21 Septiembre de 2018 - 09:20
En las últimas décadas, el fenómeno del Big Brother (Gran Hermano) surgido en base a la utilización de sistemas de vigilancia, mayoritariamente mediante cámaras, en nombre de la seguridad nacional (y policíaca también) ha sido referente de múltiples series y películas. El dilema que se plantea es hasta donde la vigilancia con fines de seguridad repercute en la privacidad de los ciudadanos, un derecho básico de cualquier sociedad.
Para los más conspirativos, el gran ojo del estado busca observar y controlar cada aspecto de la vida individual, tanto para fines corporativos como para sostener una única opinión pública. Sin embargo, una vez más, la realidad superó la ficción.
Experimento social
La segunda economía más grande del mundo ha apostado a la creación de un ecosistema similar a las referencias mencionadas anteriormente. El foco de la vigilancia, sin embargo, está puesto sobre la conducta de los individuos. ¿Cómo funciona? Muy sencillo. Aquel que se comporta dentro de las reglas e imposiciones del gobierno, tendrá beneficios que irían desde el libre tránsito (sí, ese derecho básico que todos conocemos) hasta posibilidad de ascensos laborales, prioridad en líneas crediticias/hipotecarias, y otros menesteres. Caso contrario, el rebelde anti-sistema, será privado, como castigo, hasta de tomar sol (en el peor de los casos).
Para llegar a este punto se han venido dando circunstancias que terminaron facilitando el ejercicio de este poder de vigilancia. En parte, China tiene más de 176 millones de cámaras repartidas por los grandes espacios urbanos, cantidad que se plantea triplicar para 2020. El uso de la inteligencia artificial para tomar decisiones políticas y sociales está cada vez más adaptado en China, y no debemos olvidar que aplicaciones como Alipay han dejado de lado el uso de efectivo para pagar productos y servicios en toda la extensión territorial. Podemos ver como el ciudadano de a pie compra tranquilamente por su barrio únicamente con el celular, compartiendo toda su información personal de forma virtual y generando un perfil ante el Estado de su conducta, sus compras, y ahora también, de su puntaje como ciudadano.
En este contexto, la marginalidad virtual a la que apunta el sistema de puntaje, implica que una persona se encuentre físicamente en China, aunque exiliada virtualmente. Un paria entre sus pares, una persona que no puede acceder a la vivienda, subirse a un medio de transporte, ni siquiera puede comprar en la verdulería de su barrio. Para el gran estado chino, cada persona terminará siendo un puntaje. Sin lugar a dudas, una nación de corte totalitario es la base para establecer este mecanismo de control, allí donde las libertades individuales están olvidadas desde hace tiempo.
Ahora bien, este sistema experimental ya está funcionando en 36 ciudades de China y todo parece indicar que van a continuar ampliándose hasta que sea asimilado como la norma de vida regular allí. El control individual por parte del estado amenaza, incluso, a aquel que haga todo bien. Ningún sistema es infalible, y su vida puede quedar atada a la suerte de un simple error. También es posible que aquel que piense distinto al régimen termine, forzosamente, dentro de los errores del sistema.
Esta nueva forma de ordenar y controlar al ciudadano, en el país con mayor cantidad de seres humanos del mundo, nos lleva a pensar que más allá del dilema ético, moral y legal, que supone la seguridad sobre la privacidad, también se plantea la importancia de nuestra identidad virtual sobre la identidad física. Un simple número, una variable, y las decisiones individuales que tomemos, serán la diferencia entre ser libre, o no.
La ficción, tras el éxito de la obra de Orwell “1984”, no ahorró en futuros distópicos en los que el control sobre un individuo alienaba a las comunidades. Con el paso del tiempo y la llegada de las redes sociales, nuevos trastornos se generaron y permitieron ser imaginadas en series como “Black Mirror” o en películas como “Ingrid goes West”. El peligro de este sistema que vulnera las libertades individuales es que a su vez modifica los patrones de socialización de las personas y empuja a los individuos a construir nuevas redes; eso permite pensar que abandone amistades guiándose por los puntajes que tiene y buscar rodearse de personas con valores altos. Así, la desigualdad social encontraría una nueva forma de manifestarse.
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