21 de mayo, 2018 - 07:13

En los últimos días una noticia logró alegrarme verdaderamente, sobre todo porque se asocia con otra previa que marca un tenor similar. Extrañamente, no fue una noticia surgida de los medios de comunicación, ni de los sistemas de información del gobierno o algo por el estilo. Fue una publicación de redes sociales, tal vez marcando el pulso de los tiempos, donde todos más o menos podemos informar algo a quien no lo conoce, en tres líneas y un par de fotos.

De niño y de joven viaje mucho en trenes. Recuerdo gratamente subirme al Sarmiento a la medianoche y amanecer en la Ciudad de Buenos Aires, siendo adolescente, para acudir a algún recital de rock, o pasear con amigos. Recuerdo más tarde abordar por largas horas los trenes hacia el sur para perderme con mi mochila en los lagos del sur. El Arrayanes, la verdadera "Trochita" que unía a paso de hombre Ingeniero Jacobacci con Esquel, y tantos otros que con su traqueteo marcaron el pulso de aquellos viajes iniciáticos.

Luego vino lo que sabemos: "yamal que para, yamal que cieya" fue la consigna peronista de los '90 y ahí nos quedamos sin la mayoría de los trenes. De ser el tercer país del orbe en kilómetros de vías férreas pasamos a no tener casi nada, y lo que supervivió -porque ya no fue sobrevivencia- lo hizo a duras penas y en condiciones de deterioro inadmisibles. Mientras, las naciones serias invertían millones en desarrollar su infraestructura, sin meter en la balanza rentabilidad o ganancia, teniendo en claro cuáles son los beneficios inmensamente superiores de tener sistemas de transportes desarrollados. 

Luego vinieron las promesas del peronismo de la década ganada: trenes bala, cadenas nacionales para inaugurar un andén provisorio, negocios privados y corruptos que terminaron asesinando a 52 personas en Once.

La noticia que me alegró tuvo un prolegómeno, esta vez si de los canales formales. Cuando viajaba en el Sarmiento, había una larga parada en Bragado, donde el tren se dividía en dos, siguiendo una parte hacia Darragueyra y la otra hacia Toay, en las inmediaciones de Santa Rosa, La Pampa. Pero en las inmediaciones de Bragado unas inmensas instalaciones, ya decrépitas y anticipando el abandono total, disparaban la imaginación a escenarios de misterio y novela negra. Eran los talleres ferroviarios de Mechita. Desde el lunes pasado han revivido en manos de una fuerte inversión rusa que promete la resurrección de ese lúgubre rincón de la Pampa Húmeda.

Pero la noticia más grata, la de las redes, apareció en el posteo de facebook de un amigo y colega, que con tres fotos y pocas palabras me anotició de que en el Ferrocarril Roca, ese que surcaba la provincia de Buenos Aires desde la Capital a Bahía Blanca y luego se adentraba en la Patagonia, había vuelto la vida. Lo que otrora se había abandonado y desguazado, hoy luce un nuevo y radiante tren, con todas las comodidades y confort que requiere un viaje (tal vez aún no con la velocidad, porque el estado de las trazas necesitará años para ponerse en forma) pero aún con escasos pasajeros ocupando sus butacas.

Lo curioso es que no recuerdo anuncios al respecto, actos oficiales para reinaugurar estaciones, parafernalia publicitaria, cadenas nacionales en cada estación en la que de detiene el tren. Simplemente ocurrió, se recuperó un servicio que en origen fue termómetro del crecimiento del país que alguna vez supimos tener. Tren es progreso, es una enseñanza de la historia universal y cuaja en un país donde hemos olvidado lo que significa progreso.

Ojalá que sea el anuncio de políticas por venir. Ojalá que el ejemplo se expanda al resto del país. 

Ojalá que ningún interés mezquino los haga descarrilar.