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Solo queda esperar

El interés personal de la vicepresidenta tal vez sea renovar sus fueros con algún cargo legislativo en la próxima elección parlamentaria

31 de julio, 2022 - 10:08

Todas las decisiones políticas y económicas pasan hoy por el control y la aprobación de la vicepresidenta, una especie de ayatola que está por encima de todo sentido común y lógica que tenga que ver con las maneras republicanas. 

En la Argentina toda la dirigencia ha internalizado como algo aceptable y casi necesario que una sola persona sea quien defina, con solo levantar el pulgar o bajarlo, los destinos de la nación y de sus habitantes.

Indagar por qué reúne tanto poder Cristina Kirchner y que no haya nada ni nadie a la vista que lo limite nos puede llevar a las definiciones que nos provee la historia acerca del peronismo y sus particularidades. 

Lo concreto es que en esa franquicia que es el peronismo, que ahora está manejado por su versión K, se manejan las mismas categorías de siempre: verticalismo y conducción. 

Es decir, ausencia de debate interno. Eso no existe, la disidencia se manifiesta a través de la pelea sin posibilidades de acuerdo y con un ganador y un perdedor según sea el caso.

La otredad en el peronismo siempre está afuera, la disidencia significa la expulsión o la automarginación voluntaria. 

Las diatribas más fuertes contra Cristina o Néstor en su momento partieron siempre de los enemigos, o sea, de quienes están afuera: los partidos “antiperonistas”, la oposición, el poder concentrado y las corporaciones, todo según sea la época y el lenguaje de moda.

La necesidad de un jefe y conductor siempre fue necesaria por la característica movimientista que tienen los grandes partidos populares, en este caso el peronismo, como en su momento fue el radicalismo yrigoyenista. 

Cuando pierde fuerza el jefe, el movimiento se parte porque no se pueden contener las diferentes variantes que responden a intereses de sector o de clase social, según de dónde provenga el análisis.

Ahora bien, hablando del peronismo, ¿lo podemos considerar un reservorio de una ideología o una forma definida de pensamiento? 

La respuesta a ese interrogante se torna difícil si se observan los cambios exhibidos desde el nacionalismo primigenio emparentado con los ideales fascistas de la primera mitad del Siglo XX, luego demostrado con la recepción en el país de jerarcas de la Alemania nazi.

O con la cercanía a las ideas de la izquierda revolucionaria y marxista propia de fines de los 60, que al final eclosionó con la extrema violencia foquista y terrorista de Montoneros. 

Después, abrevando en el pensamiento de Álvaro Alsogaray, dando un viraje impensado para un movimiento que se autodefinió como expresión de la clase trabajadora representado en una eterna burocracia sindical. Tanto Carlos Menem como Mario Firmenich se consideraron peronistas.

Entonces, ¿qué cabría esperar si el peronismo gobernante edificó un relato pretendiendo emular a lo que pasó hace 50 años creando enemigos adecuados para esa oferta?

Lo que fue un proyecto de tomar el poder mediante las armas y edificar un estado socialista en los comienzos de la década de los 70, en los últimos años, con la última versión del peronismo, se transformó en una visión donde el enemigo son los ricos y todo lo que “ellos” poseían, principalmente los medios de producción y los medios de comunicación.

Llegada la dureza de ese pensamiento imperante al punto de quebrar el precario orden social y agudizar la crisis socioeconómica hasta un punto impredecible y de no retorno, es posible que haya comenzado una nueva reconversión, con el propósito de ceder un poco para no perderlo todo.

Y en ese combo proteger la permanencia en el poder, por lo menos hasta el próximo examen electoral, conservar lo que pueda quedar de liderazgo sobre las masas antes que éste quede totalmente en manos de las organizaciones sociales que se han adueñado de la calle.

La receta es la más aborrecida por el cristinismo: el diálogo. 

Por eso se la deja en manos de un pretendido dialoguista como es Sergio Massa, cuya imagen y antecedentes remiten a esa variante peronista que dejó de lado la causa de los pobres y los trabajadores y se inclinó por los mercados y por el libre juego de una economía puramente abierta y capitalista, según los conceptos imperantes en casi todo el mundo.

Las especulaciones arrecian. Cuando hay cada vez más pobres y los trabajadores sienten caer estrepitosamente su posibilidad de subsistencia, la mirada del oficialismo se enfoca en los que pueden crear y manejar riqueza y generar trabajo. 

Así, la base ideológica que se alimentó durante todos estos años queda desenfocada.

El interés personal de la vicepresidenta tal vez ya no sea evitar el veredicto condenatorio de la Justicia, sino lograr renovar sus fueros con algún cargo legislativo para la próxima elecciónparlamentaria. 

Y para los demás, los que están más golpeados ydescreídos, por lo visto y oído en unos pocos díassolo queda esperar.