad’.

Particularmente en Occidente, resulta casi inevitable sentir un gran apego por las “cosas”; sin embargo, desde el budismo también advierten que ese camino lleva al sufrimiento, porque la paz interior se encuentra en aceptar la transitoriedad.

Para Aristóteles, buscando dar con sus ‘justos medios’, el desafío pasa por aceptar cada transformación y dotarla de algún significado, reconociendo incluso la gran incertidumbre que se puede experimentar. Es oportuno destacar que no solo resalta que los cambios existen y que no podemos detenerlos, sino también que es pertinente encontrarles algún sentido.

¿Qué pensaría un efemeróptero si tuviera consciencia de que su vida se extinguirá en no más de 24 horas? ¿Seguiría adelante con su misión en este mundo, que es reproducirse, o buscaría adentrarse en alguna realidad desconocida hasta que llegue su final?

¿Vale más una carta que esperamos por parte de algún ser querido, con contenido incierto y que puede tardar semanas en llegar a nuestras manos, o un mensaje de WhatsApp que le enviamos a esa misma persona y que leerá inmediatamente? ¿Qué factor juega el tiempo en estos casos? ¿Altera nuestro sentido de la existencia y el apego a la vida? Tranquilamente, podríamos razonar que todo lo que llega rápido, así se va también…

La voracidad del cambio actual no tiene precedentes ni parangón con nada. Cuando los procesos se aceleran a tal punto, lo más probable es que no se alcance a dominar, entender o descifrar ningún arte, pensamiento o expresión humana compleja; ergo, esa misma vorágine influye para que cada vez los procesos sean menos pensados, razonados, comprendidos y mucho más raro aún, incorporados.

Con las redes sociales, vivimos la interconexión brutal y prácticamente en tiempo real con los demás individuos, cercanos o no. Sin embargo, hay un elemento que surgió desde la informática y fue clave para que el sistema de relación entre contactos se expandiera hacia otros, pero a su vez, que estos se vincularan por tal o cual contenido (TikTok se supo hacer muy popular por la configuración de relación que emplea su algoritmo). La palabra clave (casi una redundancia) para que esto fuera posible es: el ‘tag’ o etiqueta.

La sociedad actual es tan, pero tan dinámica que muchos de los procesos se encasillan en tags. Todo se puede desglosar en ellos; para clasificar la información y facilitar su búsqueda o navegación. Incluido el proceso de pensamiento humano, como una gran CPU.

La clasificación rápida e ‘hiperprecisa’ que debe tener un tag como tal y para que no falle en su fin, provoca el efecto adverso (mayormente inconsciente), de que funcionemos con cada vez más señalamientos rápidos hacia lo que nos rodea y nos perdamos la “magia” de no taguear, es decir, no descifrar tajantemente, no etiquetar a nadie, ni a nada, sino aguardar a conocer más de esa vida o de ese asunto, para entonces vivir una experiencia más profunda que incluya asombro, errores, sorpresas. Después de eso, ese acercamiento seguramente formará una parte firme de nuestra existencia, que baila la danza de la temporalidad.

El fluir constante del cambio, desata una danza frenética de etiquetas que, paradójicamente, intentan capturar la esencia de lo efímero.

Para ‘abrir los ojos’ y comprender la fugacidad, puede resultar útil pensar en la analogía de una persona que se encuentra inmersa en arenas movedizas. Si se queda quieta (como alguien que resiste los cambios), se hundirá; si se mueve rápido e intenta desplazarse con urgencia (como quienes viven en la turbulencia), también se hundirá. La única manera, de que con gran certeza se puede salvar, es agarrando algún objeto firme y externo a su zona o que alguien desde afuera le proporcione ese elemento, como una soga. El aprendizaje es claro y contundente: la única manera de vivir, en su sentido más cabal de la palabra, es buscando ese ‘elemento (o misión) externo/a’ en nuestra realidad acelerada y tagueada; pero también buscando apoyo en los demás, para que nos ayuden a identificar el problema y puedan así, darnos algún tipo de ayuda.

¿La perpetuidad no debería buscarse en la profundidad de nuestras conexiones humanas y en la autenticidad de nuestras experiencias?

‘Tempus fugit’ (el tiempo vuela), vivamos con intensidad, procesemos los cambios, aceptemos y ¡obremos para la eternidad! Que nuestro nombre no se convierta en un mero tag…