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Gestos de diálogo: no solo hay que serlo, sino parecerlo

Alberto Fernández, expulsado con mucho ruido del círculo íntimo del kirchnerismo en el primero de los dos períodos de gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, hoy, con la conveniente bendición de ese mismo círculo, llegó a la Presidencia,

16 de diciembre, 2019 - 07:09

La República Argentina transita las últimas semanas del tumultuoso 2019 con los primeros días de gestión de Alberto Fernández.

Un hombre que solo hace un año y medio atrás no era tenido en cuenta ni para las segundas líneas de un partido que, dividido, se encaminaba a tratar de recuperar la consideración de la gente para ser gobierno.

Ese ex funcionario expulsado con mucho ruido del círculo íntimo del kirchnerismo en el primero de los dos períodos de gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, hoy, con la conveniente bendición de ese mismo círculo, logró algunas cuestiones.

Entre ellas, aglutinar a gran parte del justicialismo nacional, ser el Presidente de la Nación, poner un cierto manto protector a quienes todavía son investigados por la Justicia y dar algunas señales de diálogo a una oposición que en primera instancia lo recibió de buen grado.

En lo social, económico, productivo y laboral, el flamante Presidente se encamina por senderos de dar respuestas inmediatas a un país con un 40% de pobreza, 32% de desocupación y 54% de inflación, siendo este último punto el más bravo de controlar y disminuir a la mínima expresión.

De lograrlo, los dos primeros bajarían drásticamente y el país se encaminaría a esa saludable y merecida situación de vida que merecen sus habitantes.

Todo un panorama que sabe que no lo podrá hacer sin el diálogo del que le habló a esa gran mitad del país que no lo votó. Como también a los sectores políticos opositores, empresarios, industriales y productivos que también integran el país.

Alberto Fernández quiere mostrar una cara diferente a la del kirchnerismo, aunque todavía no convence del todo porque muchos dicen que “es de ese riñón”.

Habla de diálogo y extiende sus manos en un convite institucional que aglutine a toda la fuerza política y social.

Ahí también muchos se preguntan si hay que llegar a él totalmente confiados. Sobre todo, cuando comienza atacar a la Justicia y pretende condicionar el trabajo de la prensa.

El nuevo Presidente, por boca de ganso, acusa a la Justicia de persecuciones indebidas y detenciones arbitrarias inducidas por los gobernantes y silenciadas por cierta complacencia mediática.

Una destacada definición para poner en tela de juicio todo lo que costó llevar a cabo por parte de jueces y fiscales, en ese proceso de investigación judicial sin precedentes en el país, para desenmascarar a quienes robaron a la Argentina en ese difícil proceso entre el 2003 y el 2015.

Con puntos muy oscuros, como haberle quitado la vida de un fiscal de la Nación, como Alberto Nisman, que investigaba el manejo impune del poder presidencial para tapar un atentado terrorista al país.

Aspectos que contaron con el invalorable aporte de la investigación periodística, que muchas veces fue adelante del mismo andamiaje judicial. Hoy, ambos sectores fueron transformados en los demonios que deben ser exorcizados del ser nacional.

Entonces caben  algunas preguntas. Cuando Alberto Fernández habla de diálogo, ¿lo hace para tener el aval institucional para acometer contra la Justicia y la prensa?

¿A qué se refiere cuando dice que en su gobierno nadie cometerá actos de corrupción?, ¿quizá es un aviso a sus compañeros de ruta quienes sí los cometieron?

Con esto último quizá le esté diciendo al país que él no es igual que ellos. Entonces ¿por qué trata de defenderlos y condicionar a la Justicia que los está investigado y procesando?

¿Será que ese fue el compromiso muy secreto para armar la coalición que lo llevó a ser Presidente, tirar una pesada capa de impunidad?

Los ampulosos e indisimulados gestos de la vicepresidenta Cristina Kirchner durante la asunción de Alberto Fernández no solo hay que verlos y tomarlos en su lectura como que el único destinatario fue Mauricio Macri.

Fueron hacia todo sector de la Argentina que sabe lo que ella encierra y es como parte de un segmento oscuro, impune, sectario y corrupto de la historia nacional.

Es haber dicho: “Aquí estoy de vuelta, seguiré haciendo lo que se me da la gana y seré intocable hasta el final”.

Una grotesca postura que alimenta el Presidente y respalda con las medidas que pretende tomar sobre el Poder Judicial.

Una cara extremadamente grave, que todavía el país golpeado de los argentinos no  mide en su real dimensión.

Porque la gente solo quiere salir de una coyuntura social y económica que ha perforado la economía familiar. Pero que, cuando caiga en la cuenta, ojala ya no tenga una Justicia híbrida y un periodismo amordazado.

Dos aspectos que también podrían implicar que se vulneraron preceptos constitucionales, por lo que ya se estaría hasta condicionando la institucionalidad democrática de la Nación.

Un estado que hoy ve gestos de diálogo, donde no solo hay que serlo, sino parecerlo.