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La geopolítica de los liliputienses

En estos días parece que está surgiendo el multilateralismo, dado por la caída del unilateralismo representado por los Estados Unidos, hoy desafiado por Rusia y China, entre otros tantos. Ese hecho puede darnos la oportunidad de comenzar a hacer nuestras propias alianzas

29 de abril, 2022 - 07:52

El escritor irlandés Jonathan Swift escribió a mediados del siglo XVIII su famosa sátira Los viajes de Gulliver. En ella relata cómo Lemuel Gulliver, un viajero y aventurero, llega a las islas de Lilliput y Blefuscu, dos naciones insulares ficticias localizadas en el Océano Índico. 

Ambos son imperios rivales que están, permanentemente,  en guerra por la tonta disputa de cómo pelar los huevos duros. También, ambos tienen un problema común: están habitados por personas diminutas que miden una doceava parte de la altura de los seres humanos comunes.  

Luego de salir Gulliver en busca de aventuras y de riquezas, el buque que lo transportaba naufraga, lo que lo obliga a nadar hasta la costa en la que cae dormido de cansancio.  Al despertar, descubre que ha sido hecho prisionero por los pequeños liliputienses. Después de prometer un buen comportamiento, obtiene la libertad y se convierte en el favorito en la corte. 

La sátira de Swift ha recibido diversas interpretaciones, desde una burla a los viajes destinados a realizar descubrimientos geográficos que estaban a la orden en su tiempo hasta una semblanza de la rapiña de Gran Bretaña por obtener materias primas en tierras lejanas.

No por casualidad, en el ámbito de las relaciones internacionales el término “lilliputienismo” designa al multilateralismo entendido como la forma de vincular a naciones poco poderosas para tener una voz con influencia, que de otro modo no podrían ejercer para desalentar las acciones unilaterales de las potencias. 

Llegado a este punto, es conveniente que definamos los laterales de este multilateralismo, el que parece estar surgiendo por estos días, con la caída del unilateralismo representado por los EE.UU., hoy desafiado por Rusia y China, entre otros tantos.

Al parecer estos laterales se han ido definiendo por cuestiones culturales, tal como lo anticipa el politólogo estadounidense Samuel P. Huntington en su libro Choque de Civilizaciones, al describir nueve civilizaciones bien definidas, a saber:

  • La civilización occidental, que incluye principalmente a países cristianos de Europa Occidental, América Septentrional, Australia y Nueva Zelanda. Aunque también incluye a la diáspora judía moderna e Israel, un estado muy próximo y afín a occidente.
  • La civilización ortodoxa, localizada en Europa Oriental y Rusia (coincide con la cristiandad oriental).
  • La civilización latinoamericana, que contiene a Sudamérica, Centroamérica, México y gran parte del Caribe. Es un vástago de la civilización occidental, sin embargo, para un análisis centrado en las consecuencias políticas internacionales de las civilizaciones, Huntington propone considerarle como una civilización independiente.
  • La civilización islámica, localizada en Oriente Medio, el Magreb (Norte de África), Somalia, Bosnia y Herzegovina, Albania, Asia Central, Comoras, Azerbaiyán, Maldivas, El Xinjiang (de China),
  • La República de Tatarstan, Chechenia (los dos últimos de Rusia) , Bangladesh, Malasia, Brunéi e Indonesia.
  • La civilización hindú, localizada fundamentalmente en la India y Nepal.
  • La civilización sínica, que incluye a China, Vietnam, Singapur, Taiwán, las dos Coreas y la diáspora china en Asia, el Pacífico y Occidente.
  • La civilización japonesa, formada por el archipiélago del Japón, a la que por su peso político y económico Huntington la clasifica con el mismo peso de una civilización entera.
  • La civilización africana, conformada por los países del África Subsahariana.

También especifica que existen Estados con menor peso político que Japón, pero que igualmente son de difícil clasificación, como Filipinas, Etiopía, Haití, las Guayanas o las culturas de la Polinesia. 

Huntington, por ejemplo, suele clasificar parte de Filipinas como sínica,  pero otros autores no se ponen de acuerdo porque, culturalmente, tiene más relación con Latinoamérica, España y los Estados Unidos.

A nosotros nos interesa -por razones obvias- la denominada Civilización Latinoamericana. Tanto porque Huntington la excluye de la Occidental como por el uso del término Latinoamérica. Al respecto, sabemos que el mismo es inexacto, ya que fue introducido por el político y economista francés Michel Chevalier para justificar las pretensiones imperialistas de Napoleón III y el breve reinado de Maximiliano de México, quien sería derrotado, capturado y fusilado por el ejército mexicano tras intentar imponerse como Emperador de México. Al margen que el término “latino” designa a los habitantes del Lazio, Italia.

 

En busca de nuestra identidad

Pero, entonces, ¿qué somos y cómo tenemos que definirnos?

Al respecto, nuestro amigo, el doctor Alberto Buela, afirma que lo que nos identifica es nuestra lengua, el castellano, y el legado de España en América porque, como explica, el poder de una lengua es el poder de aquellos que la hablan. 

Buela específica que “... el castellano es hablado por 240 millones en América del Sur (incluidos los 20 millones que lo hablan en Brasil), 45 millones en Estados Unidos, 68 millones en América Central y Caribe, y 130 millones en México. Lo hablan un millón en Guinea Ecuatorial, Israel y Europa Oriental; 45,9 millones en España; 10 millones en Filipinas y alrededor de dos millones en Marruecos, más tres millones en el resto del mundo, lo que suma un total de 547 millones de hispanohablantes, con lo cual se desmienten totalmente las cifras divulgadas por el artículo de marras. 

“En este racconto no tenemos en cuenta que el número de estudiantes que lo aprenden en Estados Unidos son algo más de ocho millones, número que supera la población de Cataluña. El aprendizaje del español en las universidades de la Costa Este, es decir, entre los wasp, se disparó estos últimos años”. 

Ante esta realidad, creemos que no nos queda otra opción que elegir para nosotros el nombre de “Hispanoamérica” o de “Iberoamérica” en su defecto, como el espacio desde donde ejercer nuestro multilateralismo liliputiense. Entre otras cosas por lo siguiente:


1º) La Civilización Occidental, hasta el momento la más dominante de todos pero en decadencia, nos percibe como afuera de su ecúmene, ya que nos designa como Latinoamérica. Pero como ya hemos señalado constituye un error, tanto semántico como histórico y geopolítico.
2º) Hispanoamérica o Iberoamérica es lo nuestro, tanto por herencia como por una lengua común, que es el castellano, el que también es entendido por los portugueses y brasileños, así como por angoleños, mozambiqueños y timorenses orientales, lo que nos otorga un espacio de influencia más que amplio y rico.
3º) Es en este marco que debemos iniciar el tejido de nuestras alianzas, empezando por el viejo ABC de Argentina, Brasil y Chile, para avanzar luego a todo el Cono Sur Sudamericano y la América Central, con México especialmente.

Como lo afirmara el gran poeta Leopoldo Marechal, “no olvides que cuando se elige un nombre, se elige un destino”. Y esto se aplica no solo a los nombres de personas sino, también, para la designación de las cosas y las situaciones, sean políticas o personales.

 

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.