|11/09/22 09:04 AM

Incorregibles

Dos de los poderes del Estado en manos de una importante fracción política están aplicando todo su poder de decisión y resolución en sobreactuar la adhesión y respaldo a la vicepresidenta y jefa política del oficialismo

11 de septiembre, 2022 - 09:04

La inflación anual de 2022 va a llegar muy cerca o va a sobrepasar el 100%, la economía cotidiana de los argentinos no mejora y la angustia por llegar a fin de mes se hace cada vez más dramática en las familias del país.

Esa situación comprende no solamente el acceso a los alimentos, a la atención médica, a la vestimenta, a la educación y al transporte para ir a la escuela o a trabajar, entre muchas otras cosas.

Por eso se entiende que haya problemas y polémicas que se tratan de imponer desde el poder, pero que no son la principal preocupación de la mayoría y que la reiteración casi enfermiza no logra imponerlos del todo.

Dos de los poderes del Estado en manos de una importante fracción política están aplicando todo su poder de decisión y resolución en sobreactuar la adhesión y respaldo a la vicepresidenta y jefa política del oficialismo, Cristina Kirchner, quien fuera objeto de un frustrado intento de dispararle.

Si bien la investigación parece activa, es notable que por ahora se diga públicamente que apunta exclusivamente a Sabag y Uliarte como conspiradores y autores, aunque por las redes por otros aportes se configuran aspectos cada vez más oscuros y difíciles de aclarar.

Es decir que todo eso poco contribuye a que se llegue a un resultado concreto en la causa.

La experiencia en la resolución de los casos más graves con directa incidencia política ha sido pésima, y los atentados en la embajada de Israel y la AMIA, el asesinato de Nisman, la muerte de Carlos Menem Junior siguen sin esclarecerse o dejaron un mar de dudas.

Así que lo que pasó en Recoleta el primer día de septiembre tal vez siga el mismo destino que los hechos mencionados más arriba.

No obstante, el principal problema del kirchnerismo gobernante es trazar una línea que divida a su criterio a los buenos y a los malos para, a partir de allí, establecer las bases de un proyecto con tintes autoritarios y excluyentes, en el que adentro estén los propios, los aliados, los amigos y los temerosos, en definitiva, los obedientes, mientras que del otro lado de la raya, ubican a todos los merecedores de los epítetos que a lo largo de historia del peronismo se ha proferido a los díscolos.

En una actitud evidentemente soberbia, todo el elenco ejecutivo y el oficialismo legislativo remarca hasta el cansancio la necesidad de reflexionar sobre lo acaecido con Cristina Kirchner, como si hubiera que culpar a los argentinos con un remedo de pecado original.

Hasta se intentó exigir un determinado nivel e intensidad de repudio al hecho, algo que a muchos les habrá recordado cuando se obligaba a exhibir la tira de luto tras la muerte de Eva Perón.

Cabe preguntarse si el execrable hecho de intentar asesinar a un alto funcionario de la Nación, en lugar de agotar los comentarios políticos del momento y dejarlo en manos de la Justicia, deba ser utilizado para aleccionar a una sociedad harta y enojada, pero que en su inmensa mayoría rechaza la violencia.

Por el contrario, cunde desde las altas esferas un lenguaje de peligrosa ambigüedad que ha instaurado el concepto de “discurso del odio” para descalificar a la crítica y a la opinión disidente como una suerte de blasfemia contra una figura pública que, para algunos, ostenta en un rango superior a los demás mortales.

Si hubiera número suficiente en las Cámaras ya estarían en vigencia leyes de control de la prensa y sanciones a todo tipo de análisis y admoniciones que se puedan hacer desde las tribunas cívicas o de la opinión ciudadana, todo ello enmarcado en el pretendido “discurso del odio”, que no es más que atribuir un propósito anticonstitucional y antidemocrático a todo desacuerdo con el pensamiento del poder.

La teoría del “enemigo común que amalgama el espíritu de los pueblos”, provocó enormes tragedias para la humanidad.

Esa práctica nefasta en la historia de los argentinos pareció llegar a su fin con el abrazo de Perón y Balbín de hace 50 años atrás, pero vino la sangre y el plomo de 1976 a 1982 y una nueva esperanza surgió con el balcón de la Casa Rosada en la Semana Santa de 1987.

Los que se estaban transformando en leales adversarios, amantes de la República, volvieron a retroceder a partir de 2003 con el resurgir de ese pensamiento que busca enemigos para afianzarse en el poder, para pararse en la convicción de que la democracia tiene dueño o intérprete exclusivo, para volver a sostener que “no hay que sacar los pies del plato” e insistir en eso de que “para los amigos todo y para los enemigos ni justicia”.

No hay que excluir ni cercenar, no hay que derrocar y silenciar.

Hay que corregir el rumbo.