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Falsos ideologismos o intereses sospechosos

Tanto los que quieren un país sin la "opresión" del FMI como los que piden una “libertad plena” o que el Estado prácticamente no exista, pregonan tendencias peligrosas porque tienen a la intolerancia como estación final del recorrido.

06 de octubre, 2023 - 08:39

La impostura izquierdista o pseudo revolucionaria que ha impuesto en jóvenes y nostálgicos el kirchnerismo desde sus inicios en 2003, subiéndose a la política de Derechos Humanos que impulsó Alfonsín desde 1983 y reivindicando los trágicos años ’70 con su impronta libertaria, ha terminado en el fracaso político, pero también ha hecho resurgir los aspectos más negativos de un anacrónico macartismo.

Con todos los males que trajo a la economía y al tejido social la apertura neoliberal del menemismo, algo tuvo de positivo, que fue la superación por un tiempo de la vieja rivalidad entre peronismo y antiperonismo.

Cuando el expresidente, remedo de caudillo riojano, pactó con Alsogaray y se cargó a los “combativos” dirigentes sindicales, desenmascaró el mito  que los trabajadores son la columna vertebral del peronismo”, y por lo tanto que el bienestar de las masas fuera el propósito central de la doctrina justicialista.

El posterior derrumbe del proyecto de la Alianza –que no supo o no quiso procurar una salida a la crisis con un proyecto socialdemócrata– terminó abriendo nuevamente el camino a otra experiencia personalista donde la prédica de los valores nacionales y populares sólo ha servido para profundizar las atávicas divisiones que tanto fascinan a los argentinos.

Levantar los valores de lo nacional y buscar el equilibrio ayudando a la superación de los más necesitados nunca puede ser un mal en sí mismo. También es necesario tener un firme sentido identitario para percibir y enriquecer sentidos tales como la solidaridad, la protección social y el respeto mutuo, sin dejar de lado los fuertes vínculos afectivos que se solemnizan en términos como Patria, libertad, colores nacionales y respeto a los héroes nacionales auténticos.

Pero es totalmente pernicioso fundar un proyecto político en la reivindicación de pretendidas gestas del pasado en las que, en el fragor de un momento histórico a nivel mundial, se mezclaron las luchas de los procesos de descolonización, las protestas globales contra la guerra de Vietnam y las justas reivindicaciones de los países más empobrecidos, con el marco de la guerra fría entre las superpotencias.

Hacia fines de la década de los 60 luchar contra la opresión se representaba, tanto en la juventud de Praga contra los tanques soviéticos, como en los estudiantes de París en 1968, o en sus pares mexicanos masacrados en la plaza de Tlatelolco ese mismo año. De cualquier lado que se estuviera, siempre había un “imperialismo” contra el que luchar. En la Argentina estaba representado por Onganía, y pocos años más tarde llegaría a su paroxismo de sangre con Videla.

Más de 50 años más tarde el mundo cambió, pero no tanto. Los malos ya no son los comunismos soviético o chino y los buenos las democracias occidentales, como tampoco el imperialismo opresor y sus dictaduras aliadas contra los guerrilleros que buscaban implantar el socialismo a cualquier precio.

Si bien tres potencias se disputan el dominio del comercio mundial y de las finanzas, esta vez esos propósitos no se condicen con la dominación colonial de los recursos naturales, sino con los avances tecnológicos, el manejo de las comunicaciones y el desarrollo científico. Y después, si claro, tener unos buenos misiles con cabeza nuclear.

Pero de todos modos la globalización hoy permite ver una camiseta con el 10 de Messi en el desierto de Siria, en la selva de Indonesia o en una playa de Hawai. Y excepto tal vez Corea del Norte o en algunos rincones de la Amazonia o alguna remota isla de Filipinas, quien puede, consume más o menos lo mismo.

Es decir que no se sabe qué reivindican los que quieren una Argentina “libre y soberana sin la opresión del FMI y los medios hegemónicos”, como tampoco los que quieren un país donde la “libertad sea plena” sin preocuparse por las necesidades del que está al lado, que el Estado prácticamente no exista y que solo triunfen los que saben y pueden.

Ambas tendencias son peligrosas porque tienen a la intolerancia como estación final del recorrido. Y dejan de lado a la democracia, esa que había logrado en la Argentina que no se viera como peligro comunista a cualquier disidente ni como oligarca a cualquiera que pudo comprarse auto y casa en un barrio más o menos tranquilo.