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La vieja y respetable Argentina proveedora

Las actitudes zigzagueantes de la Argentina han generado desconfianza han demostrado la total falta de una línea definida en las relaciones con el mundo.

15 de mayo, 2022 - 09:23

Dejando de lado los blooper verbales del presidente Fernández cuando está ante mandatarios de otros países y las hipótesis que circulan en torno al último viaje presidencial a tres países de Europa, lo que se puede entresacar de los diálogos y discursos, es el objetivo de reinstalar al país como exportador de alimentos y energía de última instancia ante la escasez inminente producto de la invasión rusa a Ucrania.

En las grandes conflagraciones que han asolado a la humanidad la caída de la producción de alimentos y otros insumos básicos han estimulado las exportaciones de estos y otros productos primarios principalmente de los países denominados periféricos, por ha sido importante que los proveedores de éstos se mantengan fuera del alcance de las bombas.

La Argentina se mantuvo neutral en las dos guerras mundiales del siglo XX, por diferentes motivos políticos o ideológicos, esa postura le permitió mantener el comercio con ambos bandos durante gran parte del enfrentamiento bélico. Durante la Gran Guerra de 1914 a 1918 la neutralidad fue mantenida por el presidenteVictorino de la Plaza y continuada por Hipólito Yrigoyen.

A pesar de las presiones de Estados Unidos y de los sectores anglófilos de la dirigencia política nacional que propiciaban declarar la guerra al entonces Imperio Alemán, con motivo del hundimiento de dos barcos mercantes nacionales y el ataque y destrucción de un consulado argentino en Bélgica. Buenos Aires exigió la reparación y desagravio de la bandera y Berlín aceptó y pidió disculpas.

Durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) la política de neutralidad fue declarada por el presidente Ramón Castillo, quien, aunque probritánico, entendió que las naves de bandera argentina no serían atacadas por los submarinos nazis, y así mantener libre la navegación y el comercio. Los historiadores afirman que ante las fuertes presiones del presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt, el gobierno británico propiciaba la neutralidad para asegurarse la provisión de carnes, cueros y cereales.


Claro está que, a partir del golpe militar de 1943 tomó el poder en la Argentina un sector militar de fuerte impronta nacionalista y marcadamente proalemán. Tan así fue que aprovechando la neutralidad se exportaba mineral de wolframio al Tercer Reich que fue destinado a la industria armamentística.

A tal punto llegó el compromiso con el gobierno hitleriano que ya con Perón en el gobierno fue notoria el respaldo y el encubrimiento de los criminales de guerra nazis que llegaron a nuestro territorio con pasaportes argentinos que se otorgaban en las legaciones argentinas en algunos países de Europa, Turquía y Egipto.

La neutralidad argentina fue una constante con al menos dos excepciones destacables, el envío oficial de pilotos a la guerra de Corea y la misión de una fragata de la Armada en la guerra del Golfo, ambos durante gobierno peronistas.

Esta tradición zigzagueante en materia internacional del justicialismo vuelve a evidenciarse ahora con la gestión del tándem Alberto-Cristina con las cambiantes posiciones tomadas en una instancia tan difícil para el mundo como es la sangrienta agresión de Putin al pueblo ucraniano.La intercalación de votos condenatorios y abstenciones cuando no favorables a Moscú, han demostrado la total falta de una línea definida en las relaciones con el mundo.



Actitudes así en este tiempo generan inmediatamente una gran desconfianza hacia el país en todos los órdenes, situación en extremo perjudicial cuando en los últimos años el mundo no nos ha mirado con muchas expectativas y ha cundido el desgano en materia de arriesgar inversiones.

Pasó la inverosímil invitación al presidente ruso de entrar a Sudamérica por la puerta argentina, la expulsión de Rusia del comité por los Derechos Humanos de la ONU, luego una abstención sobre la propuesta de expulsión como observador en la OEA, después lo dicho al canciller alemán Olof Scholtz de que las sanciones a Moscú no eran apropiadas. También en la ya finalizada gira europea Alberto le tiró por elevación a EE.UU. expresando su deseo de que Nicaragua, Cuba y Venezuela sean invitados a la Cumpre de las Américas en Los Ángeles.

A esos destinos se podrían sumar la peregrina teoría antropológica sobre la ascendencia de brasileños, mexicanos y argentinos formulada ante el premier español Pedro Sánchez. Estos son solo algunos de los ejemplos, pero el trasfondo de todo es que además de la impericia para manejar una diplomacia coherente, están las presiones del cristinismo más duro para que les enrostre a los gobernantes extranjeros que la Argentina es un país capaz de tomar firmes determinaciones contra el imperialismo.

Muy por detrás de las repercusiones de estos desaguisados diplomáticos se observa la frustración de ese supuesto propósito del Gobierno argentino de sacar partido a la crisis de alimentos y energía que ya está afectando a los países que se integran a las reglas del mercado mundial.

En esta suerte de balbuceante mensaje internacional no quedó bien claro si lo que Fernández les propuso a sus gentiles anfitriones es venderles gas de Vaca Muerta cuando aún no se logra que llegue el fluido a las principales ciudades, o suministrarle de alimentos en fase primaria o manufacturados cuando están fuertemente restringidas las exportaciones para “que no falte nada en la mesa de los argentinos”.

La comunicación oficial tampoco dijo nada sobre si hubo tratativas concretas con empresarios o inversores para financiar tantas promesas hechas en el aire. Al cabo del viaje Sánchez, Scholtz y Macron solamente elogiaron los vínculos, el esfuerzo en la lucha contra la inflación y los buenos términos del acuerdo con el FMI. En realidad hubiera sido preferible que el problema de las relaciones exteriores se hubiera limitado al manejo del inglés del canciller Santiago Cafiero.