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Una de cal y una de arena

La historia nos dice que siempre hemos tenido una difícil relación con Gran Bretaña, pero la situación por la que pasa actualmente ese país puede darnos la chance de lograr avances en nuestros reclamos por las Islas Malvinas

30 de septiembre, 2022 - 07:42

La historia nos muestra cómo los imperios –como toda creación humana– nacen, crecen, se reproducen y mueren. Llegados a la última etapa de sus vidas, se destacan dos actitudes posibles.

Están, por un lado, aquellos imperios que no saben envejecer, como fue el caso del Imperio Romano de Occidente caído en el siglo V a. C., luego de que Roma fuera conquistada por los bárbaros.

En el otro extremo y por otro lado, están aquellos que saben administrar su agonía y su descenso es lento y pausado, como fue el caso del Imperio Romano de Oriente, conocido como Bizancio.

Los analistas que se han puesto a estudiar estas diferencias, como el estratega Edward Luttwak, han llegado a la conclusión de que el secreto del éxito de los segundos es que, por lo general, adoptaron una actitud humilde basada en una estrategia defensiva.

Por el contrario, los primeros se basaron en una falsa superioridad que los llevó a la ruina y al uso de estrategias ofensivas.

Ejemplos históricos para ilustrar lo señalado sobran. Están los casos del viejo Imperio Español y el actual Estadounidense que nos sirven para ilustrar a aquellos que tuvieron un rápido descenso, y el del Imperio Británico, por el contrario, para ejemplificar a los que supieron descender con elegancia a lo largo del tiempo.

La citación del Imperio Británico dista de ser casual, ya que tiene para nosotros un especial interés, pues nuestra República ha tenido y tiene un largo y agitado diferendo con él.

Para hacer una historia larga muy corta, se puede empezar afirmando que fueron ellos, los británicos, los que se fijaron en nosotros, los habitantes de estas tierras allá a lo lejos, incluso antes de que fuéramos una Nación independiente.

Porque cuenta la historia que intentaron invadirnos en varias oportunidades.

 

A saber:

1º) Durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807 cuando éramos una posesión española.

2º) Cuando intentaron vulnerar nuestros ríos interiores durante la gobernación de Juan Manuel de Rosas de la Provincia de Buenos Aires, quien –a su vez– estaba a cargo de las RREE de las Provincias Unidas del Río de la Plata, circa 1845.

3º) Cuando invadieron y usurparon nuestras Islas Malvinas en 1833 y cuando las retomaron tras nuestra recuperación en 1982.

Obviamente, varios estudiosos de la Historia no podrán decir que hubo muchas más ocasiones en que hechos similares ocurrieron. Es verdad, pero como anunciamos, este iba a ser un relato corto.

Pero mucho más importante que sus intentos bélicos fueron las veces que usaron su soft power, apelando a la diplomacia, la economía y las buenas costumbres para conquistarnos. Volviendo a hacer una historia larga muy corta, vamos a un resumen:

1º) Contrajimos nuestro primer empréstito con la Casa Baring Brothers de Londres y terminó en default, a instancias de Bernardino Rivadavia, ministro de gobierno de Martín Rodríguez allá por el 1826.

2º) Durante buena parte de nuestra historia, Gran Bretaña fue nuestro principal socio comercial, llevando al hijo del presidente Julio A. Roca a exclamar: “La Argentina por su interdependencia recíproca es, desde el punto de vista económico, una parte integrante del Imperio Británico”, tras la firma del convenio Roca-Runciman.

3º) En épocas recientes, especialmente tras la Guerra de Malvinas, no han dejado los británicos de realizar acciones de acercamiento. Muchas veces materializadas o, mejor dicho, disfrazadas de causas nobles, como el diálogo entre veteranos de ambos países o como el concurso que se realiza por tercera vez por iniciativa del gobierno kelper y es refrendado por las embajadas británicas en Argentina, Brasil, Chile y Uruguay, que tiene como principal premio un viaje y estadía durante una semana en la casa de un colono británico.

Sea como haya sido esta compleja historia, no puede negarse que la Guerra de Malvinas marcó un antes y un después, tanto para nosotros como para ellos, por el simple hecho de que se derramó sangre en combate.

Han pasado 40 años de ese acontecimiento y en el interín varios gobiernos democráticos que han afirmado reivindicar –todos– la causa Malvinas. Hasta el punto de haber dejado constancia de ello en una cláusula transitoria en nuestra Constitución Nacional modificada en 1994 y que reza así:

“Primera. La Nación Argentina ratifica su legítima e imprescriptible soberanía sobre las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur y los espacios marítimos e insulares correspondientes, por ser parte integrante del territorio nacional. La recuperación de dichos territorios y el ejercicio pleno de la soberanía, respetando el modo de vida de sus habitantes, y conforme a los principios del derecho internacional, constituyen un objetivo permanente e irrenunciable del pueblo argentino”.

Podemos resumir que las posturas de estas sucesivas administraciones han oscilado entre una política de seducción hacia los isleños (kelpers) y una declamada hostilidad poco conducente contra la Gran Bretaña.

Ambas actitudes, paradójicamente, han tenido en común que más allá de sus diferencias formales, han hecho muy pocas cosas concretas destinadas a la recuperación de nuestra Islas Malvinas.

En este sentido, vemos como la usurpación británica se ha ido consolidando con el paso del tiempo, ya que son los kelpers quienes controlan el otorgamiento de permisos pesqueros y de licencias para la exploración hidrocarburífera en una zona que está bajo nuestra soberanía.

En forma paralela, y más allá de las declaraciones formales de varios países sudamericanos que apoyan nuestra posición, es un hecho que tanto la República Oriental del Uruguay como la República de Chile son aliados de facto de la ocupación británica.

La primera de ellas brindando apoyo logístico a los buques de las flotas españolas que depredan el calamar y la segunda con una alianza estratégica destinada a aislarnos en el Atlántico Sur.

 

¿Qué hacer?

Lo primero es diseñar una política de Estado interministerial que coordine las acciones de nuestra Cancillería con las de nuestro Ministerio de Defensa, la que debería considerar los siguientes objetivos:

1º) Retomar las medidas de acercamiento entre isleños y argentinos que se venían realizando antes de 1982. Por ejemplo, realizar intercambios entre estudiantes secundarios de los últimos años a fin de ir cambiando la cabeza de los futuros dirigentes de ambas jurisdicciones.

2º) Presentar un frente diplomático y militar coherente frente a Gran Bretaña, a los EE.UU. y a los países de la región. Para esto, hay que reforzar nuestros esfuerzos diplomáticos en una hora que nos es propicia por la mala situación que atraviesa Gran Bretaña tras el Brexit y la muerte de Isabel II. Y, además, retomar las capacidades militares necesarias para darle un respaldo material a nuestro justo reclamo.

3º) Encarecer los costos materiales e intangibles de la presencia militar británica en el Atlántico Sur mediante medidas destinadas a dificultar sus tareas en todo lo relacionado con vuelos, facilidades portuarias, educativas, sanitarias etcétera.

4º) Restablecer una alianza estratégica con Chile bajo el espíritu de San Martín y O’Higgins, a los efectos de que ese país no nos perciba como un enemigo y sí como un aliado.

Todo lo dicho puede sonar muy difícil de conseguir, casi utópico, pero como dijo un conductor clásico: “Estamos rodeados, no los dejemos escapar”.

 

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.