|10/07/22 10:35 AM

El poder y los derechos

Argentina se encuentra desesperanzada y nos acostumbramos a vivir en crisis, pero a pesar de ello, tampoco tenemos que aceptar que la libertad es un lujo ni que la pobreza y el hambre son destinos inexorables

10 de julio, 2022 - 10:35

Curtidos en sucesivas crisis políticas y económicas,los argentinos no podemos acostumbrarnos a vivir en la incertidumbre. 

Si bien los que tienen memoria o los que han escuchado las historias de años muy duros por los que ha pasado la Argentina siempre confían en que esta que se vive ahora algún día se superará, ya se puede percibir una peligrosa sensación de postración anímica alimentada por una creciente desesperanza.

Muchas son las escenas que podemos imaginarnos que entre las paredes de cada hogar representen los innumerables dramas cotidianos de las familias y de los individuos. 

Desde el puño cerrado y la amargura por la impotencia de dar comida y abrigo a los hijos, pasando por la pérdida del empleo abriendo un futuro negro para quien lo padece o la impotencia para evitar que se cierre un pequeño negocio familiar, hasta el llanto y el abrazo para el hijo que se va del país, todo eso está sumiendo a la Argentina en uno de los peores períodos de su presente extendido.

Y casi todos los estratos sociales están sufriendo la frustración, el temor por lo que puede venir o el dolor de las pérdidas. 

Esta situación generalizada está debilitando las resistencias morales de la sociedad y la consecuente pérdida de la visión acerca de la verdadera defensa de los derechos y el consciente ejercicio de los deberes.

Comparada con el Rodrigazo, la hiperinflación, el corralito y el “que se vayan todos”, el estado actual de la situación tiene el dramático agregado de una pobreza e indigencia nunca vista y un alto desempleo encubierto por las estadísticas que cuentas los planes sociales como un ingreso genuino proveniente de alguna supuesta actividad remunerable.

Por eso es que quizá, esta vez sí, el asunto puede ser terminal porque la Argentina no solo está siendo manejada por una coalición de gobierno evidentemente ineficaz, sino que enquistado en ella se alimenta un proyecto ideológico completamente anacrónico que concibe al mundo como fue hace 50 años.

Aquella fue una época en que se perseguía una épica que concebía que la humanidad debía despojarse de las cadenas de la dominación y de la explotación -un hecho histórico que es real  y que todavía persiste-, construyendo una nueva sociedad en la que muchos derechos individuales se dejaban de lado para que primara la igualdad, la riqueza fuera repartida de manera equitativa para todos y el ser humano despojado de las “taras” materiales, que serían provistas por la comunidad, elevara su espíritu a estamentos superiores.

Nada eso pasó en todos los ensayos que surgieron en el planeta. Los proyectos de estados obreros y campesinos terminaron en burocracias opresivas, que de revolucionarias pasaron inmediatamente a conservadoras que reprimieron y reprimen cualquier crítica o disidencia.

El sistema capitalista es desigual e injusto, no le da las mismas oportunidades a todos, pero todavía es capaz de albergar a regímenes democráticos y sistemas republicanos, en los cuales son universales o hace posible que lo sean el respeto por los derechos inherentes a la humanidad, pero que han sido reconocidos y defendidos paulatinamente a lo largo de los siglos.

La Argentina actual se debate en falsas antinomias en las que los conceptos arriba citados se extreman e impiden apreciar que es posible concebir una forma de vivir en la que se pueda progresar, desarrollarse y recibir los beneficios de la justicia social y la libertad. 

Parece una sentencia declamatoria vacía, una promesa imposible de cumplir, pero mirando alrededor no hay nada que demuestre que haya un camino mejor.

Hoy la eterna y trágica dicotomía nacional se prodiga insultos, advertencias y amenazas que profundizan los equívocos en los que hemos estado sumergidos por décadas. 

No hay un proyecto de instaurar en el país un modelo comunista al estilo soviético porque el peronismo en todas sus versiones siempre fue conservador y nacionalista. Aunque la versión kirchnerista explote las nostalgias de una vieja juventud que se marchitó esperando un nuevo tren de la Revolución Liberadora que no pasó ni va a pasar. 

Tampoco llegará a nuestras playas un desembarco de marines norteamericanos ni se restaurarán nuevas versiones de una dictadura militar alentadas por nuevos “contreras” y “vendepatrias”. 

No es necesario. Nuestra decadencia nos ha transformado en nueva mano de obra barata en la actual división internacional del trabajo. 

Estamos perdiendo otro tren, el de la educación y el conocimiento, y eso nos pasa a todos no solo a una patrulla perdida de alguna vieja vanguardia ideológica.

A esta altura debemos aprender a distinguir los proyectos de poder y de beneficio material para unos pocos de las supuestas misiones redentoras para salvar a un pueblo sometido. Pero tampoco tenemos que aceptar que la libertad es un lujo ni que la pobreza y el hambre son destinos inexorables.