|30/12/22 07:44 AM

La odisea argentina

Los 40 años de democracia no curaron las heridas de la Guerra de Malvinas y las profundizaron en lo trascendental y material. Un país que lo tiene todo no ha podido ponerle fin a un largo proceso de decadencia. Pero si un grupo de argentinos dirigidos por ciudadanos del mismo país, nos hicieron ganar una copa mundial, queda demostrado que el problema no está en nosotros, sino que es una negativa de nuestro carácter nacional

30 de diciembre, 2022 - 07:44

La Odisea es un poema épico griego, atribuido al poeta griego Homero, que narra la vuelta a casa tras la guerra de Troya, del héroe griego Odiseo, quien, además de haber estado diez años fuera luchando, tarda otros diez años en regresar a la isla de Ítaca, de la que era rey, período durante el cual su hijo Telémaco y su esposa Penélope toleraron en su palacio a los pretendientes que buscaban desposarla, al mismo tiempo que consumían los bienes de la familia.

La mejor arma de Odiseo era su prudencia.​ Gracias a ella –además de la ayuda provista por los dioses– fue capaz de escapar de los continuos problemas a los que se enfrentó. Para ello, apeló a diversas artimañas, tanto físicas —como pueden ser disfraces— como seductores discursos de los que se valió para conseguir sus objetivos.

Las personas y aun las grandes organizaciones humanas, como las naciones, pueden tener que pasar por procesos similares a una Odisea. Vale decir, un viaje azaroso que los lleve de su punto de origen a su destino.

Tal es el caso de nuestra querida Argentina. Un viaje que se inició allá por el 1810/16 y que fue discurriendo a lo largo de la historia. Primero, vino el tiempo heroico de las Guerras de la Independencia; seguido por los años anárquicos que llevaron a la organización nacional; para luego conocer la prosperidad de unos pocos de la Argentina pastoril y que buscó ser remediada por las distintas administraciones nacionales del Siglo XX. El próximo siglo, que es el nuestro, trajo las crisis repetidas y recurrentes. En el medio de ambos, la Guerra de Malvinas que, como un arco de punto, se elevó por los otros acontecimientos.

Si bien habíamos tenido varios encuentros bélicos con la Pérfida Albión, aun antes de ser una nación independiente, la Guerra de Malvinas fue distinta, pues esta vez tomamos la iniciativa y la cuestión terminó mal para nosotros.

A partir de allí, la Argentina cambió para siempre. Por un lado, se puso fin a las intervenciones militares en cuestiones internas, ya que la dictadura militar había hecho todo mal. Pero, paradójicamente, y –aquí radica nuestro drama actual–, los 40 años de democracia, no solo no lograron curar las heridas producidas por ella, sino que las profundizaron. No solo en el plano de lo trascendente, también en el material. Si vamos a comparar, por ejemplo, los índices de inflación y de pobreza de esos años con los actuales.

En pocas palabras, hemos fracasado o no hemos sabido tener éxito. Un país que lo tiene casi todo, desde lo geográfico y que ha conocido momentos de gloria histórica, no ha podido ponerle fin a un largo proceso de decadencia. Una que parece no tener fin ni límites.

En contra de esta tendencia negativa desde hace unos días y producto de un triunfo deportivo, los argentinos vivimos una suerte de euforia respecto de que todo es posible y que nada nos está negado de antemano. Ha renacido la esperanza.

Sucede que un grupo de argentinos, en los que pocos tenían fe en ellos, acaba de ganar la máxima competencia mundial del más popular de los deportes. Probablemente, el fútbol –que de él se trata– sea la cosa más importante de las cosas menos importantes. Sea como sea, un equipo integrado por argentinos y dirigido por argentinos, sin mayores apoyos estatales, contra una serie innumerable de problemas, incluidos los prejuicios contra nuestra nacionalidad, ha ganado y ha vencido.

Todo se lo hizo bien, hasta el punto de que millones de ciudadanos no argentinos del mundo han tenido la temeridad de elegirnos como su modelo deportivo, generando una energía positiva de un ‘soft power’ que no sabíamos que poseíamos. 

Lo hizo una asociación libre del pueblo, concretamente la AFA, una organización centenaria y que no ha estado exenta de escándalos de corrupción en el pasado, pero que, sin embargo, esta vez hizo las cosas bien.

Pero este ejemplo futbolero y, seguramente de poco valor ejemplificador para algunos, bien puede ser complementado con otros ejemplos de actividades menos prosaicas y más serías, como por ejemplo, la labor que desarrollan organizaciones como el INVAP S. E. y que es una empresa argentina de alta tecnología dedicada al diseño, integración, y construcción de plantas, equipamientos y dispositivos en áreas de alta complejidad como energía nuclear, tecnología espacial, tecnología industrial y de equipamiento médico y científico, y que es considerada la empresa tecnológica más prestigiosa en América del Sur.

Sea con el ejemplo de un seleccionado de fútbol o con una empresa de alta tecnología, está probado que el problema no está en nosotros, sino en una característica negativa de nuestro carácter nacional. Cuál es la imposibilidad de trabajar en equipo, pues si Odiseo contaba con su prudencia para salir airoso de todos los infortunios del destino, también tenía su equipo, compuesto por sus argonautas, los marineros que tripulaban su nave, el Argos. 

Igualmente, parecería ser que los argentinos podemos hacer mucho cuando estamos bien conducidos, pues rige entre nosotros aquel viejo dicho español de “¡Dios, qué buen vassallo! si oviesse buen señor!”.

 

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.