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Vivir dignamente sin perder la democracia

El debilitamiento del sistema democrático avanza empujado por los fuertes cuestionamientos que se les hacen a las instituciones republicanas

08 de mayo, 2022 - 09:16

Los desaguisados verbales, los gestos exagerados y las expresiones corporales que muestran las intenciones escondidas de nuestros dirigentes - los principales, los que tienen y los que deberían tener poder de decisión-, un día serán anécdotas o pasarán al olvido. Del mundo gestual al que tan afines somos los argentinos, el más inquietante es el de los aplausos festejando los mohines y supuestas sentencias sabias de la vicepresidente. Parecen una puesta en escena obligada, pero sin embargo son reales, por lo menos los de las filas de más atrás. 

En Corea del Norte, aunque no entendamos el idioma, sabemos que los aplausos y las forzadas risas del entorno del tirano Kim Yong un sirven para conservar la vida. En cambio, por ahora, cuando habla Cristina de Kirchner en público hay que reír y aplaudir para no ser considerado un infiltrado neoliberal. Pero todas estas exteriorizaciones no son tan importantes como la probabilidad de debilitar y poner en riesgo la democracia recuperada 40 años atrás.

Aunque parezca temerario afirmarlo, el debilitamiento del sistema democrático avanza empujado por los fuertes cuestionamientos que se les hacen a las instituciones republicanas desde distintos ángulos. Muchos de ellos enancados en la paupérrima calidad de los dirigentes políticos o por la ambición de conservar un poder que en la Argentina suele ser esquivo y efímero.

Esquivo no porque el kirchnerismo no lo tenga realmente, sino porque es incompleto, pues desde sus inicios en 2003 nunca lo han tenido por completo. Aún con mayoría en las cámaras y en las gobernaciones de provincias, siempre quedaron bolsones que no pudieron dominar y desde donde se apalancaron los sectores que hoy conforman la oposición.

Efímero, porque a la larga se termina diluyendo por pérdida de la fuerza inicial y el desprestigio, o por las rivalidades internas que lo corroen.

El discurso del kirchnerismo más duro en boca de Cristina y Máximo ya directamente interpelan a la división de poderes, el sistema de partidos y el régimen electoral. En general lo hacen planteando la hipotética defensa de intereses verdaderos y la promesa de solucionar la dramática realidad de millones de argentinos, hoy arrastrados a la pobreza y el hambre.

Nadie puede negar que a la mayoría poco le importa la división de poderes, el número de integrantes de la Corte Suprema o qué boleta se usará en las próximas elecciones cuando se trata de comer durante todo el mes. 

Muchos aspectos que hacen a la calidad de vida pasan a ser secundarios cuando las perspectivas de satisfacer las necesidades elementales se hacen azarosas y las posibilidades de una vida mejor, casi pasan a ser una utopía.

Es entonces cuando hábilmente un sector del peronismo gobernante ataca a un gobierno propio cada vez más inepto y débil buscando confrontar la pobreza real y lacerante con ineficaces propuestas económicas y soluciones de muy difícil éxito. La encrucijada parece insalvable para los que pretendemos analizar y entender lo que ocurre. 

Pues el resultado de aplicar inmediatamente una economía abiertamente liberal en lo interno y externo, no garantiza resultados ni beneficios para los más urgidos. La historia ha demostrado que las reformas no pueden llevarse a cabo sin ajustes y eso solo es posible con grandes sacrificios conscientes y aceptados o con la imposición por la fuerza.

En tanto, la fórmula de distribuir una riqueza que no existeimprimiendo dinero sin respaldo y presionando para obtenerbienes que no alcanzan en cantidad para satisfacerla es un pasaje directo a la hiperinflación, el estancamiento y la consiguiente escasez de productos, muchos de ellos esenciales.

La persecución y los controles de precios ya han sido aplicados por muchos gobiernos, y no hay que remontarse a la historia antigua para verificar su fracaso. La habilidad humana para sortear esos impedimentos ha generado beneficio para unos pocos y más penurias para la mayoría.

La disyuntiva es brava, más populismo es difícil de sostener porque cuando se terminan los recursos y no se quiere perder terreno dentro de las reglas de juego democráticas, deviene la ruptura y el camino al autoritarismo. Del otro costado, la idea de imponer teorías económicas como un pensamiento único o verdad revelada no promete paz social ni un resultado equilibrado.

Las urgencias sociales y los intereses sectoriales requieren soluciones rápidas y en el horizonte no es asoma ninguna idea, propuesta ni intención de empezar con por lo menos lo más elemental de la democracia, el debate sobre qué es lo posible y lo necesario para salir adelante.

No podemos comer constituciones, pero si cuidamos la República nos podremos dar tiempo para encontrar un camino equilibrado y justo para recuperar a la Argentina.