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El barrio Infanta

Fútbol barrial: una polaroid nostálgica sobre el fútbol barrial nos trae Rubén Lloveras. 

01 de febrero, 2019 - 09:21

La mañana del viernes 31 de octubre de 1969 comenzó como todas, el cálido beso de mí querida viejita nos despertaba. El Sergio era el más remolón, tal vez sus 7 añitos no le permitían entender por qué tenía que madrugar para ir a la escuela.

Esa mañana, costó mucho más levantarse, por la trasnochada de la fiesta que habían organizado los vecinos para despedir a los amigos que se alejaban del viejo barrio. La inconfundible voz de Renato Lavagna y su programa Lo importante es levantarse, se mezclaba con el olor a leche y pan tostado que preparaba la mamá para el desayuno.

Con urgencia había que ponerse el guardapolvo de blanco impecable, tomar la maleta y dirigirnos a la parada del colectivo 1, en dirección a la escuela Arístides Villanueva.

La mañana pasó muy pronto y al llegar de regreso nos sorprendió que el papá no hubiera ido a trabajar, también estaba el Nono Pascual, el tío Luis y el Cesarito que muy ocupados moviendo muebles casi en forma imperceptible nos ignoraban.

La razón era, que ese bendito viernes nos íbamos a mudar a la nueva casita del Barrio Infanta. Ese día a todos los integrantes de la familia nos cambió la vida en grande y despedirnos del viejo techo costó mucho, todavía recuerdo a mi madre que con la excusa de controlar que no se olvidara nada, con lágrimas en los ojos recorría cada rincón, tocaba las paredes, las ventanas y las puertas, dejaba en esa despedida 22 años de su vida.

¿Cómo no amar ese lugar? si en ese humilde hogar habían nacido sus 5 hijos.

Fuimos los primeros en habitar la cuadra, que se fue poblando de a poco, tiempo después llegaron los Ojeda, los Espósito, los Valdez, los Narvarte, los Romero, los Pizzimentti y así los nuevos vecinos fueron entablando una amistad poco común que con el tiempo se incrementó.
Hicimos nuevos amigos, con la suerte de que a todos nos gustaba jugar al fútbol. La calle se transformó en la cancha obligada y como vivíamos frente a la primera manzana del Cuarto Barrio Ferroviario, los pibes que vivían ahí se transformaron en nuestro clásico rival.
El equipo ferroviario contaba con un gran habilidoso, el Turi Virgilito, un defensor duro como el Willi Márquez y un técnico como el Beto Videla, un lateral veloz y punzante como el José Luís Martínez, un delantero pensante como el negro Oscar Fonteñez y un arquero que atajaba todo como el Paya Sandez, también solía jugar el Gito Bibiloni.

La leyenda decía que el Willi sabía ponerse plomo en la punta de los sacachispas, ese pibe realmente era un “hacha brava”, porque le pegaba a todo lo que le pasara por el costado. 
La superioridad era evidente, pero nosotros no desentonábamos, yo era el delantero duro y metedor y a veces alternaba en la defensa, el Sergio al arco, chiquito de estatura, pero siempre llegaba a la pelota en forma mágica, el flaco Catálfamo y el Rubén Ojeda a la defensa, el Pepe Romero al medio, adelante  alternaba el Roli Oviedo.

Tal vez por la calidad técnica o la mayoría de edad de los ferroviarios, era raro que nosotros pudiéramos llevarnos el triunfo, pero no todo estaba dicho, alguna vez también supimos ganar.
Mi recuerdo se remonta a un partido que jugamos en nuestra cancha, que se ubicaba en la esquina del obrador de la cooperativa Las Heras.
Cancha de reducidas dimensiones donde muchas veces costaba recuperar la pelota cuando se caía en lo de doña Flora.
Ese domingo amaneció luminoso.
Mi hermana Estela nos ayudó a coser una cinta verde de papel crep en forma de “V” delante de  la típica camiseta blanca, atrás muy prolijamente estaban los números, los ferroviarios como de costumbre lucían su camiseta color sangre.
Había gente en los 4 costados de la canchita, que alentaban y gritaban más de lo que se puede imaginar. 
Ganamos el sorteo y elegimos el arco del este: “los ferroviarios sacan”, se escuchó decir.
El árbitro de turno fue don Oviedo, padre del Roli, que a pesar de  tener un parentesco directo con uno de los jugadores, era implacable en las sanciones, además nadie le podía decir nada, porque era sargento de la policía.Suena el silbato mueve el Turi para el Willi y el partido en marcha.

Se produce la primer jugada de peligro cuando el Roli roba una pelota cerca del área ferroviaria, el Willi hace una de las suyas y con un patadón desparrama al pobre medio campista de Las Heras, don Oviedo reprime duramente al defensor y le anticipa que la próxima lo raja de la cancha. Este acto sujeta al “hacha brava” y no pega una pata más en todo el partido.
El juego se hace de ida y vuelta y casi promediando el primer tiempo el Roli en una jugada digna de “Rojitas”, deja a varios rivales en el suelo y somete al Paya.
Es gol gritado con todas las fuerzas por la multitud que estaba a nuestro favor.
Así se va el primer tiempo, llegan los masajes de don Avellaneda, y el Roli debe cambiar de zapatillas porque el encontronazo con el Willi, le rompió la puntera de las flechas y no puede jugar porque se le salían los dedos del pie izquierdo.
En el segundo tiempo los ferroviarios se lanzan en forma desesperada a buscar la igualdad y liberan la zona defensiva para que los contragolpes de Las Heras se tornen cada vez  más peligrosos.
El Sergio se transforma en la figura de nuestro equipo, cerrando en forma fenomenal su arco, mientras el cada vez más nervioso Paya en cada centro se le escapa la pelota de las manos.
Casi finalizando el partido, y cuando don Oviedo se lleva el silbato a la boca, el Roli hace otra jugada impresionante genera un centro rasante, llego yo sin marca y la toco de zurda al palo derecho del Paya que se había volcado hacia el otro costado.
 

La emoción fue tan grande que salí corriendo y salté para abrazarme a don Oviedo, quien terminó el partido cuando todavía no me bajaba de sus hombros.
 

La invasión del impaciente público hizo que fuera imposible caminar por la cancha, mientras la emoción y felicidad de esos pibes de 10 años era indescriptible.
Estas añoranzas son un homenaje a los potreros donde se jugaban esos picados interminables.
Quiero sumar también en este recuerdo a las ligas amateur, como la Lasherina, la del Barrio San Martín, la del Cacique, la Corralitense y todas aquellas que tuvieron mucho que ver en la creación de brillantes jugadores que deslumbraron en las canchas del fútbol mendocino.
Hoy las escuelas de fútbol intentan suplantar al potrero y los padres quieren salvarse para toda la vida vendiendo a su hijo al mejor postor y les exigen como si fueran profesionales olvidándose que ellos a esa edad jugaban a los soldaditos.
Tiempos donde las noticias sorprenden diciendo que chicos de 12 años son vendidos al exterior.
El polvo del tiempo tapó con el olvido aquel reluciente domingo, la canchita del obrador de Las Heras hoy es una plaza, muchos de los vecinos de aquella época ya no están y los amigos del  famoso partido, que hoy peinamos canas, sentados en la vereda recordamos con añoranza que nuestro tiempo pasado fue mejor. 

 

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