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Los revolucionarios almacenes de 1800

A fines del siglo XIX la ciudad de Mendoza se vio “invadida” por negocios que ofrecían productos novedosos traídos del exterior

24 de mayo, 2021 - 08:22

Ocurrió a fines de 1892 en la tranquila, pero floreciente aldea mendocina, cuando de un día para otro, se instaló un nuevo y rentable negocio: el almacén de alimentos.

Al principio, los primeros establecidos observaron que una importante franja de la población empezaba a transformar sus hábitos, cambiando los tradicionales alimentos básicos de carnes y verduras –estas últimas cosechadas en las improvisadas huertas en el fondo de las casas- para consumir los nuevos productos envasados en latas, como así también se inclinaban por una nueva bebida alcohólica llamada cerveza u otros aperitivos importados.

Esto llamó poderosamente la atención a los comerciantes, quienes de a poco empezaron a ver que obtenían grandes ganancias.

Muy pronto se produjo la instalación de nuevos establecimientos y, por ende, una feroz batalla de precios y de novedosos productos tanto del país como importados.

La competencia duró algunos años y muy pocos de estos grandes almacenes sobrevivieron a la exigencia del consumidor mendocino.

Pero introduzcámonos en aquellos tiempos para saber cuáles eran los gustos y tendencias a la hora de elegir.

 

Aquella vieja prosperidad

A fines del siglo XIX, la ciudad crecía a pasos agigantados. Con el correr de los años, los comercios iban instalándose con gran celeridad en la arteria principal –hoy avenida San Martín- y calles aledañas, como Lavalle, Buenos Aires, San Juan, Entre Ríos, Unión -actual Paseo Sarmiento o Rivadavia.

Las nuevas edificaciones iban dándole a la urbe local un toque diferente, acompañadas de nuevas tecnologías que incluían la llegada de los transportes, como el tranvía a caballo y el ferrocarril, que habían desarrollado una gran transformación para poder potenciar una economía a pleno al poder transportar en cuestión de horas todo tipo de productos en gran cantidad y a menor costo.

La nutrida inmigración que llegaba generalmente de Europa fue uno de los más importantes factores para que la provincia progresara en forma vertiginosa. También lo fue para el comercio, que se incrementó en gran medida y muchos propietarios se beneficiaron amasando grandes fortunas.

El consumo que traía la adopción de una política capitalista se había extendido a gran parte de la población, que trabajando podía comprar un poco más que la canasta básica para alimentarse, tener una indumentaria digna y darse algunos gustos. Para muchos, solo "el progreso" podía hacer este milagro.

Por aquel tiempo la Argentina vivía momentos de gran prosperidad, y eso se reflejaba en el mundo, ya que se encontraba en la lista de los países más importantes.

En aquel momento, en la ciudad de Mendoza abundaban las confiterías, cafés, peluquerías, tabaquerías, mueblerías, ferreterías, tiendas, mercerías, librerías y, por supuesto, no podían faltar los almacenes de comestibles, que eran los más visitados por la población.

Estos verdaderos palacios del buen comer exponían su codiciada mercadería en los escaparates de las vidrieras, haciendo que a muchos transeúntes al pasar, se les hiciera agua en la boca y se tentaran para comprar algún producto.

 

Productos para todos

Entre la gran lista de almacenes de comestibles instalados, se encontraba tal vez el más grande e imponente de estos negocios, llamado Al Pobre Diablo, ubicado en la esquina de San Juan y Entre Ríos. Su edificio era majestuoso y en sus vitrinas se encontraba una variedad de exquisitas mercaderías que producían la tentación de todo mortal. En sus vidrieras se podían observar todo tipo fiambres y de conservas importadas, contenidas en frascos.

Además de tener exhibidos los alimentos y bebidas, este negocio poseía una especie de cantina, en donde por la tarde muchos distinguidos caballeros se sentaban a beber el apreciado aperitivo hecho a base de hierbas y alcohol llamado Berthe, que era acompañado por una abundante “picadita" compuesta de variados y sabrosos quesos, trozos de jamón crudo y las infaltables aceitunas rellenas producidas en Mendoza.

 

Latas de lejanas tierras

En esos tiempos de abundancia, se produjo una invasión de novedosos productos envasados que venían de Europa, en especial de países como Francia, Italia y el Reino Unido, lo que inició un rotundo cambio en el hábito de las comidas.

Muchos años atrás, la dieta en las familias mendocinas estaba basada principalmente en carne vacuna, guisados y algunas verduras, pero a finales del siglo XIX, los nuevos métodos para conservar alimentos y la migración que se produjo desde el viejo continente trayendo sus costumbres, cambiaron para siempre el hábito de las comidas.

Dentro de esta nueva dieta se fueron incorporando quesos como el gruyere, el azul –comúnmente llamado roquefort–, el Holanda, el gorgonzola, el cheddar y el parmesano.

Otra novedad fue la incorporación de variedades de pescados en conservas, como el bacalao del Reino Unido, anchoas españolas enlatadas, atún francés, andonilettes trufadas y sardinas con tomates, todo enlatado.

Ahora sí la variedad de alimentos para los progresistas ciudadanos de Mendoza era más que importante. A esto, había que sumarle la feroz competencia de precios y productos entre los grandes almacenes locales.

 

Duelo entre almaceneros

A pesar de que el almacén Al Pobre Diablo era uno de los comercios de mayor venta en la ciudad, otro que tenía el simpático nombre de La Bombilla daba batalla con sus precios económicos y sus variedades de quesos y embutidos. Este negocio estaba ubicado en la calle San Martín 260 y su dueño era el italiano Gerónimo Corvetto. Gran cantidad de público concurría a comprar a lo del “tano", como cariñosamente le decían.

Más al Oeste existía otro negocio de almacén, llamado El Positivo, establecido en la calle Unión –actual Sarmiento- y Perú, que ofrecía los mejores productos alimenticios importados, además de licores y vinos.

Más hacia el centro de la ciudad, se encontraba otro de los tradicionales almacenes, llamado La Sirena, que con su agresiva publicidad en panfletos y periódicos desprestigiaba a los otros comercios, acusándolos de desleales en su peso y calidad. Este negocio era administrado por los señores Ugalde y Aguinaga.

Otro de los que llamaban poderosamente la atención era el almacén denominado La Locomotora, y como su nombre lo indicaba, aplastaba a los demás establecimientos de comestibles con sus precios y novedades. Paradójicamente, se encontraba en donde hoy se ubica un conocido supermercado de origen francés, en la intersección de la avenida Las Heras y la calle Belgrano, de Ciudad.

Su dueño era el italiano Miguel Carosella, quien introdujo una gran variedad de comestibles incluyendo aceitunas sicilianas y embutidos del país sardo.

Con el correr del tiempo, el apogeo de los almacenes de comestibles en la ciudad de Mendoza, comenzó a declinar cuando empezaron a pasar de moda, y como consecuencia de esta decadencia, muy pocos sobrevivieron pasada la primera década del siglo XX.