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Trump y Bolsonaro: el juego de las diferencias

Estos dos políticos “outsiders” aparecidos en Estados Unidos y Brasil, parecen tener características comunes tanto en lo positivo como en lo negativo. Si uno volviera al poder o el otro fuera reelegido –nada de eso se puede anticipar–, para ambos bien vale aquello de: “Los países no tienen amigos ni enemigos permanentes, tienen intereses permanentes”, algo que nos interesa por sus relaciones con nosotros

12 de septiembre, 2021 - 09:22

Ya nos lo recomendaban nuestras abuelas: “Toda comparación es odiosa”. Y tenían razón, pero en ocasiones, no hay más remedio que hacerlas. Especialmente, cuando se trata de identificar nuevas especies, como lo hace la Biología cuando las agrupa en familias según tengan o no características comunes.

En este caso se trata de la familia de los políticos “outsiders” aparecidos recientemente en los Estados Unidos de Norteamérica y en la República Federativa del Brasil, los que parecen tener características comunes. A saber:

  • No provenir del mundo de la política tradicional.
  • No responder, al menos totalmente, a un partido político tradicional.
  • Buscar la grandeza perdida de sus respectivos países.
  • No respetar las reglas ni el lenguaje de la política tradicional.
  • Manejarse con un estilo coloquial, casi chabacano. 

En el caso concreto de Donald Trump y el de Jair Bolsonaro, las similitudes avanzan a cuestiones morfológicas más profundas. Por ejemplo, el rol que ambos le asignan a sus creencias religiosas, pues los dos son devotos del sionismo cristiano que tiene una gran simpatía por el Estado de Israel. 

Como si esto fuera poco, también parecen tener grandes similitudes en lo funcional. Conocemos la historia completa de la presidencia del primero de ellos. En ocasión de la elección en la que pretendía ser reelegido, anticipó que ésta sería fraudulenta, en función de manipulaciones relacionadas con el voto electrónico. Cuestión que, según él y sus seguidores, efectivamente ocurrió con los resultados que son por todos conocidos.

Por el contrario, no sabemos cómo procederá el segundo de ellos cuando busque su reelección. Pero el brasileño ya ha adoptado la misma posición del norteamericano contra el voto electrónico.

También, ambos acudieron –in extremis– a fuentes de legitimidad reñidas con el sistema democrático y amenazaron, sin concretarlo, acudir al apoyo de sus respectivas fuerzas armadas para mantenerse en el poder. En el caso del primero, éstas se negaron rotundamente a dárselo; en el del segundo, la posición de éstas no parece ser tan tajante, al menos por ahora.

Dicho esto, no es un dato menor reconocer que ambos disfrutan de altos niveles de popularidad por parte de sus respectivos pueblos, así como de una enconada oposición a cargo del sistema político tradicional, de los medios de comunicación y del establishment, en general.

En este sentido, creemos que esta popularidad les ha venido dada por partida doble. Por un lado supieron y saben encarnar las necesidades básicas de su gente en todo lo relacionado con temas centrales que los afectan, como la inflación, el desempleo, la inseguridad y la pobreza. Y por otro, encarnan el fuerte rechazo de las clases populares y medias por las promesas incumplidas de la política tradicional.

Otro gran aspecto que los une es el rechazo de ambos respecto de la agenda global, especialmente en lo relacionado con la ideología de género, el cambio climático y el manejo de la pandemia de coronavirus.

Podemos o no compartir los dos primeros puntos de su agenda. Pero está claro que ambos tuvieron un mal manejo del último de ellos, ya que sus respectivos Estados –los EE.UU. del primero y el Brasil del segundo– ocupan el podio mundial de los países con mayor porcentaje de muertos por cada millón de habitantes a causa de esta pandemia.

Sea como sea, nuestro juicio no puede ni debe ser condenatorio en lo relacionado con los otros dos temas. Especialmente en lo relacionado con su rechazo a la agenda global del cambio climático.

Porque si el Brasil sufre por su Amazonia, nosotros podemos muy bien tener que hacerlo por nuestra Patagonia y por nuestra Pampa Azul, ya que los países desarrollados del Norte parecen decirnos hipócritamente: “Nosotros ya usamos nuestros recursos naturales para desarrollarnos, ahora, ustedes no toquen los suyos porque los necesitamos de reserva”.

También es dable que analicemos sus respectivas relaciones con nuestro país, la Argentina. Trump ya no está en el poder, pero sabemos que facilitó el otorgamiento de un mega crédito del FMI a nuestra anterior administración. Punto para Trump. Por su parte, a Bolsonaro no le han faltado pullas y hasta faltas de respeto para con nuestro Gobierno. Punto en contra para Bolsonaro.

Sea como haya sido y cómo será –cuestión que no sabemos–, Trump podrá o no volver al poder mientras que Bolsonaro podrá ser reelecto o no. 

Para ambos, bien vale aquello que siempre repetimos de la sabiduría política eterna: “Los países no tienen ni amigos ni enemigos permanentes, tienen intereses permanentes”. 

Que así sea.

 

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.