|28/08/22 10:05 AM

Hay que espantar al destino de la decadencia

En las manifestaciones de apoyo a la vicepresidente se pudo ver una bandera de la antigua confederación gobernada por el tirano Juan Manuel de Rosas. ¿Será una reivindicación de la Mazorca y la aspiración de la suma del poder público?

28 de agosto, 2022 - 10:05

Hay interesantes explicaciones sociológicas y psicológicas al fenómeno de la agitación, conducción y dominio de las masas, refiriéndonos al conjunto de personas que emprenden un objetivo con la acción directa, el respaldo o la defensa irrestricta de un mandato.

Para muchos quizá sea difícil de comprender y adherir a la idolatría que algunos personajes de la historia han generado entre la gente.

La Argentina ha sido prolífica en este tipo de relaciones entre la dirigencia y el pueblo.

Sin calificar la posición ética de los personajes, la sensación comprobada es que las grandes transformaciones parecen no haber surgido desde el seno mismo de las sociedades, sino que han sido pensadas, creadas y aplicadas por las mentes esclarecidas de un determinado momento histórico.

Podrá decirse también que el fervor popular se gana cuando el dirigente interpreta y reconoce las necesidades de las mayorías y acude presuroso a atenderlas.

Es entonces cuando se aprecia que la política, que debería ser una actividad de servicio y abnegación, puede transformarse en un instrumento de concentración de poder, y los fines supuestos de procurar el bienestar general pasan a un segundo plano.

Lo más difícil de comprender es que, cuando no se dan los resultados esperados en cuanto al beneficio buscado y a la compensación de energías desplegadas, la actitud de las multitudes hacia el personaje sigan siendo de una veneración absolutamente desprovista de sentido crítico.

En tiempos en que las comunicaciones y las redes han roto el contacto directo con los auditorios y las grandes concentraciones podrían limitarse a los espectáculos artísticos o deportivos, hay que repensar qué está pasando en un pueblo como el argentino, en el que una interminable carga de frustraciones no termina de alejarlo de las reiteradas recetas y promesas de un mundo feliz.

El peronismo inicial de finales de la década de los 40 encarnó la idea para muchos y la realidad para algunos menos que algún día habría posibilidad de alcanzar la bienaventuranza a la que accedían solo unos pocos.

El país cambió, es cierto, pero nunca se terminará de discutir si eso fue obra de un personaje providencial o iluminado, o fueron los efectos de una ola global que favoreció a una parte del mundo después de la Segunda Guerra Mundial.

Al igual que en los países cuyas burguesías no impulsaron un supuesto progreso, como Italia y Alemania de la primera posguerra, la Argentina fue escenario de ideas parecidas, que se impusieron primero por las urnas, y cuando ya no fue posible sostenerlas se intentó hacerlo por la fuerza.

El vehículo fueron multitudes enfervorizadas primero por las arengas de cierto tipo de líderes y después por la convicción de que se luchaba contra un enemigo interno muy peligroso.

Tal vez la línea histórica de los regímenes autoritarios sea siempre la misma, los extremos que dicen repelerse en un momento de unen por los mismos intereses.

Hay un factor común en los nacionalismos extremos que comienzan siendo la reivindicación de los valores patrióticos y terminan quebrando las cabezas de los díscolos.

En las manifestaciones de apoyo a la vicepresidente se pudo ver una bandera de la antigua confederación gobernada por el tirano Juan Manuel de Rosas. ¿Será una reivindicación de la Mazorca y la aspiración de la suma del poder público?

En el país se está dando inicio a un muy peligroso camino en el que el principio es la defensa de una mujer titular de un cargo en el Estado, encausada y procesada por delitos establecidos en el Código Penal, que puede o no ser condenada, pero que ha desatado un ataque casi letal a la convivencia pacífica basada en la ley, las instituciones y el respeto mutuo.

El peronismo nació de un gobierno de facto que impulsó, desde el poder vertical de las fuerzas armadas, medidas que reconocieron derechos sociales y reafirmaron otras que habían sido generadas por el socialismo argentino y el radicalismo.

Eso ocurrió hace más de 70 años; fue muy justo haberlo logrado, pero entonces, pobre país y pobre pueblo argentino que solo tenga eso para depositar sus esperanzas, un lejano pasado con un futuro de decadencia.