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Un país de paciencia corta

El flamante ministro gobernante da pocas señales, la paciencia de la gente se acorta cada vez más y el fantasma de la frustración vuelve a acechar

07 de agosto, 2022 - 10:48

Tal vez sea el motivo por el que la Argentina nunca termina de arrancar, pero si hay algo que nos caracteriza es la impaciencia: a través del tiempo nos hemos transformado en una sociedad amante del cortoplacismo. 

Casi se diría que ocurre en muchos ámbitos de la vida, pero en el que más se detecta es en ese espíritu tan nacional de llegar al éxito rápido, con poco tiempo dedicado al esfuerzo y si es posible, con un buen golpe de suerte.

El salir de pobres es un derecho que, por supuesto, todos tenemos, pero en algo nos hemos equivocado como país, ya que teniendo posibilidades de estar en los niveles más altos, seguimos cayendo, ya no al piso si no al subsuelo. 

Además, la psiquis nacional se debate entre una autoestima basada en glorias del pasado y una depresión provocada por las reiteradas frustraciones.

Por eso es que pasar por un nuevo fracaso ya se torna peligroso.

Con la gran mayoría de los argentinos sumidos en un estado de casi postración anímica y con las esperanzas deshilachadas, el único ejercicio de ciudadanía es el hartazgo de una dirigencia a la que culpamos de todo, a la que en general nosotros mismos elegimos y le dejamos toda la responsabilidad. 

Basta ver los foros en las redes o en algunos medios para percibir no solo la desorientación general, las erráticas posiciones y propuestas políticas que se proponen, sino también, por sobre todo, un constante avance hacia un estado de anomia, mucho más peligroso que el “que se vayan todos” del 2002.

Ha sido justamente desde ese año, en que cuando sentíamos que tocábamos fondo con el fin de De la Rúa - Cavallo, en el año siguiente, tras el durísimo interregno Duhalde - Remes Lenicov, anhelamos que la patria se salvaría con el advenimiento de Néstor Kirchner - Roberto Lavagna.

Y así fue como se creyó que el país iba a emerger “viviendo con lo nuestro” después del festín privatizador y la desindustrialización de la década menemista.

Pero el brillo duró poco. Casi al final del primer gobierno K se empezó a descoser el ruedo sin haber aprovechado los mejores años de crecimiento, tanto por la cantinela ideologista de que el campo estaba en contra del pueblo como por un nuevo rebrote, y tal vez más dañino, de la siempre presente corrupción nacional.

Seguir recorriendo la historia reciente que ya no es historia si no crónica, es describir nuevos fracasos de arriba que nos afectan directamente a los de abajo. 

La esperanza blanca de 2015 se diluyó sin cumplir sus promesas, una de ellas, la de terminar con lo que llama populismo. No solo ni siquiera lo intentó, sino que primero lo ensanchó y luego lo quiso frenar cuando la cosa se le fue de las manos. Resultado: perdió las elecciones en un marco de nueva frustración.

Por eso este extrañísimo experimento institucional en el que se mezclan intolerancia, autoritarismo, ambición desmedida y total desorientación (atribúyale usted a cada quien esas cualidades)está permitiendo que se liberen muchos demonios antidemocráticos, como la total desconfianza en los dirigentes que a la sazón hacen méritos suficientes para ganársela.

Así es que hemos llegado tan cerca del acantilado que un estornudo puede hacer que se desbarranque la precaria paz social que aún permanece. 

Eso lo ha percibido el núcleo del poder cristinista y en el consabido marco de las decisiones bipolares ha jugado esta carta que muchos piensan que es la última posible: el massismo al poder.

El ministro Massa no tiene ninguna luna de miel, no cien días otorgados por la vicepresidenta. 

Los plazos son perentorios, no para que nos llene las heladeras ni bajar los precios instantáneamente, porque aumentaría su bajísima credibilidad. 

La cuestión es ya dar pautas seguras, alguna orientación de cómo aplicará su pensamiento ultrapragmático abrevado en el liberalismo inicial de su paso por la UCeDe, su sobrevuelo en las cercanías del macrismo y su aterrizaje al abrigo del poder kirchnerista. 

Está teniendo dificultades para designar cargos esenciales en el entramado de Economía, quizá debiendo consultar con la presidenta del Senado cada movida en el tablero. 

Todo eso se traduce en demora en las decisiones que, a su vez, minan la confianza depositada por sectores del empresariado y podrían volver a agitar las aguas del mercado del dólar blue. 

Tampoco le sería conveniente a Massa desestimar la tregua anunciada por el sindicalismo, un aspecto que en este país permite gobernar con cierta tranquilidad.

Por no irritar a Cristina y a La Cámpora, por no definir aún cómo va a manejarse con las organizaciones que dominan la calle y con el otro ojo puesto en sus relaciones internacionales, el ministro gobernante da pocas señales y la paciencia se acorta cada vez más.

Y el fantasma de la frustración acecha otra vez.