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El momento de separarnos de nuestras mascotas

02 de marzo, 2018 - 17:34

Muchos amantes de los animales son testigos de lo difícil que les resulta a algunas mascotas quedarse solas en la casa. Este trastorno se denomina ansiedad por separación o hiperapego y está caracterizada por individuos que desarrollan una dependencia muy alta con los propietarios o con alguno de ellos. Los siguen por toda la casa, inclusive lo acompañan al baño y le ‘hacen la guardia’ detrás de la puerta o solicitan y fuerzan el acceso al mismo. 

Se transforman literalmente en nuestra sombra y como recelosos guardaespaldas nos siguen en cada una de nuestras acciones dentro del hogar y pretenden acompañarnos en nuestras salidas. Están vigilantes ante cada movimiento y nos exigen atención constante, por sobre todo con el individuo con el que se establece el vínculo excesivo o patológico.

Es muy común que tanto en la partida o el regreso del propietario a la casa, desarrollen actos de excesiva felicidad con expresiones físicas y vocales descomunales en relación al hecho, es decir, nos reciben como si regresáramos de una expedición a Siberia tras años de ausencia y tan solo fuimos unos minutos al mercado.

Hasta allí todo marcha bien, el tema es cuando en nuestra ausencia las expresiones de ansiedad se transforman en ladridos aullidos constantes o destruyen nuestro hogar, atacan con saña las prendas o pertenencias del propietario o defecan y orinan en lugares inapropiados. 

El propietario interpreta a eso como una queja ante su partida, se carga de culpa y con retos y con acciones de apañamiento, refuerza involuntariamente esta conducta que solo se va re afianzando con el correr del tiempo.

El ciclo de la ansiedad
El animal, como conoce nuestras rutinas o sabe cuáles son los ritos de nuestras partidas (tomar las llaves, la cartera, cerrar las puertas, etcétera), comienza a desarrollar ansiedad con anticipación a la partida, se liberan entonces neurotransmisores cerebrales que afectan su conducta sintiendo desasosiego y temor. 

Para peor de males, los consolamos advirtiéndolo con palabras cálidas y contacto físico afectuoso, que ya regresaremos y que se porte bien. Todas estas conductas refuerzan el proceso y cuando el animal se encuentra solo, reclama nuestra presencia utilizando las maneras más habituales y lógicas para que acudamos en su ayuda con ladridos, gemidos, acciones de excavación o rascados, revuelcos, corridas y ruptura de elementos. 

Pueden exhibir también conductas de autolamido, mordisqueo, sacudimiento de cabeza, etcétera. Sumando a la ansiedad preexistente y ante el hecho de que sus acciones no consiguen nuestro retorno, aparece la frustración como el sentimiento que domina el cuadro y que solo logra profundizar el mecanismo de hiperapego. 

A nuestro regreso y ante la situación de caos que encontramos, naturalmente reaccionamos con retos, gritos y castigo que empeora y profundiza el cuadro de igual manera que lo refuerza el apaciguamiento o la contención excesiva ante ‘nuestro abandono’. 

En definitiva, nuestra mascota la pasa muy mal, nosotros sentimos culpa e incertidumbre sobre qué escenario encontraremos al llegar al hogar y que nos dirán esta vez nuestros vecinos. Ya sabemos de qué se trata esta enfermedad y cuáles son sus síntomas, pero dónde y cómo se origina este trastorno es el punto donde debemos poner más atención.

Alrededor de las seis a ocho semanas de edad, el cachorro comienza a ser rechazado por su madre, fundamentalmente cuando intenta seguir mamando, este proceso genera mucha ansiedad en el cachorro que busca establecer nuevos lazos con los otros individuos a modo de compensación. Este mecanismo es fisiológico y tiene por función prepararlo para una vida independiente de la madre y poder así establecer un vínculo afectivo con la futura ‘manada-familia’ y poder posicionarse social y  jerárquicamente de manera normal en su nuevo grupo.

Cuando los propietarios adoptan al cachorro, ellos ocupan el lugar de la madre natural y si establecen un vínculo afectivo muy intenso –por ejemplo, permanecer todo el día con ellos, estar mucho tiempo en brazos, dormir en la cama, alimentarlo junto con ellos, etcétera–, prolongan el vínculo maternal durante el resto de su vida por no producirse ese desapego natural y estableciéndose un estado patológico de hiperapego. 

Está claro que no todos los individuos reaccionan igual, hay algunos más propensos que otros a desarrollar este comportamiento patológico. Es decir, que si bien hay individuos y razas más proclives, el ser humano juega el rol más importante para el establecimiento de esta anomalía.

Tratamiento

Siempre es conveniente el asesoramiento de un médico veterinario que aconsejará cuáles son las medidas a adoptar para prevenir esta patología del comportamiento en los cachorros y cuáles son las medidas comportamentales y farmacológicas para desarrollar en los animales adultos. 

Se necesita controlar la ansiedad con drogas específicas para tal fin y se debe implementar una rutina de paseos al menos dos veces al día, proveerle juguetes para masticar e irlos cambiando periódicamente, de ser posible adoptar otra mascota y se debe evitar todo pedido de atención, comida, paseo, juego o contacto físico por parte del perro y no permitirle dormir cerca del dueño con el cual se estableció el vinculo excesivo. 

Evitar los ritos de partida, ignorar al animal 30 minutos antes de la ausencia y de la llegada. 

No utilizar castigo físico ni verbal ante la presentación de síntomas, no saludar al perro hasta que presente calma, enseñarle ordenes simples como sentarse y acostarse y utilizarlas como mecanismo para determinar cuando y donde recibirá afecto, comida o saldrá a pasear.

Existen muchas medidas más que podrán adoptarse dependiendo del paciente y la predisposición y paciencia del propietario.

El 80% de los casos responden con terapia combinada dentro de los dos meses, aunque la medida más difícil de implementar es que aprendamos a cambiar nosotros, los verdaderos responsables del problema.