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Un país con osteoporosis estatal

28 de mayo, 2018 - 11:11

Para ciencia madre que es la Biología, nuestro esqueleto es el sistema que proporciona el soporte, el apoyo y la protección a los tejidos blandos y a los músculos en los organismos vivos.

Los huesos están formados por unas células duras que se llaman osteocitos, constituidos por  sales minerales tales como el calcio, los carbonatos y los fosfatos. La deficiencia de estos minerales en los huesos puede dar lugar a que sean menos resistentes.

De hecho, la osteoporosis es una enfermedad que afecta a los huesos y está provocada por la disminución de la masa ósea que lo forma por la disminución de las sales minerales que mencionamos. Como consecuencia de ello, el hueso se torna menos resistente y más frágil, por lo que presenta menos resistencia a las caídas y se rompe con relativa facilidad tras un traumatismo.

En forma análoga, en esos organismos vivos que son las Naciones, ellas -también- necesitan de un esqueleto que las apoye, las soporte y las proteja. Y en este sentido han sido sus ejércitos la organización social que ha cumplido esas funciones.

Ya los romanos sabían que sus legiones marcaban el espacio donde el pueblo de Roma no moría. De hecho la voz ‘marca’ significaba la frontera entre su orden y la amenaza planteada por los bárbaros. Así estaban las marcas del Rin o la de la Galias. Todas ellas custodiadas por sus famosas legiones.

Aún antes de Roma y casi desde el principio de la civilización, y particularmente de la vida democrática, el ser ciudadano implicaba la previa condición de poder formar en las falanges que defendían a sus ciudades-estado.

Antes de alzar su voz un ciudadano en sus ágoras y pronunciar un  discurso político, debía mostrar con orgullo las cicatrices guerreras que certifican su condición de veterano de sus campañas militares.

Eventualmente, las sociedades se fueron sofisticando y la tarea de defenderlas se fue especializando como tantas otras. Diversos sistemas se fueron estableciendo. Desde el napoleónico de la conscripción en masa obligatoria hasta las compañías militares de la actualidad, pasando por el servicio militar voluntario que, por ejemplo, tenemos hoy los argentinos.

Con sus respectivas ventajas y desventajas todos han sido intentados y se ha ido poniendo de moda o han caído en desuso según distintos factores como es la naturaleza y la magnitud de la amenaza a enfrentar, por nombrar al principal entre ellos.

En este marco, son realmente muy pocos los Estados que han renunciado voluntariamente a disponer de alguna forma de fuerza armada o de milicia. Baste decir que el pequeñísimo Estado Vaticano dispone de una eficiente y aguerrida Guardia Suiza.

Por todo ello no deja de llamarnos la atención que nuestro país, siendo la octava superficie estatal del mundo, hoy, no disponga de Fuerzas Armadas dignas de ese nombre, fruto de haber permitido un largo proceso de deterioro moral, psicológico y de sus capacidades militares.

Como para todas las cosas de la vida, siempre existe una causa. O un pecado original. Y en este caso, no es otro que los graves errores cometidos por la institución castrense en el pasado. Con un desastroso proceso militar devenido en sangrienta tiranía y en una gloriosa, pero infortunada guerra, contra el invasor inglés.

Llegado a este punto, creo que la desconfianza que vino después  ha sido más que suficiente, ya que carece de todo sentido que la corporación política y ciertas élites intelectuales sigan percibiendo a sus Fuerzas Armadas como su enemigo.

No solo no lo justifica la profunda transformación que han sufrido esta fuerzas, sino también la necesidad de superar esta verdadera osteoporosis institucional. Especialmente ahora que parecemos sufrir el peligro de varias fracturas.