|02/01/24 09:10 AM

La conspiración que sacudió a Buenos Aires en 1809

El levantamiento de Martín de Álzaga del 1 de enero sembró la semilla que luego floreció en los hechos de mayo de 1810

02 de enero, 2024 - 09:12

En los primeros días de enero de 1809, en las entrañas de la capital del virreinato del Río de la Plata, una corriente de cambio se gestaba en las sombras, separando sutilmente a la España invadida por Napoleón, quien había producido una profunda acefalía en la conducción del gobierno que repercutió indudablemente en sus territorios de ultramar. 

Un intrigante sumario, bajo la sombra de la Reconquista de la capital, develaba indicios de movimientos liderados por los estrechos colaboradores del astuto Martín de Álzaga, el alcalde que tejía con maestría las intrigas del Cabildo y propiciaba derrocar al virrey Santiago de Liniers.

Intrigas y conspiraciones

Para ese tiempo, los secretos eran moneda corriente en las reuniones clandestinas de la casa de Tomás Valencia, donde Álzaga y sus seguidores, como Ezquiaga, Sentenach, Dozo, Fornaguera, Esteve y Llach, conspiraban sobre la promoción de la independencia. Aunque un informante se oponía, la evidencia sugería que el espíritu de la independencia se fortalecía, como una llama imparable.

Álzaga, un respetado vecino, que fue uno de los hombres poderosos durante la reconquista de Buenos Aires contra los británicos en 1806 y 1807, orquestaba en 1808 la destitución de Santiago de Liniers como mandatario interino. La desconfianza hacia Liniers, un francés en tiempos de Napoleón, crecía a pesar de la lealtad a la monarquía española.

En medio de los cambios en España, con la abdicación de Carlos IV y la llegada de Fernando VII, Buenos Aires quedaba envuelta en la incertidumbre. 

La tensión en Montevideo, donde Álzaga buscaba respaldo contra Liniers, se mezclaba con la proclamación de José Bonaparte como rey en Madrid. La resistencia armada que se produjo en España, también resonaba en Buenos Aires, donde, paradójicamente, el ex monarca Fernando VII era reconocido como rey legítimo.

El temor a la sumisión de Liniers a Napoleón impulsó la convocatoria de un Cabildo Abierto en Montevideo, liderado por el brigadier Javier Elío. La ciudad se dividía entre facciones, algunas separatistas bajo Álzaga y otras partidarias de ofrecer una Regencia a la princesa Carlota de Borbón.

En poco tiempo, el conflicto entre las facciones creció, alimentado por noticias de la situación en España y la desconfianza hacia Liniers.

En este caldeado escenario, el deseo de Álzaga de cambiar el rumbo del Virreinato se cristalizaba. La consulta a la Audiencia y la negativa a la orden de Liniers marcaban el preludio de un pronunciamiento público que cambiaría el curso de la historia porteña.

El confabulador de la corona

En 1808, durante las reuniones clandestinas, personajes como Tomás Valencia, Ezquiaga, Sentenach, Dozo, Fornaguera, Esteve y Llach, todos estrechos colaboradores de Álzaga, debatían sobre la necesidad de formar un nuevo gobierno.

El Cabildo, dirigido por Martín Álzaga, no dudó en expresar su descontento hacia el gobierno ibérico dominado por los franceses, enviando una carta a la futura Junta Central en septiembre de ese año. 

Mientras tanto, Álzaga, intentaba reemplazar a Santiago de Liniers como gobernante interino. La sospecha sobre Liniers, por ser francés crecía, especialmente después de un elogioso discurso al Emperador de los franceses. Sin embargo, la realidad política en España también era tumultuosa, como confusas noticias que llegaban al Río de la Plata desde la península, entre ellas la abdicación de Fernando VII en favor de José Bonaparte, lo que generaba incertidumbre en Buenos Aires. A pesar de la confusión, se juró lealtad a Fernando VII en un acto público en agosto. 

En la margen oriental del Río de la Plata, el temor a que Liniers se entregara a Napoleón llevó a la formación de una Junta de Gobierno en oposición al Virrey. El traslado de Álzaga a Montevideo buscaba fortalecer la alianza con el gobernador Elío contra la supuesta inclinación de Liniers hacia la nueva dinastía impuesta por Napoleón.

Lucha facciosa en Buenos Aires

La situación se complicó aún más con la noticia de la juramentación de José Bonaparte como rey en Madrid. En este caos político, se reveló la formación de diferentes facciones en la Metrópoli porteña, algunas inclinadas hacia la creación de un nuevo gobierno provisional y otras proponiendo una Regencia a favor de la princesa Carlota de Borbón.

La facción “carlotista", liderada por figuras como Juan José Castelli, Antonio L. Beruti, Hipólito Vieytes, Nicolás Rodríguez Peña y Manuel Belgrano, buscaba la protección de la princesa Carlota y rechazaba tanto la autoridad de la Junta Central en Sevilla como la tendencia separatista propuesta por Álzaga.

El conflicto entre las distintas tendencias políticas propició la formación de grupos con intereses divergentes. Álzaga, un personaje central en el escenario político, se perfilaba como uno de los principales impulsores de una nueva forma de gobierno. En septiembre de 1808, el Cabildo expresó su descontento hacia el gobierno peninsular conducido por Bonaparte en términos contundentes, evidenciando un creciente deseo de separación.

La figura de Álzaga, ambicioso y decidido, se destacaba como uno de los principales actores en este escenario de transformación.
Estos eventos previos marcaron el camino hacia un suceso olvidado por la historia que se desencadenará en el primer mes de 1809. 

Álzaga y Liniers tras el cañonazo

En la vibrante mañana del 1 de enero de 1809, la Plaza Mayor de Buenos Aires se llenó de vecinos y tropas, anticipando un día que cambiaría el curso de la historia de la región. Bajo el cielo del nuevo año, se llevaba a cabo la elección de los nuevos miembros del Cabildo, un evento que se veía empañado por la sombra de una alteración política planeada.

El Cabildo, dirigido por el influyente alcalde Martín de Álzaga, urdía abiertamente un cambio en el statu quo. Mientras tanto, el virrey Liniers mantenía una pasividad aparente, la formación de un organismo colegiado en Montevideo sugería la posibilidad de un destino similar para Buenos Aires, lejos del control francés que tanto repudiaban.

Las tensiones entre los poderes, el municipal y el superior, se palpaban en el aire. Tropas leales al virrey, lideradas por Saavedra, de la Legión de Patricios, y García, del Tercio de Cántabros, aguardaban acuarteladas, listas para defender la autoridad establecida. Los rumores de un posible cañonazo contra el Cabildo circulaban, creando una atmósfera de anticipación y riesgo.

La jornada se inició con la elección de nuevos miembros del Cabildo, llevándose a cabo sin incidentes en el edificio capitular. Posteriormente, Álzaga, como saliente alcalde, se encaminó al Fuerte, residencia del Gobierno, para obtener la aprobación de Liniers sobre la composición del Cabildo. En los alrededores, unidades leales al virrey esperaban, preparadas para intervenir si la situación lo requería.

La narrativa tomó un giro inesperado cuando los gritos resonaron en la plaza: "¡Abajo el mal Gobierno! ¡Junta como en España!". Era el desacato abierto a la autoridad y el clamor por una junta de gobierno, un eco de lo que ocurriría en mayo de 1810.

La infantería representada por los Patricios se presentó en el Fuerte con los Tercios de Catalanes y Gallegos, sumándose a la situación tensa. La lluvia torrencial que cayó disolvió a parte de los manifestantes, y la amenaza de cañones apuntando al Cabildo finalmente prevaleció sobre los insurgentes al virrey.

Álzaga, junto a los regidores Santa Coloma, Neyra, Arellano, y Llano, regresaron al Fuerte con la intención de resolver la creciente agitación y presentaron a Liniers su exigencia: la renuncia del representante Real y la formación de una Junta de Gobierno, con él mismo como primer vocal. La negociación llevó a un acuerdo inusual, donde el militar de mayor graduación, el general Pascual Ruiz Huidobro, asumiría temporalmente el cargo.

Este episodio, aunque fallido, produjo la renuncia del virrey Santiago de Liniers, y aunque fue restituido, el héroe de la reconquista contra los británicos dejó acéfalo el cargo y se retiró. Primero estuvo unos días en Mendoza, pero luego viajó hacia el interior de Córdoba, en donde se estableció. 

Ante el fracaso de Álzaga –quien fue detenido junto a sus colaboradores por deponer a la autoridad representativa del gobierno ibérico- produjo una gran repercusión en el interior del virreinato del Río de la Plata, en donde se produjeron alzamientos en el Alto Perú, como los levantamientos del 25 de mayo de 1809 en Chuquisaca y el 16 de julio en La Paz, gestados desde Buenos Aires y denunciados por autoridades y militares, marcando el principio de una ola de disidencia que se extenderá luego por gran parte de Sudamérica. 

El levantamiento de Martín de Álzaga en enero de ese año sembró la semilla que luego florecerá en los acontecimientos de mayo de 1810.