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Fútbol, el soft power argentino

El poder de seducción que ejerce la Argentina en los lugares más insólitos del planeta, como el de la Selección nacional de fútbol sobre ciertos pueblos, no alcanza si se quisiera lograr otros objetivos, por ejemplo económicos, para lo cual hace falta aplicar medios más convincentes

02 de diciembre, 2022 - 07:53

Por estos días mundialistas, muchos argentinos nos hemos desayunado con la pasión que sienten varios pueblos de la tierra, algunos bien lejanos como Japón o Bangladesh, por los colores de nuestro seleccionado nacional de fútbol.

Hemos visto a largas banderas argentinas portadas por fanáticos bangladesíes o a una barra japonesa entonar la marcha peronista para alentar a su equipo.

Muchos se preguntan de qué se trata todo esto. Vamos por partes, primero una explicación conceptual de este fenómeno.

Para empezar, hay que hablar del “soft power”, o poder blando, un término usado en relaciones internacionales para describir la capacidad de un Estado para incidir en las acciones o intereses de otros actores valiéndose de medios culturales e ideológicos, con el complemento de medios diplomáticos.

El término fue acuñado por el profesor de la Universidad de Harvard Joseph Nyle en su libro de 1990 Bound to Lead: The Changing Nature of American Power, que luego desarrollaría en 2004 en Soft Power: The Means to Success in World Politics.

El valor del término, en cuanto concepto o teoría política, ha sido bastante discutido, aunque es ampliamente utilizado como forma de diferenciar el poder sutil de la cultura y de los valores frente a formas más coercitivas de ejercer presión, también llamadas poder duro o “hard power”, como por ejemplo la acción militar o como las presiones y condicionamientos de tipo económico.

Pero, ¿de dónde le viene a la Argentina este poder blando que parece ejercer su influencia en los lugares más insólitos del planeta?

Por ejemplo, si analizamos el caso específico de Bangladesh vemos que se combinan varios factores. El más evidente es el futbolístico, que es asociado a figuras emblemáticas de este deporte como Maradona y Messi. Pero también hay una simpatía que marcha de la mano de la política. Habiendo sido Bangladesh una colonia británica que sufriera una gran hambruna a manos de sus amos coloniales durante la Segunda Guerra Mundial, hay un sentimiento de admiración por nuestra gesta de Malvinas, pues ellos odian todo lo que venga del Reino Unido.

Tampoco pueden descartarse otros “atractivos”, como los que plantea nuestra música nacional, el tango -el que es bailado y cantado especialmente en Finlandia y en Japón- como también las figuras políticas de Juan Domingo Perón y de Evita. Para esta última, el notable músico inglés Alan Parson le dedicó su ópera rock Evita, popularizada por la película del mismo nombre y protagonizada por la célebre cantante pop Madonna.

 

¿Poder blando o poder duro?

Sea como sea, para millones de personas alrededor del ancho mundo la marca “Argentina” es un plus, es algo que les atrae. Pero, ¿por qué? La pregunta es difícil de contestar, ya que es compleja porque abarca una apreciación de nuestras virtudes y de nuestros defectos y escapa a una valoración sencilla. Por ejemplo, el filósofo Alberto Buela, siguiendo a Jorge Luis Borges en eso de que los argentinos somos irreverentes, dice: “La irreverencia argentina, para muchos fanfarronería o egolatría, es lo mejor que podemos dar y donde está anclada nuestra creatividad”.

Fue el ya mencionado Borges el que escribió en su libro El tamaño de mi esperanza, de 1927: “A los criollos les quiero hablar: a los hombres que en estas tierras se sienten vivir y morir, no a los que creen que el sol y la luna están en Europa. Tierra de desterrados natos es ésta, de nostalgiosos de lo lejano y lo ajeno: ellos son los gringos de veras, autorícelo o no su sangre, y con ellos no va mi pluma. Quiero conversar con los otros, con los muchachos querencieros y nuestros que no le achican la realidad a este país”.

Es decir que esta irreverencia que nos caracteriza está anclada en una peculiaridad: nuestro carácter criollo, vale decir el de no ser tan europeos como los europeos mismos ni tan indios como los que se dicen originarios. Es decir, somos algo distinto, algo nuevo que ha sabido reunir lo mejor de ambos mundos. Llegado a este punto, muchos se preguntarán: “Todo muy lindo, muy poético, pero ¿para qué nos sirve?”.

Para contestar esa pregunta va a cuento algo que leí en Twitter en estos días. Un emprendedor gastronómico razonaba que Bangladesh cuenta con 151 millones de habitantes. A continuación se preguntaba: “y si, por ejemplo, le hiciéramos probar el dulce de leche o las empanadas criollas al 1% de su población, estaríamos hablando de 1,5 millones de consumidores potenciales”.

Más allá de los millones de potes de dulce de leche o de docenas de empanadas que se podrían vender, hay un hecho de fondo y es el que señala Nyle.

Este poder blando permite alcanzar objetivos sin coaccionar. Sus recursos son activos que producen atracción. Él afirma que “la seducción siempre es más efectiva que la coacción”. El poder blando tiene sus limitaciones, pues distinto sería el caso si solo mediante el mismo, por ejemplo, quisiéramos recuperar nuestras Islas Malvinas. Sería –claramente– poco efectivo para ello, ya que para los realistas hay que descartarlo porque las relaciones internacionales responden a solo dos tipos de incentivos: los económicos y la fuerza. En otras palabras, a los factores del poder duro.

Ya decía Al Capone que con una sonrisa podía conseguir muchas cosas, pero acompañado por una pistola, muchas más.

La Argentina, como hemos visto, ya dispone de una hermosa sonrisa; tal vez ha llegado el tiempo de procurarse una pistola o en términos de Nyle, mejorar su poder duro.

 

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.