Cuento en el día de la abuela
Mi abuela es esas manos viejas, plenas de caricias, y esos ojos melancólicos, los que desde niña habían percibido tanta pobreza. Era la alfarera de pañuelitos de dulce de membrillo para volver con el corazón contento y la panza llena desde su casa en la Villa Nueva vieja.
Desde la ternura de sus años, la abuelita Loreto Aliaga sonreía —y sufría— ante cada una de las ocurrencias de sus hijos y nietos. Lamento no haber disfrutado más tiempo, en su propia voz, de los relatos de La Consulta, su Pachamama.
Aun así, he construido —no sé si porque lo soñé o acaso lo escuché— que La Lore era hincha del Deportivo La Consulta. Y si en apariencia no estaba al tanto de fechas ni equipos, le pedía a papá que le trajera el diario y se mandaba hasta la última página de las noticias deportivas para chusmear los resultados del fútbol de Valle de Uco.
Desde ese fútbol que comenzaba a amar desde niños, elijo creer que su bondad se tomaba licencia si los nietos la bromeábamos con que debía modernizarse y olvidarse de equipos que no conocía nadie. ¿Qué sabríamos nosotros de conducta ni lealtad?
Sé que sus sentimientos no se quebraban y menos se doblaban en muchos ámbitos de su vida.
La abuela nos dejaría allá por los años 70, con el hermoso recuerdo de una vida sin estridencias, amorosa y fiel a sus costumbres y colores. A esa patria que es la infancia.
Puede que como dice mi hermano César, las abuelas de antes eran de batón y canas -como lo era la Lore-y las de ahora usan calza, hacen gym, traiking y pilates.
Pero es lo que nos tocó. En mi memoria y en mi percepción de aquel pibe de 6 que la abrazó cuando ya no me reconocía, sueño con que su Deportivo La Consulta del Valle de Uco sea campeón en el nombre de mi abuela.
Y que en los días de almanaque celebratorio, haya vueltas olímpicas de pañuelitos de membrillo, hechas con manos de orfebre. Y días de bondadosos soles.