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Encuestas electorales: el dulce del político y la amargura de la gente

¿A quién le importa lo que digan los sondeos, sean verídicos o mentirosos, cuando la gente sobrevive con perspectivas poco claras?

04 de julio, 2021 - 19:56

Lenta y sostenidamente aparecen esos sondeos que en años electorales se hacen cargosamente presentes en todo medio, con el solo objetivo de medir cómo está entre la gente ese selecto grupo de mujeres y hombres que aspiran alcanzar cargos electivos.

Toda una cuestión que por lo general cae en momentos en que la coyuntura económica y social de la población es compleja, hoy más que nunca con ese combo explosivo entre crisis económica y el asedio desesperante y mortal de la pandemia de coronavirus con su segunda ola y una tercera en ciernes.

Pero la historia siempre fue así porque hay que votar, el sistema se sostiene con la participación ciudadana a través del sufragio que señala qué candidato debe ocupar ese lugar y con él, el sendero doctrinario que transitará la nación en los próximos tiempos.

Además, porque hablamos de Argentina, un país con complejidad crónica por problemas de vieja data entre lo político, lo social y lo conómico. Que se agudizó en las últimas décadas con una brecha o grieta que solo ha servido para el gran desencuentro de los argentinos, atizado por cierta dirigencia política que hace su gran negocio en los ataques furtivos y posicionamientos autoritarios.

Es de entender, entonces, que los consagrados mecanismos en la previa de toda elección tengan los exclusivos condimentos de saber qué piensa la gente sobre la figura de ese político y su perfil para llegar al asiento legislativo o ejecutivo que lo mantenga en vigencia.

Uno de esos mecanismos predilectos de todo espacio político son los sondeos de opinión, y aquí también hay un gran verso, como no podía ser en el firmamento de cierta dirigencia política.

Es todo un mundo el de las encuestadoras y los encuestólogos, muchos de estos devenidos opinólogos porque acompañan sus supuestos trabajos con opiniones que pretenden argumentar con el peso de la mentira, el falso sondeo.

Quizá aquí comienzan los oscuros aspectos de este tema, porque en medio de respetuosas instituciones privadas con el concienzudo trabajo de profesionales, hay muchos chantas que hacen sus grandes ganancias disfrazando cifras que pretenden influir en decisiones de la gente y en los resultados en sí. Mintiendo con opiniones que no existen u opiniones sobre supuestos prestigios de buenas administraciones e imágenes positivas.

Tanto algunos políticos como encuestadores truchos conocen muy bien el oficio de este terreno fangoso y pestilente. Unos, pagando para que se lleve a cabo la cuestionada tarea, otros, recibiendo esa jugosa paga por la prestación mentirosa que completan algunos informadores que no chequean, porque no saben, no quieren o les conviene entrar en esa farándula de oscuro accionar.

Sobran los ejemplos en el país, como en Mendoza, de los caraduras vestidos de encuestólogos.

En nuestra provincia, de los muchos ejemplos que se extraen de la galera histórica de la política cuyana, es uno ocurrido hace algunos años atrás, cuando uno de estos pseudoencuestadores había publicitado que un candidato del PJ estaba imponiéndose al de la UCR para la intendencia de Rivadavia.

Cuando todo pasó y el radical ganó ampliamente la jefatura departamental, se le preguntó al sujeto el porqué de tanta diferenci, si él había mostrado sondeos diferentes en las tendencias. Su respuesta, desopilante por cierto, no deja dudas de lo que aquí afirmamos: “Estás loco vos, si yo decía la verdad, mi cliente no me pagaba. Además, nunca afirmaría que un radicha está ganando”.

Hoy, nuevamente todos están en la arena de la gran puja electoral y surge todo esto nuevamente. Con el agregado tanto nacional como provincial, y hasta municipal, de poner en evaluación toda administración, como el refuerzo que necesitan muchos candidatos devaluados, única manera de entender este tipo de sondeos, ya que lo que pronto se elegirá es una banca legislativa y nada más.

Pero también ante todo esto surge el interrogante colectivo y social: “¿A quién le importa lo que digan los sondeos, sean verídicos o mentirosos, cuando la gente no está bien, solo sobreviviendo en gigantesca laguna de pobreza, con niños desnutridos, con indigencia habitacional y con perspectivas poco claras? Esto, en medio de una pandemia que nos colocó, como nunca, en un estado de indefensión absoluta, tanto en la salud, como en la golpeada estructura económica totalmente debilitada.

Reales problemas que hoy tienen los habitantes, como para escuchar, leer y mucho menos atender y entender encuestas electorales que son el dulce del político y la amargura de la gente.