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Qatar 2022, ¿el Mundial de la sangre?

En muy pocos días comenzará a rodar la pelota en la disputa de la Copa ecuménica, un torneo con muchos hechos previos que lo convierten por lo menos en polémico, incluyendo la muerte de miles de obreros inmigrantes, víctimas de un sistema de esclavitud moderna

18 de noviembre, 2022 - 07:51

La Copa Mundial de la FIFA, también conocida como Copa Mundial de Fútbol, Copa del Mundo o simplemente “El Mundial”, es el mayor evento deportivo de nivel global. No sólo porque lo organiza la FIFA, una organización con una mayor cantidad de países asociados que la propia ONU y con un presupuesto superior a la misma, sino porque además tiene el suficiente poder de convocatoria para paralizar actividades, monopolizar conversaciones y producir interminables polémicas a lo largo y ancho del mundo durante su desarrollo.

Para hacer corta una historia larga, ya que el primer Mundial se jugó en 1930 en el Estadio Centenario de Montevideo, la del 2006 fue ganada por la selección italiana, se jugó en Alemania y contó con una serie de eventos denominados “Fan Fest”, cuyo propósito era que los simpatizantes del fútbol pudieran conocerse, reunirse, interactuar y participar en actividades culturales.

Por su parte, España obtuvo su primera copa en la edición de Sudáfrica del 2010, lo cual marcó un hito al ser el primer campeón europeo de un Mundial realizado en otro continente. Nuestro vecino y eterno rival, Brasil, albergó por segunda vez un Mundial al ser el anfitrión del torneo del 2014. Lo terminó ganando Alemania, tras derrotar a nuestra Selección por 1 a 0, un resultado con cierta reminiscencia de lo sucedido en la Copa de 1990.

El Mundial del 2018 fue organizado por la Federación Rusa y la final se disputó entre Francia y Croacia, que concluyó con la victoria de los galos con un marcador de 4 a 2. Nosotros nos fuimos en octavos, tras no poder superar a ese mismo equipo capitaneado por Mbappé.

La Copa Mundial de Fútbol de 2022 se llevará a cabo por primera vez en un país árabe, específicamente en Qatar. Uno sin la menor tradición futbolera y donde debido a las elevadas temperaturas estivales, será la primera ocasión que el torneo se realice en los meses de noviembre y de diciembre.

Dicen que “Lo que mal comienza, mal termina”. Y, ¿por qué lo decimos en relación a este Mundial?

Para empezar, hace 12 años, en diciembre del 2010, cuando Joseph Blatter, el presidente de la FIFA, anunció que el Mundial del 2022 se iba a jugar en Qatar, los únicos que se pusieron contentos fueron los integrantes de la familia Al Thani, quienes son los amos y señores de Qatar.

Es un pequeño reino del Golfo Pérsico, pero pese a disponer de una pequeña población de sólo 250.000 almas autóctonas, cobija a cerca de 3 millones de trabajadores inmigrantes. Y como si esto fuera poco, está sentado sobre la tercera reserva de gas y petrolera del planeta.

El jeque Tamim Bin Hamad Al Thani es el emir de Qatar, cuenta con 42 juveniles años, está felizmente casado con tres bellas esposas y dispone de un patrimonio personal que ronda los 350.000 millones de dólares. Y, entre otras cosas, se sabe que le gusta el fútbol, pues es el dueño del emblemático club francés Paris Saint Germain.

Dicen que para “comprar” su Mundial le pagó un millón de dólares a los delegados de la Concacaf (Centroamérica), un millón y medio a los de la Conmebol (Sudamérica), unos 7,5 millones al crack del fútbol francés Michel Platini y otros 10 al propio Blatter y a su coequiper, el argentino Julio Grondona (fallecido en 2014).

Para seguir, tenían que construir estadios de fútbol, en un “país” donde nadie jugaba al fútbol. El proyecto original era de doce estadios, pero quedaron en ocho, uno de ellos desmontable que van a “donar” a algún país donde sí se juegue al fútbol.

El asunto es que para construir los estadios, los hoteles, los aeropuertos, las autopistas y los centros comerciales necesitaron de mucha mano de obra barata. Al efecto, utilizaron un sistema de esclavitud moderna llamado “kafala”, que consiste en darle todo el poder a un administrador para que contrate inmigrantes y los explote reteniéndoles los pasaportes, haciéndolos vivir hacinados, trabajando hasta 18 horas por día con temperaturas que varían de 30° a 50° a la sombra.

Desde el 2010 murieron en estas faenas un promedio de doce obreros por semana, un total de 6.751 trabajadores inmigrantes que perdieron la vida. Las cifras de muertos aportadas por informes del diario británico The Guardian son las siguientes: 2.711 eran de India, 1.641 de Nepal, 1.018 de Bangladesh, 824 de Pakistán y 557 de Sri Lanka.

Pero el principal problema no está allí, en la construcción de la infraestructura para el Mundial, ni en las altas temperaturas en las que tendrán lugar los partidos, sino en un hecho cultural importante. Qatar, como las otras monarquías del Golfo, practica una versión fundamentalista del Islam.

Está en su derecho. El problema es que hace poco en Irán una mujer de 22 años llamada Mahsa Amini murió a manos de la policía por “usar mal el velo”. Es uno de los países con mayores derechos para la mujer en el mundo islámico, mientras que en Qatar ni siquiera pueden jugar al fútbol. Por lo tanto, se puede esperar casi cualquier cosa durante el Mundial.

Por otro lado, y aquí viene lo importante, las autoridades qataríes han advertido que ser los anfitriones del Mundial por un par de semanas no les obliga a cambiar sus costumbres ancestrales y que no permitirán la ingesta de alcohol ni las demostraciones de afecto en público.

Volvemos a reiterar que están en su derecho, pues es su cultura. Pero no podemos dejar de anticipar la posibilidad de conflictos que muy probablemente podrán producirse. Por ejemplo, entre los fanáticos barrabravas argentinos o los tristemente famosos hooligans ingleses, solo por mencionar a los más conocidos, cuando se topen con la omnipresente policía religiosa del reino.

Para muestra basta un botón, dicen. La periodista mexicana Paola Schietekat, que trabajaba para la cobertura del Mundial, fue condenada hace poco a siete años de prisión más cien latigazos, acusada de “sexo extramarital”, un delito bajo la ley islámica de la sharía. Por suerte para ella pudo abandonar el reino antes del cumplimiento de la sentencia.

Todo esto dicho sin mencionar el hecho, nada tranquilizador, de que varios servicios de inteligencia vienen advirtiendo sobre la posibilidad de un atentado, porque al parecer a la familia real no sólo le gusta el fútbol sino, también, financiar causas políticas regionales de dudosa legitimidad.

Como argentino le deseo lo mejor a nuestro seleccionado, y como todos, quiero verlo levantar la famosa copa una vez más. Pero como analista de Defensa no puedo dejar de alertar sobre esta situación.

 

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.