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Entre comer chancho y la manera divertida de garchar

En plena campaña política, sin ningún problema se habla de garchar para congratularse en lugares donde eso es lo progre, vital y desenfrenado

05 de septiembre, 2021 - 09:33

Es increíble la inagotable usina que tienen ciertos sectores de la política criolla para reproducir improperios, sandeces y estupideces. Con un glosario de posturas, expresiones y gestos que parecerían inaceptables e inapropiados, estúpidos, ridículos e incoherentes.

Nada más lejos de ser todo esto último. Son consabidos, preparados, pensados, pergeñados y hasta planificados con la sola finalidad de pescar “algo o mucho más que algo” en el océano ciudadano, donde también hay de todo y para todos.

Queda claro que esos sectores políticos no tienen ningún prurito en hacer lo que sea, estirando la cuerda de lo inimaginable con tal de llegar hasta ese objetivo que, además de obtener su atención, pueden potencialmente ganar su voluntad.

Es ahí donde surge ese océano de cosas que el grueso de la sociedad recibe con asombro, entre risas, enojos y disímiles posturas que van desde la desaprobación, aprobación, no darle importancia, da lo mismo y sí, darle importancia.

Esto último surge de esa porción de la población que, impotente, quiere vivir en un país diferente en todo, donde la sensatez, coherencia, sentido común y respeto opriman de tal magnitud que termine con todo eso que nos muestra como una nación desquiciada, irrespetuosa de sus instituciones y de sus ciudadanos, sin rumbo alguno.

El kirchnerismo, empecinado con las relaciones sexuales de los argentinos, no se detiene en la invitación a que los habitantes del país la pasen bomba en un solo costado de su vida.

Como si “eso” fuera lo vital y transcendente para vivir, crecer y proyectarse en la Nación de las profundas desigualdades sociales.

Hace algún tiempo, en la primera parte de los doce años de ese sector interno del justicialismo que gobernó Argentina, se propuso desde el púlpito presidencial que debía consumirse mucha carne de cerdo.

El único y trascendente motivo para hacerlo era que potenciaba enormemente las relaciones íntimas, motivo más que suficiente para criar, comercializar y consumir carne porcina.

El impulso oficial tuvo como objetivo beneficiar de esa manera a un sector agroindustrial en crecimiento, además de arriar agua a su molino político en aquellos lugares de la población que les pareció agradable la sexual sugerencia desde la más alta magistratura.

Ahora, en plena campaña de las elecciones de medio tiempo y desde el mismo espacio político, sin ningún problema se habla de “garchar” para congratularse en los lugares donde eso es lo progre, vital y desenfrenado.

Expresión que, como era de esperar, levantó polvareda social y asombrosas justificaciones en el terreno de “no aclare tanto, que oscurece”.

Para los observadores de la política, lejos de recalcitrantes puritanismos, esta situación con su sorprendente sinceridad pública es esperable de cualquier espacio de una política nacional que fue degradándose en contenidos a través del tiempo.

Un punto para entender aún más el hastío de la gente a la denominada clase política, como si el ejemplo hiciera falta para esto último.

Mucho menos del sector desde donde viene, agregan los que miran las señales de quienes hacen de la política el arte de todo lo posible.

La cuestión no es lo que digan, ni cómo lo digan, para escándalo de las vecinas que barren debajo de la alfombra el sexo, como si por sí mismo es pecaminoso y oscuro.

El tema es que lo dicho se expresa en el medio de una campaña de precandidatos a legislar, es decir producir leyes que fortalezcan todas las instituciones y el muy golpeado sistema de vida de país que hoy padece Argentina.

Es hablar de comer chancho o garchar en un país donde hay 23 millones de habitantes que viven sumidos en la absoluta pobreza e indigencia.

Donde la desocupación, la desnutrición infantil, la deserción escolar y el fuerte deterioro económico están hipotecando al país para las próximas décadas.

Una terrible verdad de la realidad que no tiene gracia y mucho menos excitación social.