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Drones: sorpresa técnica

En la realidad de nuestros días, vemos que el uso de estos aparatos, en forma masiva, ha alcanzado el codiciado status de asombro táctico, ya que –si bien se conocían desde hace años– es una de las primeras veces que se los emplea en forma de enjambre y con el objetivo de saturar los sistemas antimisiles. Pero los israelíes han sido los más honestos al reconocer que su prestigioso sistema Iron Done no funcionaría contra los huidizos drones

21 de octubre, 2022 - 07:38

En la guerra ha vencido siempre el que ha sabido hacer lo inesperado. Muchas veces, el factor multiplicador de la sorpresa ha sido obtenido por atacar en el lugar o en un momento inesperado.

Otras tantas, ha sido el caso de una ventaja tecnológica, como ocurrió con la invención del estribo que le permitió a las hordas mongolas conducir sus caballos con los pies y usar sus brazos para disparar sus arcos (otra innovación) o mucho más recientemente, el uso masivo de vehículos blindados como el tanque para atacar nidos de ametralladoras durante la Primera Guerra Mundial.

Por estos días nos llegan noticias de que las poderosas Fuerzas Armadas rusas están usando un barato drone fabricado por Irán –un país que no está a la vanguardia de la tecnología militar– para bombardear blancos en Ucrania. Ha sido su arma de elección pese a disponer de un arsenal de otras mucho más poderosas. Por su parte, los países occidentales que apoyan a Ucrania ante este hecho, han decidido entregarle costosos sistemas antimisiles para contrarrestar la amenaza que representan los drones.

Antes de seguir con nuestros análisis, hay que saber lo siguiente:

1º) Por sí sola, incluso el arma o sistema de armas más novedoso y poderoso es inútil, por eso es esencial integrarlas con todo lo demás que implica hacer la guerra. Incluyendo, como mínimo, organización, logística, formación, doctrina, estrategia y táctica. 

Los responsables de todos estos campos deben aprender lo que pueden y, sobre todo, lo que no puede hacer la nueva tecnología con la que trabajan.

2º) Un buen ejemplo de lo que puede suceder, si esto no se hace correctamente, es el surgimiento del tanque. En 1940 fueron los franceses quienes tenían la mayor cantidad de ellos y los más poderosos. Sin embargo, fueron los alemanes quienes, habiendo aprendido a utilizarlos junto con otras tecnologías en forma combinada, en una división acorazada, se adelantaron y obtuvieron una victoria tan espectacular como para convertirse en una leyenda.

3º) Cualquier arma –excepto las nucleares, contra las que la única defensa es la disuasión– puede, en principio, ser contrarrestada por otra. El enemigo no es estúpido, por eso, cuanto más larga sea la guerra, más probable es que esto suceda. Siendo tal el caso, el bando con superioridad tecnológica tiene un gran interés en asegurarse de que la guerra sea lo más corta posible.

4º) Para acortar la guerra, es necesario tomar al enemigo por sorpresa. Para poder hacerlo, la nueva tecnología debe desarrollarse e introducirse en secreto. Una tecnología, cuya existencia y características se conocen es una tecnología a medias, pero mantener el secreto tiene un precio: puede conducir a una situación en la que las propias tropas no sepan usarla tan bien como deberían. Un ejemplo bien conocido fue el de las primeras ametralladoras., como sucedió en la Guerra Franco-Prusiana. Ellas eran armas revolucionarias, que solo los franceses poseían. Sin embargo, al ser grandes y pesadas, se la empleó incorrectamente como un arma de artillería y no de infantería.

5º) Cualquier nueva tecnología debe usarse en masa. Ninguna de ellas ha sido tan poderosa como para ser capaz de actuar como una bala de plata. Es por eso que no deberían emplearse hasta que haya suficientes para marcar una diferencia real. 

Los británicos en 1915/17 violaron este principio. Como resultado, sus ataques blindados causaron pocos efectos en las defensas alemanas. Como solía decir Guderian, el creador de la guerra acorazada moderna, durante la década de 1930: “Un pistoletazo en la cabeza, no en los pies”.

6º) Se sigue, directamente, de esta premisa que la nueva tecnología debe utilizarse en el punto decisivo. En otras palabras, en ese punto donde puede hacer el mayor bien para uno y el mayor daño para el enemigo. 

Una vez más, en 1940, el avance alemán en Sedan, los blindados franceses estaban tan dispersos que unidades enteras nunca entraron en combate. Por el contrario, los alemanes se concentraron contra un solo sector del frente francés y lograron perforarlo.

Volviendo a la realidad de nuestros días, vemos que el uso de los drones en forma masiva ha alcanzado el codiciado status de sorpresa táctica. Si bien ya se conocían desde hace años, es una de las primeras veces que se los emplea en forma de enjambre y con el objetivo de saturar los sistemas antimisiles que prosperaron en la década pasada. En ese sentido, los israelíes han sido los más honestos, al reconocer que su prestigioso sistema Iron Done no funcionaría contra los huidizos drones.

Tal ha sido la sorpresa que ya comenzaron las inquietantes dudas de quienes se interrogan por la validez de medios más tradicionales, como la aviación de ataque convencional o los costosos misiles de crucero para cumplir las misiones que ejecutan los humildes drones.

Hoy por hoy, el Ministerio de Defensa tiene entre sus manos la selección de un caza supersónico para recuperar las capacidades perdidas con la baja del sistemas de armas Mirage de nuestra Fuerza Aérea. No sería extraño que se alzaran voces contrarias a gastar en esta compra, a cuenta de que lo mismo se podría realizar, en forma más económica, con un enjambre de drones. Pero, como lo dijimos en los fundamentos de esta nota: 

  • Por sí sola, incluso el arma o sistema de armas más novedoso y poderoso, es inútil. 
  • Cualquier arma puede, en principio, ser contrarrestada por otra. Lo que sucederá, algún día, con los drones.

Por lo tanto, una vez más lo repetimos, es necesario una refundación de nuestras FFAA. Algo que habrá que hacer, no solo con premura, también con inteligencia.

 

El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.