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Pronóstico de tormenta perfecta

No se sabe dónde, cuándo ni cómo se va a desatar, pero tal vez lo peor es que sea de formación muy lenta y se nos venga encima encontrándonos a la intemperie

02 de abril, 2023 - 09:26

Mientras la oposición se autofelicita por la maniobra de Mauricio Macri de bajarse de la candidatura y en el oficialismo ahora parece que ha acordado que haya dos fórmulas en las PASO, una beba murió de pobreza y abandono en el centro mismo del poder político formal de la República Argentina, la vereda de la Casa Rosada.

Fue un caso que se conoció inmediatamente en todo el mundo, pero lo mediático de lo sucedido no debe ocultar que, con la mitad de los niños en estado de pobreza, no debe ser la única muerte de un pequeño que ocurre en esta extensa, rica y generosa nación por motivos parecidos a los de la chiquita de la Plaza de Mayo.

En los miles de basurales del interior, en las villas de ranchitos que apenas se sostienen con palos, lonas y nailon, rodeados de mugre, a merced de las enfermedades, indefensos ante el frío, mojándose con las lluvias sin la posibilidad de tener un techo digno, en todos esos lugares y en los que nos da vergüenza pensar han de ser miles los niños que mueren por año.

Los harapos y la miseria se han ido haciendo costumbre y paisaje cotidiano en las ciudades. Las familias durmiendo en la calle obligan a muchos a desviar la mirada, no se sabe si por no ofender el pudor, la dignidad y el dolor de los afectados o porque es preferible no mirar para no hacerse cargo.

Pero quien tiene que hacerse cargo es alguien que sepa qué hacer y además que tenga ganas, y que no anteponga sus mezquindades de baja estofa a la urgencia de los ya millones de familias que no comen todos los días, y muchos menos satisfacen las otras necesidades indispensables para un ser humano.

La respuesta primera apunta a la que se dice a sí misma la clase política, que incluye a todos los que pretenden acceder a un cargo electivo o por designación, cobijarse en los laberintos de la gigantesca burocracia administrativa, pasar desapercibidos si es posible y eternizarse.

Por supuesto, en la cúspide de la pirámide la exposición es total, los riesgos son mayores y los réditos suelen ser muy difíciles de determinar con exactitud.

En esa maraña tal vez haya quienes honradamente se hacen cargo de paliar tanta miseria, o por lo menos sufren por no poder dar las soluciones a tanta demanda. Pero por lo que se ve, son los menos.

La pobreza crece, y para quienes la padecen es un estado permanente. Si bien se materializa en la falta de recursos, de dinero o de las posibilidades normales de ganarlo, también se manifiesta en la carencia de lo que no solo se obtiene con plata.

La educación, un buen servicio de salud que se supone que lo garantiza el Estado, la falta de seguridad, y algo que parece un lujo pero que no lo es: el esparcimiento, el descanso, las vacaciones, el acceso a los bienes culturales y, seguramente, muchas cosas más que ya ni siquiera echamos de menos.

Y los de la clase política que siguen en su interminable puja por llegar y permanece, ya ni siquiera simulan escandalizarse por lo que la muerte de la beba representa.

Eso pasa porque la gente del llano ya tampoco se escandaliza. Esa muerte no es menos grave que las ocurridas todos los días en el Conurbano por la mano del delito o en Rosario las que provocan las balas del narcotráfico y sin embargo no parecen muchos los conmovidos.

No es normal esta calma apenas molestada por los miles de vencidos que no encuentran otro recurso que agruparse tras dirigentes de dudosa calaña para obtener un ya mísero subsidio o una flaca ayuda para zafar del hambre, y desfilar por las calles de las ciudades interrumpiendo otras libertades no tan urgentes como la de poder comer.

La salida de la situación apremiante puede ser una mejor organización de la ayuda social y los subsidios, pero eso no va a reducir la pobreza, solo va a confirmar su existencia. Seguramente las estadísticas mentirán diciendo que millones de planes -ya ni siquiera de subsistencia- reducen el drama nacional.

Se está alimentando una tormenta que no se sabe dónde, cuándo ni cómo se va a desatar. Tal vez lo peor es que sea de formación muy lenta y se nos venga encima encontrándonos a la intemperie.