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Tomás de Iriarte, el militar que escribió la historia argentina

Su vida estuvo siempre teñida de pólvora y sangre, aunque dejó escritos notables sobre capítulos relevantes de la formación de nuestro país.

Carlos Campana

Por Carlos Campana

24 Septiembre de 2024 - 10:12

Ilustración: Revisionistas (web).

El 6 de marzo de 1794, en el vibrante corazón de Buenos Aires, nacía Tomás de Iriarte, destinado a una vida marcada por las guerras, los desafíos ideológicos y el peso de la historia.

Una de las pocas imágenes que se conservan del destacado miliar argentino. (web)

Proveniente de una familia de militares, tanto por parte de su padre como de su madre, su linaje lo empujaba desde temprana edad hacia el sendero de las armas. Su abuelo, nacido en Tolosa, sirvió en el Cuerpo de Artillería del ejército español, y su carrera se coronó con el nombramiento de comisario, equivalente en aquel entonces al rango de teniente coronel. 

Su padre, el valiente Félix de Iriarte, dejó su huella defendiendo la Santísima Trinidad del Río Grande, y tras su muerte en 1806 al frente del Regimiento Fijo de Infantería de Buenos Aires, Tomás heredó no solo un legado, sino una vocación. 

Pero fue en las primeras décadas del siglo XIX que el destino de los Iriarte estuvo siempre teñido de pólvora y sangre, en un tiempo convulso donde las lealtades se debatían entre la corona y la causa de la emancipación americana. 

De los ocho hijos de Félix, los cuatro varones optaron por la carrera militar, aunque cada uno luchó bajo banderas opuestas. Esta división, reflejo de las tensiones de la época, encapsulaba la fractura que vivían muchas familias en medio de las guerras de independencia.

La tragedia que lo marcó de por vida

Tomás de Iriarte embarcó el 9 de agosto de 1804, con apenas diez años, rumbo al Colegio de Artillería de Segovia para continuar su formación militar, siguiendo la tradición de su familia. 

Lo hizo a bordo de la fragata Clara, que formaba parte de una escuadra integrada por otras tres fragatas: Medea, Mercedes y Fama, todas bajo el mando del general José de Bustamante. Estos buques, cargados de caudales y familias distinguidas, eran cruciales para mantener el flujo de recursos y personas entre el Virreinato del Río de la Plata y la Metrópoli.

Durante las primeras semanas, la navegación transcurrió sin incidentes. Al llegar a las Islas Canarias, los españoles intentaron obtener información sobre una posible declaración de guerra entre España y Gran Bretaña en un contexto de creciente tensión entre ambas potencias.

El 5 de octubre de 1804, mientras la escuadra navegaba hacia su destino, aparecieron en el horizonte cuatro fragatas de guerra británicas que enfrentaron a los buques españoles, también preparados para la lucha. Lo que siguió fue un combate breve pero devastador, donde los ibéricos, superados en número y potencia de fuego, libraron una lucha desigual.

En medio de la batalla ocurrió el hecho más trágico: la fragata Mercedes, que transportaba a numerosas familias, explotó violentamente. Entre las víctimas se encontraba la familia del general Diego de Alvear, una figura prominente a bordo. Solo su hijo mayor, Carlos de Alvear, que viajaba en la fragata Medea, sobrevivió. Carlos, años después, se destacaría como director Supremo en 1815, pero aquel día quedó marcado por la pérdida de su familia en las aguas del Atlántico.

Carlos María de Alvear, sobrevivió a la tragedia y a años después sería Director Supremo. (Imagen: web)

Quienes comandaban el resto de la escuadra, conscientes de la superioridad británica, no tuvieron más remedio que rendirse. A pesar de la derrota, el comandante británico Gove afirmó que los españoles no debían considerarse prisioneros de guerra, sino simplemente detenidos, un gesto que no mitigó el impacto emocional y estratégico de la batalla.

El cambio de rumbo ideológico

El joven Tomás de Iriarte siguió el camino de su padre y su abuelo, pero su vida militar no estaría exenta de dilemas internos. A los 13 años, ingresó en el prestigioso Colegio de Artillería de Segovia, donde comenzaría su carrera en el ejército peninsular. 

Allí, la formación rigurosa y el ambiente de disciplina moldearon a un joven soldado, presto a servir a su rey y a su patria. Sin embargo, la influencia de sus compañeros y superiores, muchos de ellos adeptos a las logias masónicas, lo introduciría a una visión diferente, cargada de los ideales liberales que comenzaban a florecer en España.

En 1817, Tomás fue destinado al cuerpo expedicionario del general Morillo, cuyo objetivo inicial era el Río de la Plata, aunque finalmente su rumbo cambió hacia la costa firme. Sin embargo, las circunstancias le impidieron embarcarse a tiempo, y este retraso fue, en retrospectiva, crucial para su transformación ideológica y personal. 

A bordo de la fragata Venganza, camino a Perú, la influencia liberal y masónica de sus compañeros de travesía encendió en él un nuevo fuego que lo empujaría lentamente a cuestionar sus lealtades.

El contexto político y militar que encontró al llegar a Perú era sombrío. El virreinato estaba jaqueado por las fuerzas insurgentes, y las tropas españolas, lideradas por el general José de la Serna, buscaban lanzar una ofensiva decisiva contra los patriotas del Alto Perú. 

Durante esta campaña, Iriarte fue testigo de la histórica sorpresa de Yaví, donde el marqués del mismo nombre fue capturado por las fuerzas patriotas. Lejos de permanecer inmutable, Iriarte organizó una suscripción de dinero y ropa para asistir a los prisioneros, un gesto que, si bien era humanitario, dejaba entrever su creciente simpatía por la causa de la emancipación.

El desenlace de su transformación se haría evidente cuando, durante una expedición realista bajo las órdenes del general Olañeta, cruzó las líneas avanzadas y decidió cambiar de bando, pasándose al ejército insurgente. 

Este giro no solo marcó un punto de inflexión en su carrera militar, sino que también lo posicionó en la encrucijada ideológica y moral de su tiempo: un militar, formado y educado bajo el régimen monárquico, que finalmente opta por abrazar la lucha por la libertad y la independencia de los territorios de ultramar de España en América.

Con este cambio, Iriarte dejó atrás su formación estrictamente militar y abrazó los ideales que lo habían cautivado en sus años de juventud. Su vida, a partir de ese momento, se entrelazó con las luchas independentistas de Sudamérica, y su nombre quedó inscrito en las crónicas de la historia como uno de esos hombres que, enfrentados a la disyuntiva de su tiempo, optaron por ponerse del lado de la libertad.

Entre la lealtad y la insurgencia

En el convulsionado escenario de las guerras de independencia y las luchas intestinas que sacudían el Cono Sur en el siglo XIX, la figura de Tomás de Iriarte emerge con la fuerza de un protagonista trágico, atrapado entre el deber militar y los giros imprevisibles de la historia. 

Habiendo abrazado con convicción la causa patriota, Iriarte atravesó las vicisitudes de la guerra y las traiciones de la política, moviéndose siempre con una firmeza que le ganó el respeto de sus contemporáneos.

Su encuentro con Miguel de Güemes fue uno de los momentos calve en su carrera. (Imagen: web)

El encuentro con el carismático jefe de la vanguardia patriota, Martín Miguel de Güemes, fue uno de los momentos clave de su carrera. Güemes, estratega de las guerrillas que hostigaban sin cesar a las tropas realistas en el Alto Perú, reconoció en Iriarte a un compañero de armas valioso, digno de su confianza.

No obstante, fue en Tucumán donde Tomás sellaría una de las amistades más entrañables de su vida, la que lo unió al general Manuel Belgrano, héroe de la Independencia y defensor del noroeste argentino. 

El creador de la Bandera, impresionado por su talento, lo colmó de atenciones y, en un gesto de humanidad, le permitió viajar a Buenos Aires en enero de 1818, tras catorce largos años de separación de su familia. Ese reencuentro con sus seres queridos, aunque breve, fue uno de los pocos respiros de paz en una vida marcada por la pólvora y la estrategia.

De regreso a Tucumán, Belgrano lo nombró jefe de la Escuela de Artillería, un puesto que permitió a Iriarte dejar su huella no solo en los campos de batalla, sino también en la formación de las futuras generaciones de oficiales. 

Su dedicación lo llevó a escribir un manual para la instrucción de oficiales y sargentos, un compendio que consolidaba su prestigio como hombre de armas y de ideas. Pocos meses después, fue designado sargento mayor con el rango de teniente coronel, alcanzando un reconocimiento que, sin embargo, sería puesto a prueba con las tormentas políticas que se avecinaban.

La anarquía tan temida

El año 1820 lo arrojó al ojo del huracán de las luchas internas que azotaban las Provincias Unidas del Río de la Plata. Fue capturado por el caudillo santafesino Estanislao López, figura clave en las guerras civiles argentinas, y desterrado a Montevideo junto a su amigo de la infancia, el general Carlos de Alvear.

En esa ciudad, Iriarte no se dejó amedrentar por las adversidades. Con la convicción de un patriota, fundó una sociedad que buscaba liberar a la Banda Oriental de la dominación portuguesa, evidenciando una vez más su capacidad de organización y su inquebrantable compromiso con la causa de la libertad.

Su regreso a Buenos Aires, en 1822, marcó una nueva etapa. Fue confirmado en su rango de teniente coronel, pero lo mejor aún estaba por llegar. Dos años después, fue enviado a los Estados Unidos como secretario de la misión diplomática encabezada por Alvear ante el presidente James Monroe. 

En suelo norteamericano, Iriarte tuvo la oportunidad de conocer a personajes ilustres, entre ellos el legendario general marqués de La Fayette, símbolo de la Revolución Francesa y de la independencia americana. En sus memorias, evocaría con admiración al presidente James Monroe, a quien describió como una figura elevada y el más puro exponente del republicanismo.

Al regresar a Argentina en 1826, Iriarte fue reincorporado al servicio activo como comandante de la artillería ligera. Su brillante actuación en la guerra contra el Imperio del Brasil, especialmente en la crucial batalla de Ituzaingó el 20 de febrero de 1827, le valió el reconocimiento de sus superiores y el aplauso de todo el Ejército Republicano.

En aquella jornada decisiva, la unidad de artillería que comandaba fue el terror de las tropas brasileñas, que sucumbieron ante la precisión y el temple de los hombres bajo su mando. El parte oficial destacaba la serenidad de los artilleros y el acierto de su puntería, una prueba irrefutable de la destreza militar de Iriarte.

Así, la vida de Iriarte osciló entre la grandeza y el sacrificio, entre las luchas externas y las internas, entre la lealtad a la causa y la traición de los tiempos. Un hombre de su tiempo, que dejó una marca indeleble en las páginas de la historia argentina, con la serenidad de quien supo cumplir con su deber, incluso cuando la tempestad de la guerra y la política lo arrastraron a rincones oscuros. 

Su nombre quedará siempre asociado a la lucha por la libertad y al arte de la guerra, en tiempos donde ambas cosas eran inseparables.

Tiempos difíciles

Sin embargo, la gloria de la guerra pronto se vio empañada por las profundas divisiones que desgarraban el país. Con el fin de la guerra contra Brasil, Argentina volvió a sumergirse en un largo período de luchas civiles. Iriarte, quien se había alineado con el Partido Federal Constitucional, se encontró combatiendo contra su antiguo compañero de armas, el general José María Paz, uno de los estrategas más brillantes de la historia militar argentina.

En el convulsionado y sangriento escenario de las luchas políticas del Río de la Plata, Tomás de Iriarte no solo empuñó la espada, sino también la pluma. Tras una vida marcada por la guerra y el exilio, este militar, que había servido con brillantez en batallas decisivas, enfrentó el ocaso de su carrera en medio de la vorágine política.

El ascenso de Juan Manuel de Rosas al poder, en 1835, marcó un punto de inflexión en la vida de Iriarte, quien, al oponerse firmemente al caudillo porteño, vio truncada su carrera militar y fue forzado a buscar refugio en el exilio, primero en Uruguay.

La llegada de Juan Manuel de Rosas al poder marcó un punto de inflexión en la vida de Iriarte. (Imagen: web) 

Para entonces, ya era un hombre de reconocida trayectoria militar. Había alcanzado el grado de coronel mayor (general de Brigada) en 1832, pero sus convicciones unitarias lo pusieron en abierta confrontación con el proyecto político de Rosas, que pretendía concentrar el poder en Buenos Aires. 

Este enfrentamiento lo llevó al destierro y lo apartó de las filas del Ejército Argentino, donde había dejado una huella profunda.

Fue en el exilio donde la vida de Iriarte tomó un nuevo giro. Despojado del mando y las glorias del campo de batalla, decidió dar testimonio de su vida y de los dramáticos tiempos que le tocó vivir. 

Comenzó a escribir sus memorias en 1835, un proyecto que lo acompañaría de forma cotidiana hasta 1847. Estas memorias, extendidas a lo largo de 10.000 folios, son un testamento conmovedor de su tiempo, un relato que combina momentos de grandeza militar con la penosa realidad del exilio.

En sus Memorias Iriarte relató los momentos más difíciles de la vida política argentina. (Foto: web)

Y no era para menos. La vida en Uruguay fue especialmente cruel para Iriarte y su numerosa familia, quienes soportaron privaciones constantes en medio de las convulsiones civiles que continuaban azotando la región. 

A pesar de todo, el general no abandonó las armas. En 1839 fue nombrado jefe del Estado Mayor del Ejército Libertador del general Juan Lavalle, un hombre que, como Iriarte, luchaba contra el dominio de Rosas. 

Participó en combates decisivos como los de Don Cristóbal y Sauce Grande, y protagonizó la rendición de Santa Fe, brevemente arrebatada a las fuerzas rosistas. Sin embargo, sus días de gloria fueron fugaces. La derrota aplastante en la batalla de Quebracho Herrado, en noviembre de 1840, marcó el inicio de una serie de fracasos que lo empujaron nuevamente al exilio.

Iriarte, un militar acostumbrado a los rigores de la guerra, se mantuvo activo hasta 1841, cuando la caída definitiva de las fuerzas unitarias lo obligó a cruzar los Andes rumbo a Chile. 

Desde Valparaíso, el exiliado intentó una vez más reinsertarse en el conflicto, buscando unirse al ejército que el general José María Paz organizaba en Corrientes para enfrentar a Rosas. No obstante, la desintegración de ese ejército frustró sus planes. Sin más opciones, regresó a Montevideo, justo a tiempo para participar en la defensa de la ciudad, que se encontraba sitiada por las tropas de Manuel Oribe, uno de los más leales y tenaces aliados de Rosas.

Otra de las varias obras que legóIriarte. (Foto: web)

La resistencia en Montevideo se convirtió en el último gran episodio militar de Iriarte. El general Paz, a cargo de la organización de la defensa de la ciudad, lo nombró comandante general de la artillería de la línea el 29 de enero de 1843. 

En esta función, demostró nuevamente su capacidad táctica y su firmeza en la adversidad, defendiendo la ciudad contra el asedio incesante de Oribe, que se prolongó hasta 1851.

A lo largo de su vida, Tomás de Iriarte fue un hombre marcado por las guerras y las lealtades divididas. En sus años finales, alejado de los triunfos militares y sumido en las privaciones del exilio, encontró consuelo en la escritura de sus memorias, un testimonio valioso no solo de su trayectoria personal, sino también de las profundas luchas que moldearon el destino de la Argentina y la región en su época. 

Aunque las armas lo definieron durante gran parte de su vida, fue la pluma la que inmortalizó su legado, reflejando el sufrimiento, la gloria y los dilemas de un hombre que vivió tiempos de grandes revoluciones.

La pluma por la espada

El ocaso de Tomás de Iriarte estuvo marcado por la pobreza y el destierro, pero también por la incansable actividad intelectual que lo acompañó hasta sus últimos días. Si bien su vida estuvo ligada a los campos de batalla y los conflictos que azotaron al Río de la Plata durante el siglo XIX, en sus últimos años, se entregó a la escritura y a la reflexión sobre los acontecimientos históricos de los cuales había sido parte.

Tras renunciar al mando en Montevideo en 1843, agotado por la guerra y las privaciones, Iriarte permaneció en esa ciudad durante algunos años, sobreviviendo en condiciones de extrema pobreza. 

La ciudad, asediada por las tropas de Manuel Oribe, era un hervidero de miseria y privaciones, y el veterano general no escapó a esa realidad. Sin embargo, en 1846 decidió dejar Montevideo y se dirigió a Corrientes, donde su antiguo camarada, el general Paz, intentaba formar un nuevo ejército. 

Pero las penurias y las constantes peticiones de su familia lo impulsaron a regresar a Buenos Aires en 1849, cuando el gobierno de Rosas mostraba señales de una ligera distensión.

A pesar de su regreso a la capital porteña bajo el régimen que lo había desterrado, Iriarte no volvió a la vida militar activa. Tras la caída de Rosas en 1852, encontró un nuevo espacio en la vida pública como miembro del Consejo Consultivo del Gobierno de Buenos Aires y en diversas comisiones asesoras. 

Fue en estos años cuando comenzó a compartir sus conocimientos y experiencias a través de la escritura, publicando artículos en la Revista de Buenos Aires, donde relató episodios históricos como el ataque a la escuadra española en la que viajaba hacia la Península. Este episodio, ocurrido décadas antes, quedó grabado en su memoria como una experiencia clave de su vida naval.

Iriarte también se dedicó a temas de gran importancia para la consolidación del Estado argentino, como la colonización y el arreglo de fronteras. En su obra Colonización y arreglo de fronteras, publicada después de la caída de Rosas, abordó los métodos más adecuados para combatir a los indígenas y avanzar en la población de las vastas regiones desiertas del país. 

Su preocupación por las fronteras y la expansión territorial reflejaba su visión estratégica y su profunda conexión con el destino de la joven nación.

Entre sus escritos más notables se encuentran Ataque y defensa (1855), en el que refutaba algunos de los puntos expuestos por el general Paz en sus memorias sobre las campañas de Lavalle, y Las glorias argentinas (1858), una obra que recopilaba fragmentos de sus propias memorias sobre el período de 1818 a 1825. 

Además, su Biografía del brigadier general José Miguel Carrera (1863) revelaba una defensa audaz de ese controvertido líder chileno, quien había jugado un papel crucial tanto en la independencia de Chile como en las luchas civiles argentinas. Esta defensa de Carrera fue un gesto inusual en una época en que muchos lo consideraban una figura controvertida y divisiva.

El último tramo de la vida de Iriarte también estuvo marcado por su labor como traductor, dedicando buena parte de sus días a la traducción de textos franceses e ingleses. 

En 1828, publicó una versión en español de las Memorias de Artillería, un libro técnico que reflejaba su vasta experiencia en ese campo, y años más tarde, en 1832, tradujo al español las Cartas de Lord Chesterfield a su hijo, una obra en dos volúmenes que versaba sobre los consejos de vida de un aristócrata británico a su descendiente.

Tomás de Iriarte falleció en Buenos Aires el 26 de mayo de 1876, después de una vida dedicada a la patria, tanto en el campo de batalla como en la construcción de un legado intelectual que perduraría. 

Ante su tumba, el coronel Tomás Guido, hijo del ilustre guerrero de la independencia homónimo, pronunció palabras que sintetizaban el respeto y la admiración que su figura suscitaba. 

La historia del general Iriarte, marcada por la guerra, la lucha política y la pasión por la escritura, refleja la dualidad de un hombre que, hasta el final de sus días, fue un combatiente en todos los frentes: desde las trincheras hasta la reflexión literaria.

Una escuela lleva el nombre del héroe de tantas batallas. (Foto: web)

Algunas calles de nuestro país llevan su nombre, como también un regimiento de Artillería y la Escuela N° 16 en la provincia de Buenos Aires.