5 Abril de 2022 - 12:35
Hizo ayer 50 años, miles de mendocinos hastiados por políticas nacionales y locales opresivas, dieron vuelta la tradición de una provincia sumisa, tranquil, que no se rebelaba contra nada. Esa jornada se produjo en la ciudad capital un estallido, quizá desencadenado por la represión, pero que fue la chispa para una pueblada que duró varios días: el Mendozazo.
Ese 4 de abril de 1972 se agotaba una de las tantas dictaduras militares del siglo XX, la autodenominada Revolución Argentina, que bajo la figura del general Alejandro Lanusse buscaba pactar con un peronismo sin Perón, para salir del atolladero de un frustrado proyecto político conservador y antidemocrático.
Ubicados en esos turbulentos años para el mundo, Mendoza no podía permanecer ajena a las protestas obreras y estudiantiles, que ya habían ya habían estallado en Córdoba y Rosario con dura represión militar y un saldo de muertos, heridos y miles de detenidos.
Una junta militar había derrocado al presidente constitucional Arturo Illia con Juan Carlos Onganía al frente.
Al cabo de 6 años de Constitución violada, de disolución de los partidos políticos, aplicación de políticas económicas anacrónicas con la realidad de la Argentina de entonces, el poder inicial estaba fuertemente cuestionado desde la dirigencia política que no pactó, desde el sindicalismo, mayoritariamente peronista y desde los movimientos estudiantiles.
En Mendoza, habían pasado dos interventores militares: los generales Tomás Caballero por una período breve y José Eugenio Blanco, que le entregaría el Gobierno provincial al exmandatario local Francisco J. Gabrielli. El veterano dirigente había sido elegido por el entonces presidente Lanusse atribuyéndole cierto prestigio entre los mendocinos debido a su anterior gestión constitucional sostenida por el Partido Demócrata.
Las protestas y manifestaciones eran cada vez más frecuentes, pero acotadas, sin embargo, esa mañana un detonante amalgamó a trabajadores sindicalizados y pobladores de los barrios más carenciados. La creciente indignación por la situación socioeconómica tuvo como detonante un desmesurado aumento de las tarifas eléctricas de la empresa estatal Agua y Energía Eléctrica.
A media mañana se conformó una marcha integrada por trabajadores entre los que predominaban ferroviarios y metalúrgicos, que estaban encabezados por el dirigente de los petroleros privados Carlos Fiorentini, que se dirigió hacia la Casa de Gobierno.
El Sindicato del Magisterio también había reunido a los docentes, la mayoría de sus integrantes mujeres, en su sede de la calle Mitre.
La Policía, que estaba bajo jurisdicción militar, salió a reprimir con gases y camiones hidrantes. Las maestras que protestaban en la vereda fueron golpeadas y y atacadas por los fuertes chorros de agua con tinta.
En el Barrio Cívico, la Policía Montada atacó a los manifestantes que reaccionaron violentamente. Arrojaron toda clase de objetos contra los efectivos que debieron encerrarse en el primer piso con caballos incluidos.
Los gases lacrimógenos no fueron suficientes para frenar a los protagonistas de los disturbios, que ya habían empezado a incendiar autos estacionados de algunos de los empleados públicos. A esa altura, el gobernador Gabrielli había renunciado argumentando su negativa para ordenarle a la Policía que reprimiera.
El jefe de la Octava Brigada de Infantería, general Carlos Gómez Centurión, ordenó que interviniera la Gendarmería. La acción directa de los efectivos empezó desde la calle Peltier, ingresando por los costados del edificio principal. Directamente, dispararon con fusiles provocando la muerte de un canillita que estaba entre los reclamantes.
El hecho desató una turbamulta que recorrió las calles del centro, rompiendo vidrieras e incendiando vehículos, entre ellos un trolebús en la intersección de Colón y San Martín.
Inmediatamente, la intervención militar declaró el estado de emergencia con ley marcial incluida. A partir de allí, el Gran Mendoza vivió varias noches de patrullaje militar, con detenidos, en Las Heras una bala militar mató a una vecina que solo se había asomado a mirar.
Esos días marcaron a varias generaciones de mendocinos que años más tarde verían crecer una violencia que llevó al país a sus horas más oscuras de las que aún no se ha recuperado totalmente.
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