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Terrorismo: las cosas por su nombre

En muchas situaciones, es mejor encarar una solución antes que todo se salga de control, pero determinados sectores del Gobierno nacional ante el conflicto con los autodenominados mapuches, eligen el discurso de unos pocos, en lugar de los símbolos, las leyes y la Constitución nacional

14 de octubre, 2022 - 07:49

Años atrás, definir lo que era un terrorista planteaba algunas dificultades, al menos para algunos. Pues, como decían: “El terrorista de uno es el luchador de la libertad de otro”. Bastaron los avionazos del 11S para que muchos, al menos los ‘liberales’ norteamericanos estrecharan sus márgenes de duda. Ellos que habían hecho la vista gorda durante los 60 y los 70 sobre los ataques terroristas perpetrados por bandas marxistas en el Tercer Mundo, tuvieron que definirse.

Un poco más tarde, les ocurrió lo mismo a los progresistas europeos tras sufrir una catarata de atentados terroristas en Londres, Madrid, París, Berlín, etcétera… Sin embargo, cierta confusión perdura en nuestras tierras. Por ejemplo, hay quienes se niegan a hablar de terrorismo islámico.

No importa que hayamos sufrido dos ataques a manos de una organización vinculada con la problemática violenta del Medio Oriente.

Lo dicho viene a cuento de dos escenarios totalmente distintos, pero vinculados o no, por esto del terrorismo y que deseamos comparar. Nos referiremos, en primer lugar, a la guerra en curso entre la Federación Rusa y la OTAN. Y, en segundo lugar, a las tropelías que vienen desarrollando en torno a Villa Mascardi, un grupo de bandoleros que se autotilulan como representantes del pueblo mapuche.

Antes de dar nuestras conclusiones, se hace necesario una gran precisión: ¿qué constituye terrorismo? Veamos:

-1º. Para la ONU, según su definición más reciente y que es del 2004, terrorismo es: “Cualquier acto destinado a causar la muerte o lesiones corporales graves a un civil o a un no combatiente cuando el propósito de dicho acto, por su naturaleza o contexto, sea intimidar a una población u obligar a un gobierno, o a una organización internacional a realizar una acción o abstenerse de hacerla”.

-2º. Por su parte, un texto de la ciencia política clásica, del politólogo alemán de derecha, Carl Schmitt, define al terrorista –al que llama partisano– como un combatiente que: “...criminaliza a su adversario y se propone exterminarlo por todos los medios. Es el combatiente irregular que se confunde con la población civil y ataca por sorpresa a las tropas regulares en la retaguardia. No porta sus armas a la vista, no se identifica como combatiente y su lucha imprevisible no renuncia a nada que pueda dañar al enemigo”.

Desde que empezó la denominada operación militar especial lanzada por la Federación Rusa para ocupar el Donbáss ucraniano y neutralizar el poder militar ucraniano, a la par de producir una desnazificación de su vecino; quedó clara la desproporción de fuerzas. Sin embargo, fuimos viendo cómo la débil Ucrania, luego de ser reforzada con medios, tanto humanos como materiales provenientes de la NATO, llegó incluso a contraatacar a las poderosas fuerzas rusas. Hasta ahí todo bien, pero también vimos cómo ella apeló al terrorismo. El que muchas veces, sin justificarlo, es el arma al que apelan los débiles durante un conflicto.

Así asistimos al asesinato de la hija de Alexander Dugin, uno de los mentores intelectuales de Vladimir Putin y a la voladura parcial del puente sobre el estrecho de Kerch con un coche bomba suicida. Ambos hechos, si bien no fueron reivindicados, fueron intensamente festejados por los medios de comunicación y las RRSS ucranianas.

Pero, ¿por qué decimos que esto es terrorismo?

El primero de los casos citados es muy sencillo, se trata del asesinato de un civil, de un no combatiente. El segundo, es más difuso, pero las Convenciones de la Guerra alertan contra el uso de fuerzas que no se identifican adecuadamente como combatientes, como sería el caso de un coche bomba que pretende pasar como un civil.

Más difícil es catalogar como terrorismo a las acciones que se producen en torno a un movimiento reivindicatorio indigenista y que se hacen llamar a sí mismos como la ‘Resistencia Ancestral Mapuche’, usando ese colectivo para usurpar tierras privadas y públicas, impedir la circulación de ferrocarriles provinciales, quemar refugios de montaña, entre otras lindezas. No se puede afirmar aún que sus acciones en nuestro suelo sean actos de terrorismo. Aunque todo desafío violento a las autoridades legítimamente constituidas conforme un acto sedicioso que no puede ni debe ser tolerado por el Estado, en el ejercicio del monopolio en el uso de la fuerza.

Pero no podemos pasar por alto que existen grupos similares en Chile y que sí son terroristas, tal como lo ha encuadrado, correctamente, el gobierno de ese país, y que los mismos tienen profundas conexiones ideológicas con el nuestro. Pues allí en Chile, han quemado y asesinado a ciudadanos con la intención de amedrentar, usando el terror como un instrumento político, lo que es, por definición, la esencia de una acción terrorista.

Como vemos, el tema recién comienza y, como en muchas situaciones de la vida, es mejor encarar una solución antes de que ésta se salga de control. Lamentablemente, determinados sectores del Gobierno nacional parecen estar dispuestos, antes que a aplicar la ley, a colaborar con los grupos autodenominados mapuches. En este sentido, como en todos los conflictos, lo más importante es el factor moral y darles la razón a los que no cumplen con la ley y hasta desafían la legitimidad del propio Estado para hacerlo, se nos presenta como una actitud tonta y hasta suicida. En este caso en particular, uno de los principales obstáculos a vencer es la simple estupidez de nuestros dirigentes, quienes, queriendo hacer gala de un progresismo más allá de todo reproche, eligen en lugar de los símbolos, las leyes y la Constitución nacional, al discurso de unos poco que ni siquiera pueden reivindicar su origen como pueblos indígenas.

El otro obstáculo, y que tampoco ayuda mucho a una solución pacífica, es la postura extrema de aquellos que nos quieren hacer comprar un conflicto que, todavía, no ha estallado y que quieren catalogar de terrorismo; un exceso innecesario y que solo favorecerá las divisiones internas y una potencial balcanización del conflicto.

A ambos les recuerdo, que al general Julio A. Roca, al que le decían por algo El Zorro, como tal, no eligió combatir militarmente y en bloque a la ‘indiada’. En su lugar, buscó ganarse el favor de los ‘indios buenos’ para junto con ellos combatir a los pocos ‘indios malos, porque siempre la maña ha valido más que el simple uso de la fuerza.

 

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.